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No sabía, hasta leer el cartel que apareció esta mañana pegado en el ascensor, que comparto vecindario en el edificio que habito con otro sujeto de conducta aún más reprobable que la mía (y ya van 35). Así lo señala el mensaje, donde se advierte una contumacia en el comportamiento de este individuo que nada tiene que ver con el alivio de una única y puntual emergencia de la que ninguno se encuentra libre. Lo que no aclara el texto, porque desde luego el redactor parece carecer de pruebas, es si el infractor es una señora o un caballero, pues ambos sexos son aptos para efectuar una micción en tales condiciones con independencia de la edad. Poco importa en todo caso, y tanto da que la criatura sea una dama de edad provecta como un díscolo mozalbete cuando el ruego presidencial es inequívoco: Cese en su actividad.
Con generosidad, el Presidente, ofrece las llaves de unos servicios comunes; pero algo nos hace sospechar que tan honrado gesto no va a ser atendido sino que el propio mensaje agudizará el problema, radicalizando la postura del anónimo meador/a, que más dispuesto que nunca a continuar con la mofa y con la befa seguirá colmando papeleras y haciendo del abnegado Presidente un ser con predisposición a emigrar a las Quimbambas.
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lunes, mayo 28, 2012
lunes, mayo 21, 2012
Pepe el Mechero
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Pepe el Mechero
(chiste desenrollado)
A ver, el
sucedido que a continuación paso a relatar está protagonizado por un
caballero... ¿Caballero? Digo caballero aunque lo de caballero es mucho suponer
porque a lo mejor fuera del chiste, el comportamiento del protagonista es
deleznable e incluso punible, lo que tal vez favorecería calificarlo de
‘sujeto’, que es una palabra que posee un claro matiz delictivo. Pero para no
enredarnos en especulaciones que nada aportan a la historia, rebobinaré y diré
que el sucedido está protagonizado por un individuo al que una avería en su
automóvil lo sorprende en mitad de un páramo —o en lo más profundo de un valle,
o en lo más tórrido de una dehesa, o en lo alto de una montaña, o en una selva
impracticable, vamos, en un lugar desasistido— y dado a todos los diablos, se
apea del vehículo para examinarlo, pero dado también que sus conocimientos
sobre mecánica o electricidad/electrónica aplicada (y sin aplicar) son escasos,
decide remolcar el coche —un pequeño utilitario de liviano peso— a fuerza de
empujones hasta las primeras casas de un villorrio que le queda como a 200/300
m de distancia, que no sabemos cuántas toesas o cuántas verstas son, la verdad.
Allí es donde se topa con un lugareño que, apoyada la quijada inferior en una
garrota, ve discurrir la vida plácidamente —que es lo que exigimos a todos los
habitantes de aldeas y pedanías— mientras guarda un hato de cabras que no
supera la media docenita de cabezas.
—Buen
hombre, ¿me podría indicar dónde puedo encontrar un taller mecánico? —pregunta
el esforzado conductor a la vez que se enjuga con un pañuelo (de hilo y con dos
iniciales bordadas en azul) el copioso sudor que perla su frente.
—¿Un taller
mecánico? —responde con otra pregunta el nativo como si fuera un gallego
cualquiera, rascándose el cráneo bajo la boina, la txapela, la barretina, el
sombrero cordobés, el cachirulo o la montera, aunque lo más probable es que se
rasque bajo una gorra de visera de las que lucen publicidad de maquinaria
agrícola o de alguna caja de ahorros rural de las que facilitan créditos y
seguros contra las adversidades meteorológicas, en especial contra los
devastadores efectos del pedrisco en las cosechas.
—¿Un taller
mecánico dice? Pues no señor, de eso no tenemos aquí.
El
conductor, cariacontecido, resopla y baja los brazos rendido ante la evidencia.
Tal vez, presa de la angustia, no ha advertido que lo pequeño de la población
no la hace propia para albergar un taller como el que requiere. Con todo,
tienta a una nueva posibilidad:
—¿Y
teléfono? ¿No hay un teléfono público donde llamar a una grúa?
(Hay que hacerse cargo que el sucedido se desarrolla en la época donde el teléfono móvil, o celular como dicen nuestros hermanos del otro lado del charco, o no ha sido inventado o aún es un bien escaso.)
