lunes, mayo 28, 2012

Movilgrafías: Incontinencia urinaria

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No sabía, hasta leer el cartel que apareció esta mañana pegado en el ascensor, que comparto vecindario en el edificio que habito con otro sujeto de conducta aún más reprobable que la mía (y ya van 35). Así lo señala el mensaje, donde se advierte una contumacia en el comportamiento de este individuo que nada tiene que ver con el alivio de una única y puntual emergencia de la que ninguno se encuentra libre. Lo que no aclara el texto, porque desde luego el redactor parece carecer de pruebas, es si el infractor es una señora o un caballero, pues ambos sexos son aptos para efectuar una micción en tales condiciones con independencia de la edad. Poco importa en todo caso, y tanto da que la criatura sea una dama de edad provecta como un díscolo mozalbete cuando el ruego presidencial es inequívoco: Cese en su actividad.

Con generosidad, el Presidente, ofrece las llaves de unos servicios comunes; pero algo nos hace sospechar que tan honrado gesto no va a ser atendido sino que el propio mensaje agudizará el problema, radicalizando la postura del anónimo meador/a, que más dispuesto que nunca a continuar con la mofa y con la befa seguirá colmando papeleras y haciendo del abnegado Presidente un ser con predisposición a emigrar a las Quimbambas.
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lunes, mayo 21, 2012

Pepe el Mechero

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Pepe el Mechero
(chiste desenrollado)


A ver, el sucedido que a continuación paso a relatar está protagonizado por un caballero... ¿Caballero? Digo caballero aunque lo de caballero es mucho suponer porque a lo mejor fuera del chiste, el comportamiento del protagonista es deleznable e incluso punible, lo que tal vez favorecería calificarlo de ‘sujeto’, que es una palabra que posee un claro matiz delictivo. Pero para no enredarnos en especulaciones que nada aportan a la historia, rebobinaré y diré que el sucedido está protagonizado por un individuo al que una avería en su automóvil lo sorprende en mitad de un páramo —o en lo más profundo de un valle, o en lo más tórrido de una dehesa, o en lo alto de una montaña, o en una selva impracticable, vamos, en un lugar desasistido— y dado a todos los diablos, se apea del vehículo para examinarlo, pero dado también que sus conocimientos sobre mecánica o electricidad/electrónica aplicada (y sin aplicar) son escasos, decide remolcar el coche —un pequeño utilitario de liviano peso— a fuerza de empujones hasta las primeras casas de un villorrio que le queda como a 200/300 m de distancia, que no sabemos cuántas toesas o cuántas verstas son, la verdad. Allí es donde se topa con un lugareño que, apoyada la quijada inferior en una garrota, ve discurrir la vida plácidamente —que es lo que exigimos a todos los habitantes de aldeas y pedanías— mientras guarda un hato de cabras que no supera la media docenita de cabezas.

—Buen hombre, ¿me podría indicar dónde puedo encontrar un taller mecánico? —pregunta el esforzado conductor a la vez que se enjuga con un pañuelo (de hilo y con dos iniciales bordadas en azul) el copioso sudor que perla su frente.

—¿Un taller mecánico? —responde con otra pregunta el nativo como si fuera un gallego cualquiera, rascándose el cráneo bajo la boina, la txapela, la barretina, el sombrero cordobés, el cachirulo o la montera, aunque lo más probable es que se rasque bajo una gorra de visera de las que lucen publicidad de maquinaria agrícola o de alguna caja de ahorros rural de las que facilitan créditos y seguros contra las adversidades meteorológicas, en especial contra los devastadores efectos del pedrisco en las cosechas.

—¿Un taller mecánico dice? Pues no señor, de eso no tenemos aquí.

El conductor, cariacontecido, resopla y baja los brazos rendido ante la evidencia. Tal vez, presa de la angustia, no ha advertido que lo pequeño de la población no la hace propia para albergar un taller como el que requiere. Con todo, tienta a una nueva posibilidad:

—¿Y teléfono? ¿No hay un teléfono público donde llamar a una grúa?


(Hay que hacerse cargo que el sucedido se desarrolla en la época donde el teléfono móvil, o celular como dicen nuestros hermanos del otro lado del charco, o no ha sido inventado o aún es un bien escaso.)

—No señor, tampoco hay teléfono porque el que teníamos en la tasca del Eladio se desgració en una tormenta.—Tras la información, el cabrero enmudece como debían enmudecer los filósofos griegos después de soltar una hipótesis o un teorema.

