martes, enero 31, 2012

Maravillas del Mundo, 15

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Efectos secundarios


El estricto régimen alimenticio a que nos vimos sometidos los pobladores del Sector Medio-Occidental para paliar en lo posible las hambrunas de 2046, tuvo como paradójica consecuencia un aumento de la obesidad en todos los segmentos de la población. No era de extrañar desde luego, ya que el alimento que nos llegaba de las fábricas de Guangzhou se limitaba a embutidos de grasas sintéticas y a aquel pan instantáneo que muchos veteranos recordarán, el que se formaba hidratando unas bolas de materia farinácea que luego se aplastaban con la mano, se abrían y se rellenaban de rodajas de aquel chorizo con sabor a pelo quemado. La ingesta de estos productos (completada la dieta con aquellos kiwis diminutos que nos libraban del escorbuto como a una tripulación de piratas prevenidos) fue la causante de que las calles se llenaran de señores gordos como globos, de señoras orondas como palomas buchonas y hasta de niños que parecían albóndigas con piernecitas… (¿Albóndigas? ¡Ay, las albóndigas, aquel manjar olvidado por el que hubiésemos pagado entonces su peso en oro!)

El prestigio de estar delgado creyó encontrarlo mucha gente en el artículo que hoy presentamos, el jabón- gel de ducha adelgazante que se hizo popularísimo cuando su fabricante patrocinó el concurso televisivo “Linche a su vecino”. Lo oneroso de su precio —1.775 Neokópecs el frasco— no impidió su éxito inmediato pues no en vano lo que prometía su publicidad se realizaba: Bastaban tres o cuatro duchas o un simple baño a bañera llena para que tras enérgicas friegas con estropajo de esparto, las grasas acumuladas en el cuerpo, fundamentalmente en el abdomen, muslos y nalgas, se fundieran, se mezclaran con la espuma del asombroso jabón y cayeran al agua formando grandes copos amarillentos que dejaban en la superficie manchas irisadas como el rastro grasiento que deja en el mar un petrolero y al bañista con una arroba menos de tocino. Tal era el poder adelgazante del jabón que bastaba aplicarlo —como el que se afeita—  en la sotabarba y dejarlo allí del orden de tres cuartos de hora para que al enjuagar desapareciera toda presencia de antiestética papada.

No fue hasta pasados seis o siete meses de su lanzamiento a los mercados (el de venta por correo de manera fundamental) que no comenzaron a apreciarse los efectos secundarios de los que el fabricante no había advertido: El jabón-gel adelgazante provocaba impotencia en los caballeros, ceguera en las señoras, con especial incidencia entre las menopáusicas, y raquitismo entre la población infantil. También se caían los dientes. Todo ello, junto con los cientos de miles de denuncias que fueron desestimadas por la justicia, provocó el rechazo en forma de revueltas callejeras del artículo milagroso. Pero al final no pasó nada. Al poco tiempo, otros y más novedosos productos comenzaron a ilusionarnos.

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Podrá encontrar más "Maravillas del Mundo" en este mismo blog utilizando el buscador que ponemos a su disposición en la esquina superior izquierda. No deje de ilustrarse sobre el futuro.
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lunes, enero 23, 2012

Placeres Mundanos, nº 24

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Espirales de hojaldre relleno, estreno de brocha


Toda vez que en el reparto de regalos del ‘Amigo Invisible’ efectuado el pasado Día de Reyes me tocó en suerte una brocha de silicona para la cocina, necesitaba una receta adecuada para estrenarla. Sabiendo de mis ansias, mi amiga Kate, presidenta del Club del Bacalao de Hortaleza, me instó a conocer de su mano los secretos del hojaldre, sugerencia que acepté de inmediato porque soy fácil para dejarme querer y porque la receta que me propuso parecía a priori muy atractiva y adecuada para saltarse a la torera sus indicaciones. El resultado es tal el que presento, estas espirales de hojaldre con queso, jamón y gambas.

Bueno, lavadas muy bien lavadas las manitas, surtidos de los ingredientes que vamos a precisar y ataviados con el delantal, comenzaremos el proceso: Lo primero es hacernos de una masa de hojaldre de las que venden en los refrigerados del super/hiper. La amiga Kate me recomendó el hojaldre del supermercado Lidl, pero como tal establecimiento me caía a trasmano el día que me puse a jugar a las cocinitas, lo sustituí por hojaldre marca ‘La Cocinera’.  Fue al desplegar sobre la encimera el enrollado producto cuando me llevé la sorpresa de ver que la fina masa era redonda, no rectangular, que parece una figura más indicada para esta receta. Dio igual, porque armado de valor tiré palante.

 
Lo primero fue pelar como un ¼ kg de gambas gordas y crudas y dejar sus cuerpecillos descabezados descansar sobre papel absorbente (fig. 1). Desplegado, como dije, el círculo hojaldresco sobre su papel protector, dispuse una capa de queso en lonchas (fig. 2). Realmente, alicatar de cuadrados una superficie redonda es un agudo problema geométrico que solventé con mi no menos agudo ingenio y el recuerdo de Mondrian. Tras el estrato quesero, sobrepuse otro de jamón serrano de gama chunga —tampoco merece la pena tirar de pata negra— que consideré mejor que el jamonyó de la receta original (fig. 3). Para terminar, coloqué las gambas en pelota en formación regular tal como puede apreciarse (fig. 4)

Tras esta primera fase vino la ejecución del enrollado (háganlo prieto, por favor), operación que se iba completando con pliegues laterales para que el contenido no se desparramara. También, con un tenedor, fui haciendo perforaciones en la masa a medida que se iba formando el cilindro para facilitar su cocción (fig. 5). El resultado —¡no se alarmen señoras!— es esta especie de somolotroko, esta especie de pollo grande que de ser oscuro hubiera parecido cierto miembro amputado de un mandingo (fig. 6). Armado de un cuchillo afilado corté en rodajas de 2 cm el cilindrazo relleno (fig. 7) que una vez colocadas en la bandeja de horno sobre el mismo papel protector barnicé de huevo batido dándole finalmente sentido funcional a la brocha de marras (fig. 8).

