martes, noviembre 01, 2016

Maderas de Oriente

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Para Carmen Jiménez Cardona.





La colonia “Maderas de Oriente” era la que usaba la tía Anita, la colonia que contenía en su interior un palito aromático que se me antojó cuando tenía seis o siete años:

-–Tita, dame el palito, anda.
-–Cuando se acabe el booote.

El palito flotante era un elemento irresistible; pero el bote no se acababa nunca, pues aquel líquido administrado en contadas gotas parecía tan preciado como los óleos sagrados con que ungían a los reyes de Babilonia.

-–Tita, dame el palito, anda.
-–Cuando se acabe el booote.

El caso es que la tita sólo se ponía el perfume en ocasiones especiales: bautizos, comuniones, bodas y entierros, pero con tan cicatera administración que entre una aplicación y otra, al niño cristianado le daba tiempo a tomar la Sagrada Forma primero, a casarse después y a palmarla finalmente.

-–Tita, dame el palito, anda.
-–Cuando se acabe el booote.

Y en este plan, hasta que un día sucedió el milagro. El bote se acabó, coincidiendo el hecho con mi decimosexto cumpleaños, y aunque ya empezaba a afeitarme la barba, acepté el palito sin que la intensidad de mi capricho hubiera aminorado un milímetro (¿en qué clase de unidades se mide el encono de los caprichos?)

-–Anda, toooma el palito.
-–¡Bien!

Cuando tuve aquel trocito de madera entre los dedos, se me empañaron los ojos con las frescas lágrimas de la felicidad y acto seguido comencé a roerlo como si fuera yo un conejo y el palito un pedazo de palodú. ¡Oh, sí! Si las guías gastronómicas contemplaran la xilofagia como variante alimenticia, aquel palito solo pudo ser comparable al más exclusivo manjar y estar presente en las cartas que ahora elabora Ferrán Adriá.
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martes, octubre 18, 2016

La vida por delante

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La vida por delante

                                 A Paradox y a Oflá en la memoria.

Tres días son
la vida por delante
si los dedico
a sorber el
clandestino bivalvo
de tu sexo.
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martes, octubre 11, 2016

Involución de la mano

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Ahora que se ha convertido en una residual artesanía, habrá que reivindicar la escritura a mano y valorar un papel manuscrito como uno de esos raros insectos voladores de las junglas de Borneo que perseguían los entomólogos con un cazamariposas. Yo lo hago: la reivindico, la valoro y la practico. A diario, con un hábito que ha adquirido la misma necesidad que tiene de lavarse las manos el que efectúa una autopsia a un enfermo de ébola.

Si como dijo el Divino Cegato, todas las aguas del Nilo están contenidas en la palabra Nilo, añado que todas las palabras están contenidas en la mina de un lápiz o en el cartucho de una estilográfica y que sólo hace falta poner la mano en movimiento para que fluyan completas, de trazo y alma, sobre el papel, sin importar lo que se cuente ni la calidad caligráfica de lo plasmado porque lo valioso es un dejarse llevar por la hipnosis de la tinta y el sonido que produce el plumín al rasgar el papel tal un pequeño arado que hiere la tierra, elementos ambos que componen el nacimiento natural de las palabras. Lo demás, teclados y pantallas, es ortopedia.

Esta involución, esta vuelta al origen, depara insospechadas satisfacciones: ¿desde cuándo no sentimos el placer de ir a comprar un cuaderno y de inaugurarlo con la mejor de las intenciones? Si además, esta ocupación de amanuense es un ejercicio indicado contra los desbarajustes del Alzheimer, no hay más que decir. Ya solo se necesita un poco de valor para enfrentarnos a cuerpo limpio a ese hombre o mujer que siempre va con nosotros. En la fotografía muestro mi trabajo. Nada hay ya tan mío, tan de mi propiedad como estos cuadernos que voy rellenando con la única tenacidad que mi indolencia me permite.
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viernes, agosto 26, 2016

Verano en Ur

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Para Nieves de Lucas.

Al viejo, el sol que se filtraba a través del cañizo le pintaba de luz el cuerpo con finas líneas paralelas. Hacía calor. Sentado en el suelo de tierra y apoyada la espalda en la pared de adobe, el viejo dormitaba y espantaba moscas. Del río llegaba el olor del agua estancada y a veces, de manera súbita, se escuchaba el aletear de los patos que arrancaban a volar entre los juncos. Croaba una rana.

--¿Cuándo vuelves al templo?-- le preguntó al niño que a la sombra de la parra, hendía una tablilla de barro con un trozo de caña.

--Me dijo Kardesh que cuando mengüe la luna--, respondió el niño cambiando de postura  y ajustandose el faldellín de lino.

--A poco que te apliques te convertirás en un buen escriba. Erinnu está contento contigo.

El niño no prestaba atención a cuanto decía el viejo. Esforzado en su trabajo, sacaba un poco la lengua y se reía de lo que iban significando sus marcas.

--¡Mira, abuelo, lo que he escrito!-- el niño pasó la tablilla al viejo y este comenzó a leer en voz alta con dificultad:

--"El ma... el maestro Erinnu es un bu... es un burro"... ¡Pero niño...!

--No, abuelo, no es eso. Es lo de más abajo. Me lo acabo de inventar, ¿a que es divertido?-- dijo el niño señalando la columna de signos con el dedo. El viejo, un poco molesto, descifró con trabajo lo indicado:

--"Ton... Tonto el que lo lea".

:-)
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(Tal y como sugiere Ángela Marcos, en el pecado original no intervino una serpiente y una manzana sino una tablilla de barro y un cálamo).
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miércoles, abril 27, 2016

"Las aventuras de don Romero y Palote", José Antonio Espinosa Carrasco.

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UNAS PALABRAS.

“¡Ya están estos niños con las escribanías!”, es lo que acostumbraba a decir la tita Anita antes de desalojarnos de la mesa camilla para ponerse a planchar. Y es que en aquel espacio, mi hermano José Antonio comenzó a plasmar en cuadernos escolares, con palabras y dibujos, una personal mitología —países imaginarios, ejércitos de columnas interminables, reyes y dinastías— que le dictaba su fantasía torrencial. Desde entonces, en aquel palacio infantil que nunca dejó de habitar, aún permanecen encendidas todas y cada una de las luces que lo iluminan hasta hacerlo parecer de oro. Salidos de allí, como si tal palacio se situara en la mítica ciudad de Portolenza, dos extraordinarias criaturas: don Romero y el monito Palote, vienen a alegrar en estas páginas a los hombres y mujeres de limpio corazón.

Fco. Manuel Espinosa
Sevilla, 14 de enero de 2016



El libro "Las aventuras de don Romero y Palote" ya se puede comprar por Internet (10 € en papel y 5 € en versión digital + gastos de envío); de esta manera, todos los que no puedan acercarse por Casa Paco, podrán hacerse con su ejemplar. Os recordamos que cualquier beneficio que pueda producir la venta de este libro, irá destinado a una asociación protectora de animales...

¡No te quedes sin él y pincha aquí!:
http://www.artgerust.com/libro/las-aventuras-de-don-romero-y-palote-por-jose-antonio-espinosa-carrasco/44284
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jueves, abril 07, 2016

Libélula de mar (sympetrum colubrina)

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Las libélulas de mar habitan las profundidades oceánicas, pero durante la noche de luna llena del mes de abril, les es dado volar. Es cuando se las pesca utilizando un cazamariposas. Su carne es exquisita y produce en quien la come una somnolencia que lo lleva a soñar con sirenas.
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