(Hay que hacerse cargo que el sucedido se desarrolla en la época donde el teléfono móvil, o celular como dicen nuestros hermanos del otro lado del charco, o no ha sido inventado o aún es un bien escaso.)
—No señor,
tampoco hay teléfono porque el que teníamos en la tasca del Eladio se desgració
en una tormenta.—Tras la información, el cabrero enmudece como debían enmudecer
los filósofos griegos después de soltar una hipótesis o un teorema.
Pero
después, el supuesto pastor —porque a lo mejor no es pastor en el sentido
profesional del término y cuida cabras como mascotas y no como fuente de
ingresos —, viendo que al forastero se le saltan las lágrimas (fuera de chiste
explicamos que necesita con toda urgencia llegar hasta la villa de Roa que es
donde se le casa una hija y él actúa de padrino en la ceremonia) por la
desesperación, se apiada de su alma cansada e indica:
—Pero mire, en
la casa de allí (y señala una casa humilde, de mampuestos pizarrosos, una casa
perfectamente integrada en el severo paisaje) la que tiene la ventana con el
cristal roto, vive Pepe el Mechero. Hable con él que seguro que le echa una
mano.
El
conductor, emocionado y con sonrisa animosa de quien ve el cielo abierto, da
las gracias al lugareño y emprende el camino que en poco tiempo le hace
alcanzar el domicilio del tal Pepe el Mechero. Llama a la puerta y al rato
aparece un hombre ataviado de mono verde con logotipos de los tractores John
Deere y con una naranja a medio pelar en la mano (para más inri es la hora del
almuerzo).
—Perdone la
molestia, amigo... ¿es usted Pepe el Mechero?
—Sí señor,
para servirle a Dios y a usted —responde el interpelado utilizando el
formulismo escolar de otro tiempo, de los tiempos en que aún la escuela era un
lugar donde se educaba a los infantes en campos ya tan denostados como la
urbanidad y las buenas costumbres, un formulismo por la que asoma, empero, la
humildad teñida de nobleza de las buenas gentes del agro.
—Mire, es
que se me ha estropeado el coche y el señor aquel de las cabras...
—Ah, sí, el
señor Paco...
—Eso, el
señor Paco sería, que me ha dicho que usted, que Pepe el Mechero, me podría
ayudar...
—Eso está
hecho, caballero, no se preocupe, ¿dónde tiene el coche?
Y el
conductor señala a lontananza sin advertir que Pepe el Mechero, célere, ha
entrado de nuevo en la casa, ha soltado la naranja y se ha limpiado los hocicos
con una servilleta a cuadros de las de toda la vida del Señor, las que a
diferencia de las modernas de papel de usar, engurruñar y tirar, saben guardar
los aromas honrados de las manzanas reinetas y los cocidos suculentos.
Sacudiéndose las manos, Pepe el Mechero aparece de nuevo en el umbral y se pone
a disposición de nuestro atribulado protagonista.
—Hala, vamos
para allá.
Durante el
corto trayecto que les lleva al vehículo, el conductor y Pepe el Mechero hablan
de algún asunto trivial o utilizan lugares comunes para referirse a las
contrariedades a que está sujeto todo propietario de automóvil, su tendencia a
averiarse y mucho más cuanto más necesarios se hacen, etc. También dicen algo
de unas nubes o de los campos de cereal. (El señor Paco, el de las cabras, se
había marchado cuando pasaron frente al lugar que ocupaba y que ya quedó
reseñado antes.)
Una vez
llegados al coche, Pepe el Mechero, sin quitar sus observadores ojos de sus
abrillantadas superficies, saca de un bolsillo trasero un enorme pañuelo, o
trapo, o gamuza, manchado de grasa y comienza a dar vueltas en torno al
vehículo con escrutadora mirada mientras silba unas notas pertenecientes al
pasodoble 'Marcial, qué grande eres' sin dejar de restregarse las manos con la
pieza de tejido.
—Abra la
tapadera —ordena con decisión, con seguro aplomo.
—¿La tapadera?
Ah, se refiere usted al capó.
El conductor
obedece con rapidez, confiado en una pronta solución del mecánico alifafe. Ya
se ve en la colegiata de Roa (si nuestras fuentes no yerran al indicar que en
Roa hay colegiata), ataviado con su traje nuevo y su corbata gris perla dando
el brazo a su hija, la Margarita, acompañándola por el recorrido que entre las
filas de bancos eclesiales y tapizado de roja moqueta la llevará a unirse en
santo matrimonio con Luisito Guzmán, un pollo propietario de una zapatería. La
imagen le emociona tanto que hasta hace aparecer una breve lagrimita que no
cuida de disimular toda vez que Pepe el Mechero inmiscuido como está examinando
los entresijos del motor, no lo observa.