Pero después, el supuesto pastor —porque a lo mejor no es pastor en el sentido profesional del término y cuida cabras como mascotas y no como fuente de ingresos —, viendo que al forastero se le saltan las lágrimas (fuera de chiste explicamos que necesita con toda urgencia llegar hasta la villa de Roa que es donde se le casa una hija y él actúa de padrino en la ceremonia) por la desesperación, se apiada de su alma cansada e indica:

—Pero mire, en la casa de allí (y señala una casa humilde, de mampuestos pizarrosos, una casa perfectamente integrada en el severo paisaje) la que tiene la ventana con el cristal roto, vive Pepe el Mechero. Hable con él que seguro que le echa una mano.

El conductor, emocionado y con sonrisa animosa de quien ve el cielo abierto, da las gracias al lugareño y emprende el camino que en poco tiempo le hace alcanzar el domicilio del tal Pepe el Mechero. Llama a la puerta y al rato aparece un hombre ataviado de mono verde con logotipos de los tractores John Deere y con una naranja a medio pelar en la mano (para más inri es la hora del almuerzo).

—Perdone la molestia, amigo... ¿es usted Pepe el Mechero?

—Sí señor, para servirle a Dios y a usted —responde el interpelado utilizando el formulismo escolar de otro tiempo, de los tiempos en que aún la escuela era un lugar donde se educaba a los infantes en campos ya tan denostados como la urbanidad y las buenas costumbres, un formulismo por la que asoma, empero, la humildad teñida de nobleza de las buenas gentes del agro.

—Mire, es que se me ha estropeado el coche y el señor aquel de las cabras...

—Ah, sí, el señor Paco...

—Eso, el señor Paco sería, que me ha dicho que usted, que Pepe el Mechero, me podría ayudar...

—Eso está hecho, caballero, no se preocupe, ¿dónde tiene el coche?

Y el conductor señala a lontananza sin advertir que Pepe el Mechero, célere, ha entrado de nuevo en la casa, ha soltado la naranja y se ha limpiado los hocicos con una servilleta a cuadros de las de toda la vida del Señor, las que a diferencia de las modernas de papel de usar, engurruñar y tirar, saben guardar los aromas honrados de las manzanas reinetas y los cocidos suculentos. Sacudiéndose las manos, Pepe el Mechero aparece de nuevo en el umbral y se pone a disposición de nuestro atribulado protagonista.

—Hala, vamos para allá.

Durante el corto trayecto que les lleva al vehículo, el conductor y Pepe el Mechero hablan de algún asunto trivial o utilizan lugares comunes para referirse a las contrariedades a que está sujeto todo propietario de automóvil, su tendencia a averiarse y mucho más cuanto más necesarios se hacen, etc. También dicen algo de unas nubes o de los campos de cereal. (El señor Paco, el de las cabras, se había marchado cuando pasaron frente al lugar que ocupaba y que ya quedó reseñado antes.)

Una vez llegados al coche, Pepe el Mechero, sin quitar sus observadores ojos de sus abrillantadas superficies, saca de un bolsillo trasero un enorme pañuelo, o trapo, o gamuza, manchado de grasa y comienza a dar vueltas en torno al vehículo con escrutadora mirada mientras silba unas notas pertenecientes al pasodoble 'Marcial, qué grande eres' sin dejar de restregarse las manos con la pieza de tejido.

—Abra la tapadera —ordena con decisión, con seguro aplomo.

—¿La tapadera? Ah, se refiere usted al capó.

El conductor obedece con rapidez, confiado en una pronta solución del mecánico alifafe. Ya se ve en la colegiata de Roa (si nuestras fuentes no yerran al indicar que en Roa hay colegiata), ataviado con su traje nuevo y su corbata gris perla dando el brazo a su hija, la Margarita, acompañándola por el recorrido que entre las filas de bancos eclesiales y tapizado de roja moqueta la llevará a unirse en santo matrimonio con Luisito Guzmán, un pollo propietario de una zapatería. La imagen le emociona tanto que hasta hace aparecer una breve lagrimita que no cuida de disimular toda vez que Pepe el Mechero inmiscuido como está examinando los entresijos del motor, no lo observa.

Son dos minutos de permanecer expectante, los dos minutos que llevan a Pepe el Mechero a tocar allí con la punta de un dedo, a levantar un cablecito haciendo pinza con otros dos dedos, a golpear un conducto, a agitar un depósito... Después, Pepe el Mechero carraspea, se aclara la voz y pregunta:

—Oiga, amigo ¿este coche funciona a gasolina?

—¿A gasolina? ¿cómo que a gasolina? Sí, sí; claro que es de gasolina, además, le puse veinte litros hace nada. —responde el conductor algo asombrado, algo amoscado, un fatal presentimiento hace que la imagen de verse del brazo con la Margarita dentro de unas horas en la colegiata de Roa estalle como un globo aterrizado sobre un cactus.

—Pues entonces, amigo —le contesta Pepe el Mechero— si la avería no es por culpa de la gasolina... va a ser problema de la piedra.
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Glosa: Como observamos, las limitaciones técnicas -a pesar de la buena voluntad que a todo le pone- que presenta Pepe el Mechero le han granjeado su apodo. El ser considerado el 'manitas' del pueblo aunque sus conocimientos mecánicos se basan en piedra/gasolina, elementos básicos en el funcionamiento de un mechero, nos hace deducir su incapacidad para arreglar la avería del coche. En todo caso, había que aclarar este punto para los lectores de las modernas generaciones, toda vez que la obsoleta tecnología de un mechero, artefacto al que le queda poca vida útil, hace incomprensible para ellos el desenlace del chiste.
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jueves, mayo 17, 2012

Solución al Damero Mardito, nº 37 (mayo)

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A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº 37, mayo), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.


"Quería encontrar el tipo de mujer española que había visto en algunos libros; pero aquellas mujeres de palcos y galerías tenían de español solo la mantilla y el abanico."

A. Trucaje
B. Grillo
C. Ayas
D. Ulpia
E. Tablón
F. Irene
G. Equismal
H. Rommel
I. Visontes
J. Idear
K. Albanés
L. Jocundo
M. Enhiesta
N. Piqué
Ñ. Ostraca
O. Ropilla
P. Esperab
Q. Señale
R. Payaso
S. Aquello
T. Ñongo
U. Allende

Acróstico: T. Gautier, "Viaje por España" 
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jueves, mayo 10, 2012

Placeres Mundanos, nº 25

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¿Es Ud. torpe, es Ud. un gandul o una holgazana? Pues cerdo y frutas


Ocurre en ocasiones que para señalar la incompetencia de una criatura recurrimos a la expresión “tú no sabes ni freír un huevo”, algo erróneo por completo ya que freír un huevo no es nada fácil pues requiere de un arte y unas disciplinas coquinarias cuyo dominio sólo se alcanza tras años de práctica. Por lo tanto, mi propuesta pretende sustituir tan desacertada frase por otra más ajustada al pequeño rapapolvo: “Andaaa, quita, quita de ahí que tú eres tan torpe que no sabes preparar ni un solomillo de cerdo con manzanas y ciruelas”. Ahora sí, ahora sí que podemos causar la vergüenza del motejado de inútil.

Así que para ellos, pero también para todos los que entienden que la cocina se basa en sencillez de preparación + rapidez de ejecución, traigo esta propuesta que sin duda hará las delicias del aficionado, tanto torpe como holgazán, pues aúna perfectamente las dos premisas citadas. Se trata, como digo, del solomillo de cerdo con manzanas y ciruelas (fig. 1)



Veamos. Dependiendo de los comensales que nos van a gorronear y el hambre que traigan dispondremos entre uno y dos solomillos de cerdo que cortaremos en trozos hermosos como de ración. Pero ¡ah, que no se olvide un detalle!, una hora antes, maceraremos en coñac un buen puñado de ciruelas pasas (fig. 2) Al efecto eché mano de un coñac chungaleta, pero de gran capacidad evocativa: coñac Terry, el de la malla amarilla que nos poníamos de niños en la cabeza para parecer personajes goyescos.

Okey, basta de detalles pictóricos y prosigamos: Efectuadas tan sencillas operaciones procederemos a sellar la carne con alegre fuego, haciendo descansar los cachos en amplia sartén aceitada con un par de cucharadas de óleo (fig. 3). Una vez apartados los trozos los salpimentaremos (fig. 4) y pasaremos a trocear un par de manzanas y una cebolla grande (servidor utilizó dos pequeñas de esas moradas tan azucaradas por lo que decidió emplear manzanas ácidas para contrarrestar tanto dulzor, que es mu malo para la ciática) (fig. 5).


 Bien, tras ello, el aceite empleado en el sellado más el correspondiente juguillo obtenido, lo verteremos en una olla rápida a la cual añadiremos la carne, claro, la manzana, la cebolla y el coñac de la maceración. Tapamos la olla, le damos caña y en cuanto empiece a salir el pitidito contamos del orden de 8 minutos, tiempo que podremos emplear en jugar una manita rápida de parchís si tenemos la suerte de que aún nos viva nuestra abuela.