Son dos
minutos de permanecer expectante, los dos minutos que llevan a Pepe el Mechero
a tocar allí con la punta de un dedo, a levantar un cablecito haciendo pinza
con otros dos dedos, a golpear un conducto, a agitar un depósito... Después,
Pepe el Mechero carraspea, se aclara la voz y pregunta:
—Oiga, amigo
¿este coche funciona a gasolina?
—¿A
gasolina? ¿cómo que a gasolina? Sí, sí; claro que es de gasolina, además, le
puse veinte litros hace nada. —responde el conductor algo asombrado, algo
amoscado, un fatal presentimiento hace que la imagen de verse del brazo con la
Margarita dentro de unas horas en la colegiata de Roa estalle como un globo
aterrizado sobre un cactus.
—Pues
entonces, amigo —le contesta Pepe el Mechero— si la avería no es por culpa de
la gasolina... va a ser problema de la piedra.
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Glosa: Como observamos, las limitaciones técnicas -a pesar de la buena voluntad que a todo le pone- que presenta Pepe el Mechero le han granjeado su apodo. El ser considerado el 'manitas' del pueblo aunque sus conocimientos mecánicos se basan en piedra/gasolina, elementos básicos en el funcionamiento de un mechero, nos hace deducir su incapacidad para arreglar la avería del coche. En todo caso, había que aclarar este punto para los lectores de las modernas generaciones, toda vez que la obsoleta tecnología de un mechero, artefacto al que le queda poca vida útil, hace incomprensible para ellos el desenlace del chiste.
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Glosa: Como observamos, las limitaciones técnicas -a pesar de la buena voluntad que a todo le pone- que presenta Pepe el Mechero le han granjeado su apodo. El ser considerado el 'manitas' del pueblo aunque sus conocimientos mecánicos se basan en piedra/gasolina, elementos básicos en el funcionamiento de un mechero, nos hace deducir su incapacidad para arreglar la avería del coche. En todo caso, había que aclarar este punto para los lectores de las modernas generaciones, toda vez que la obsoleta tecnología de un mechero, artefacto al que le queda poca vida útil, hace incomprensible para ellos el desenlace del chiste.
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jueves, mayo 17, 2012
Solución al Damero Mardito, nº 37 (mayo)
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A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº 37, mayo), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.
"Quería encontrar el tipo de mujer española que había visto en algunos libros; pero aquellas mujeres de palcos y galerías tenían de español solo la mantilla y el abanico."
A. Trucaje
B. Grillo
C. Ayas
D. Ulpia
E. Tablón
F. Irene
G. Equismal
H. Rommel
I. Visontes
J. Idear
K. Albanés
L. Jocundo
M. Enhiesta
N. Piqué
Ñ. Ostraca
O. Ropilla
P. Esperab
Q. Señale
R. Payaso
S. Aquello
T. Ñongo
U. Allende
Acróstico: T. Gautier, "Viaje por España"
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A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº 37, mayo), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.
"Quería encontrar el tipo de mujer española que había visto en algunos libros; pero aquellas mujeres de palcos y galerías tenían de español solo la mantilla y el abanico."
A. Trucaje
B. Grillo
C. Ayas
D. Ulpia
E. Tablón
F. Irene
G. Equismal
H. Rommel
I. Visontes
J. Idear
K. Albanés
L. Jocundo
M. Enhiesta
N. Piqué
Ñ. Ostraca
O. Ropilla
P. Esperab
Q. Señale
R. Payaso
S. Aquello
T. Ñongo
U. Allende
Acróstico: T. Gautier, "Viaje por España"
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jueves, mayo 10, 2012
Placeres Mundanos, nº 25
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Bien,
tras ello, el aceite empleado en el sellado más el correspondiente juguillo
obtenido, lo verteremos en una olla rápida a la cual añadiremos la carne,
claro, la manzana, la cebolla y el coñac de la maceración. Tapamos la olla, le
damos caña y en cuanto empiece a salir el pitidito contamos del orden de 8
minutos, tiempo que podremos emplear en jugar una manita rápida de parchís si
tenemos la suerte de que aún nos viva nuestra abuela.