Concluida la cocción, dejamos que la olla —qué bonita rima tiene la palabra— pierda presión, abrimos y completamos  el mejunje con las ciruelas pasas ya hidratadas. Removemos (la manzana y la cebolla formarán como un puré) y dejamos que cueza todo a fuego lento dos o tres minutillos más (fig. 6). Ya está. El plato está listo para servir. ¿No querían rapidez?

Confesión: El semi-desastre ocurrió con la guarnición ya que para acompañar el plato preparé unas patatas al horno cortadas en tiras, pero dado que se me olvidó aceitarlas, al final se me quemaron de manera harto curiosa. Así que la soberbia composición que muestro en la foto final con hojita de lechuga inclusive, se afea un poco por culpa de las malditas patatas. ¿Pero qué pasa?, ¿es que acaso ustedes son infalibles o qué?, ¿qué pretenden?, ¿hundirme en el desprestigio? Miraaaa, miraaa ahí don Perfecto y doña Perfecta… Huuuuuuuuy, todo lo hacen bien… Huuuuuy, nunca la cagan... Qué gente más odiosa son Uds.



En contrapartida y para demostrar que hasta de manera muy indirecta del cerdo todo se aprovecha, la quemazón de las patatas produjo un objeto al que el azar le ha dado categoría de artístico. El papel vegetal dispuesto sobre la bandeja del horno, tomó inopinadamente estos colores y estas texturas. Vamos, que mañana o pasado lo mando a enmarcar. ¿La época de Mali de Miquel Barceló? Bah, ríanse de ella al lado de este prodigio:

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lunes, mayo 07, 2012

Damero Mardito, nº 37 (mayo)

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Tienes.un.mensaje.huevo 


Estimada Frau Mílena:

Le escribí unas líneas desde Praga y luego desde Merano. No ha habido respuesta. Por supuesto, esas líneas no exigían contestación inmediata y si su silencio no es más que señal de una relativa bienaventuranza -lo cual con frecuencia se traduce en una cierta resistencia a escribir- me doy por satisfecho. Pero también existe la posibilidad -y por eso le escribo- de que en mis líneas la haya herido de alguna manera. ¡Qué torpe sería mi mano, contra toda mi voluntad, si ése fuera el caso! O bien -y eso sería mucho peor por cierto- que ese momento de sereno respiro, al cual usted aludía, haya pasado y una vez más se inicie una mala época para usted.

Debí advertirte que, en general, no utilizo calzoncillos pero he decidido que cuando se produzca nuestro primer encuentro en Gmünd, estrenaré unos que he adquirido en los almacenes Effenberg. Son de color carne y están ribeteados de cintas bordadas.

P. D. Mi hermana Ottla ha gestionado mi pasaporte. El empleado trató de seducirla y por lo visto ha tenido éxito.

Suyo, F. Kafka.

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¿Dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, gratis total en su kiosco habitual. Aquí: El Damero del Vecind(i)ario
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viernes, mayo 04, 2012

Maravillas del Mundo, 16

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A vueltas con lo único

El tratamiento nutritivo “Superdinam”, que apareció en el comercio por correo durante el periodo más duro de la hambruna de 2036, tuvo efectos contraproducentes entre los compradores, ya que a muchos de ellos los inclinó a practicar el canibalismo.

No fue para menos, pues aunados el deseo venéreo y el apetito canino, tanto los hombres como las mujeres que adquirieron el producto se entregaron a la orgía y a la antropofagia en plena calle y a la vista de las personas de orden y de unas autoridades que, ante la avalancha de seguidores del tratamiento, se mostraron incapaces de controlar la situación.

No pasó mucho tiempo hasta dar pábulo a las hazañas de Edelmiro Wanski, vecino del Sector NeoManchego, del que se contaba que logró ayuntar con dieciséis mujeres seguidas a las que posteriormente descarnó las crestas ilíacas; o el también famoso caso de Romera Dolomitas, conocida como la Araña Succionadora por su afición a chupar el tuétano de los huesos de sus amantes instantáneos.

Como era de esperar, tras el éxito de “Superdinam”, aparecieron en el mercado sucedáneos y partidas adulteradas del producto original que en poco tiempo acabaron con su crédito. Finalmente, el ukase promulgado por el entonces gobernador Excmo. Sr. D. Roberto Maíllo, determinó el cierre de la fábrica y sede social de “Superdinam”, condenando hasta el último operario a trabajos forzados en la reconstrucción de Nueva Albacete. 
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Podrá encontrar más "Maravillas del Mundo" en este mismo blog utilizando el buscador que ponemos a su disposición en la esquina superior izquierda de la pantalla. No deje de ilustrarse sobre el futuro que nos llega.
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