¿Es
Ud. torpe, es Ud. un gandul o una holgazana? Pues cerdo y frutas
Ocurre
en ocasiones que para señalar la incompetencia de una criatura recurrimos a la
expresión “tú no sabes ni freír un huevo”, algo erróneo por completo ya que freír un huevo no es nada
fácil pues requiere de un arte y unas disciplinas coquinarias cuyo dominio sólo se alcanza tras
años de práctica. Por lo tanto, mi propuesta pretende sustituir tan desacertada
frase por otra más ajustada al pequeño rapapolvo: “Andaaa, quita, quita de ahí
que tú eres tan torpe que no sabes preparar ni un solomillo de cerdo con
manzanas y ciruelas”. Ahora sí, ahora sí que podemos causar la vergüenza del
motejado de inútil.
Así que
para ellos, pero también para todos los que entienden que la cocina se basa en
sencillez de preparación + rapidez de ejecución, traigo esta propuesta que sin
duda hará las delicias del aficionado, tanto torpe como holgazán, pues aúna
perfectamente las dos premisas citadas. Se trata, como digo, del solomillo de
cerdo con manzanas y ciruelas (fig. 1)
Veamos.
Dependiendo de los comensales que nos van a gorronear y el hambre que traigan
dispondremos entre uno y dos solomillos de cerdo que cortaremos en trozos
hermosos como de ración. Pero ¡ah, que no se olvide un detalle!, una hora
antes, maceraremos en coñac un buen puñado de ciruelas pasas (fig. 2) Al efecto
eché mano de un coñac chungaleta, pero de gran capacidad evocativa: coñac
Terry, el de la malla amarilla que nos poníamos de niños en la cabeza para
parecer personajes goyescos.
Okey,
basta de detalles pictóricos y prosigamos: Efectuadas tan sencillas operaciones
procederemos a sellar la carne con alegre fuego, haciendo descansar los cachos en
amplia sartén aceitada con un par de cucharadas de óleo (fig. 3). Una vez
apartados los trozos los salpimentaremos (fig. 4) y pasaremos a trocear un par
de manzanas y una cebolla grande (servidor utilizó dos pequeñas de esas moradas
tan azucaradas por lo que decidió emplear manzanas ácidas para contrarrestar tanto
dulzor, que es mu malo para la ciática) (fig. 5).
Concluida
la cocción, dejamos que la olla —qué bonita rima tiene la palabra— pierda
presión, abrimos y completamos el
mejunje con las ciruelas pasas ya hidratadas. Removemos (la manzana y la cebolla
formarán como un puré) y dejamos que cueza todo a fuego lento dos o tres
minutillos más (fig. 6). Ya está. El plato está listo para servir. ¿No querían
rapidez?
Confesión:
El semi-desastre ocurrió con la guarnición ya que para acompañar el plato preparé
unas patatas al horno cortadas en tiras, pero dado que se me olvidó aceitarlas,
al final se me quemaron de manera harto curiosa. Así que la soberbia
composición que muestro en la foto final con hojita de lechuga inclusive, se
afea un poco por culpa de las malditas patatas. ¿Pero qué pasa?, ¿es que acaso
ustedes son infalibles o qué?, ¿qué pretenden?, ¿hundirme en el desprestigio?
Miraaaa, miraaa ahí don Perfecto y doña Perfecta… Huuuuuuuuy, todo lo hacen
bien… Huuuuuy, nunca la cagan... Qué gente más odiosa son Uds.
En
contrapartida y para demostrar que hasta de manera muy indirecta del cerdo todo
se aprovecha, la quemazón de las patatas produjo un objeto al que el azar le ha
dado categoría de artístico. El papel vegetal dispuesto sobre la bandeja del horno, tomó inopinadamente estos colores y estas texturas. Vamos, que mañana o pasado lo mando a enmarcar.
¿La época de Mali de Miquel Barceló? Bah, ríanse de ella al lado de este prodigio:
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lunes, mayo 07, 2012
Damero Mardito, nº 37 (mayo)
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Estimada Frau Mílena:
Le escribí unas líneas desde Praga y luego desde Merano. No ha habido respuesta. Por supuesto, esas líneas no exigían contestación inmediata y si su silencio no es más que señal de una relativa bienaventuranza -lo cual con frecuencia se traduce en una cierta resistencia a escribir- me doy por satisfecho. Pero también existe la posibilidad -y por eso le escribo- de que en mis líneas la haya herido de alguna manera. ¡Qué torpe sería mi mano, contra toda mi voluntad, si ése fuera el caso! O bien -y eso sería mucho peor por cierto- que ese momento de sereno respiro, al cual usted aludía, haya pasado y una vez más se inicie una mala época para usted.
Debí advertirte que, en general, no utilizo calzoncillos pero he decidido que cuando se produzca nuestro primer encuentro en Gmünd, estrenaré unos que he adquirido en los almacenes Effenberg. Son de color carne y están ribeteados de cintas bordadas.
P. D. Mi hermana Ottla ha gestionado mi pasaporte. El empleado trató de seducirla y por lo visto ha tenido éxito.
Suyo, F. Kafka.
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¿Dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, gratis total en su kiosco habitual. Aquí: El Damero del Vecind(i)ario
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Tienes.un.mensaje.huevo
Estimada Frau Mílena:
Le escribí unas líneas desde Praga y luego desde Merano. No ha habido respuesta. Por supuesto, esas líneas no exigían contestación inmediata y si su silencio no es más que señal de una relativa bienaventuranza -lo cual con frecuencia se traduce en una cierta resistencia a escribir- me doy por satisfecho. Pero también existe la posibilidad -y por eso le escribo- de que en mis líneas la haya herido de alguna manera. ¡Qué torpe sería mi mano, contra toda mi voluntad, si ése fuera el caso! O bien -y eso sería mucho peor por cierto- que ese momento de sereno respiro, al cual usted aludía, haya pasado y una vez más se inicie una mala época para usted.
Debí advertirte que, en general, no utilizo calzoncillos pero he decidido que cuando se produzca nuestro primer encuentro en Gmünd, estrenaré unos que he adquirido en los almacenes Effenberg. Son de color carne y están ribeteados de cintas bordadas.
P. D. Mi hermana Ottla ha gestionado mi pasaporte. El empleado trató de seducirla y por lo visto ha tenido éxito.
Suyo, F. Kafka.
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¿Dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, gratis total en su kiosco habitual. Aquí: El Damero del Vecind(i)ario
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viernes, mayo 04, 2012
Maravillas del Mundo, 16
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El tratamiento nutritivo “Superdinam”, que apareció en el comercio por correo durante el periodo más duro de la hambruna de 2036, tuvo efectos contraproducentes entre los compradores, ya que a muchos de ellos los inclinó a practicar el canibalismo.
A vueltas con lo único
El tratamiento nutritivo “Superdinam”, que apareció en el comercio por correo durante el periodo más duro de la hambruna de 2036, tuvo efectos contraproducentes entre los compradores, ya que a muchos de ellos los inclinó a practicar el canibalismo.
No fue
para menos, pues aunados el deseo venéreo y el apetito canino, tanto los
hombres como las mujeres que adquirieron el producto se entregaron a la orgía y
a la antropofagia en plena calle y a la vista de las personas de orden y de unas
autoridades que, ante la avalancha de seguidores del tratamiento, se mostraron
incapaces de controlar la situación.
No pasó
mucho tiempo hasta dar pábulo a las hazañas de Edelmiro Wanski, vecino del
Sector NeoManchego, del que se contaba que logró ayuntar con dieciséis mujeres
seguidas a las que posteriormente descarnó las crestas ilíacas; o el también
famoso caso de Romera Dolomitas, conocida como la Araña Succionadora por su
afición a chupar el tuétano de los huesos de sus amantes instantáneos.
Como era
de esperar, tras el éxito de “Superdinam”, aparecieron en el mercado sucedáneos
y partidas adulteradas del producto original que en poco tiempo acabaron con su
crédito. Finalmente, el ukase promulgado por el entonces gobernador Excmo. Sr.
D. Roberto Maíllo, determinó el cierre de la fábrica y sede social de “Superdinam”,
condenando hasta el último operario a trabajos forzados en la reconstrucción de
Nueva Albacete.
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Podrá encontrar más "Maravillas del Mundo" en este mismo blog utilizando el buscador que ponemos a su disposición en la esquina superior izquierda de la pantalla. No deje de ilustrarse sobre el futuro que nos llega.
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