Precalentado el horno a 200º, introduje la bandeja, aminoré la temperatura a 180º y dejé que el chisme funcionara durante 20 minutos. Antes de sacar el comestible apliqué un poco de ventilador/gratinador 5 minutos más para dorar las ruedecillas y, ¡hala! se terminó el proceso. El resultado fue el que muestra la imagen final, una cosa muy fina que acompañada de una ensalada de rúcula y pepino y regada con un vinillo joven, constituyó motivo de aplauso entre los comensales. Concretamente dos, porque los otros… o a uno no le gustan las gambas, a otro no le gusta el hojaldre, a otra no le gusta el queso…  Y es que a esta gente vulgar los sacas del huevo frito con papas y los descolocas. Que les den, pero morcilla.


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jueves, enero 19, 2012

Perfil gemelo

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Desestimé el amor de Elena porque la curvatura de su cuello, el dibujo de su barbilla, el nítido  arabesco de los labios y la arista de la nariz, eran idénticos a los de tía Leonor. Un perfil gemelo.

No fue una revelación paulatina, sino al contrario, inmediata y alarmante. De la misma intensidad con que un día me sorprendió frente al espejo el rostro de papá puesto sobre el mío, convertido yo en él, practicando la misma gesticulación, incluso en el detalle de los más odiados ademanes.

Lo mismo sucedió con Elena. Sobre ella se impuso la imagen de tía Leonor, la hermana de papá. En ella se instaló por tanto la presencia de tía Leonor vestida con abrigo de falso astracán, la tía Leonor de rutilante bisutería y de peinado formando caracolas endurecidas de laca, la del bolso negro de imitación piel y la estilográfica turquesa con que firmaba los documentos de mi ingreso, acompañada por el cabeceo aquiescente del doctor Costart cotejando las cifras de unos talones.

Su presencia, digo, se interpuso entre nosotros ensuciando nuestra relación con una pátina incestuosa. Acceder entonces a la boca enamorada de Elena, a su apetencia de besos, se convirtió en un ejercicio desabrido, tanta era la fuerza de la evocación y tanto es el poder de un perfil, de una ondulación. Desde entonces nunca tuve valor de explicar a Elena los motivos de mi apatía, de mi renuncia al juego de las caricias. Mi cobardía era mayor que observar con dolor su desconcierto.

Al principio no fue así desde luego. Conocí a Elena cuando al iniciarse mi nuevo estado y el trasladarme de ciudad, implicó la urgencia de alquilar un apartamento. Aquello me hizo visitar un gran número de agencias inmobiliarias. En una de ellas trabajaba Elena como vendedora a comisión. Sentí un estallido.

Para ingresar en su vida, adopté la antigua técnica de la emboscadura. Me apoyé en visitas innumerables a la agencia para interesarme por apartamentos que nunca alquilaba o para pergeñar cualquier excusa económica o una duda sobre la disposición de las habitaciones o el emplazamiento. También, esperar el fin de su horario apostado en las cercanías para luego forzar un casual encuentro se convirtió en una peripecia emocionante.

Ya lo dijo alguien: Todo enamorado es un merodeador.

Finalmente contraté un minúsculo estudio con cocina americana. La llave que me entregó Elena vino acompañada de su corazón, y a la misma vez que abrió la puerta de aquel séptimo cielo, sirvió para encerrar en el más recóndito pliegue del cerebro las consultas con el doctor Costart, los tratamientos agotadores del sanatorio.

El agua helada. La electricidad.

Fueron días felices. De aquellos de leche y miel, de vino y rosas. Pasear cogidos de la mano fue la fuerza que destruyó las sombras. En ningún momento la mano de Elena atrajo la imagen de la otra mano: La de tía Leonor acompañándome a la primera reunión con el doctor Costart. La mano que rellenaba impresos y rubricaba protocolos con tintineo de pulseras. El amor de Elena hizo que se disiparan las nubes y encontré en su abrazo no sólo la paz sino lo que meses antes creía imposible: El olvido.

Por todo ello traduje el amor de Elena en la decisión radical de abandonar la medicación.

Por lo demás, no me resisto a ufanarme orgulloso: Elena no sólo me amaba sino que sobre ello mostraba hacia a mí una completa adoración, a la que se unía la circunstancia de ser, en sus mismas palabras, el primer hombre de su vida. Cualquier muestra de virtuosismo banal por mi parte la llenaba de asombro. Podía admirar tanto mi velocidad resolviendo crucigramas como mi entonación tarareando viejos boleros. Llegué a probar sutilmente juegos de sumisión y tensé el hilo de oro que nos unía sin que llegara a romperse. No dudo que Elena hubiera aceptado todas mis dosis de perversión sin reproches. Ahora la modestia me impide enumerar el resto de circunstancias que me hicieron aparecer ante ella como un pequeño dios. ¡Cuánto la amé!  Tuve que dar la razón al aserto: “Qué desvalido se encuentra el hombre frente al halago”.

Pero luego, tal vez un día o una noche, el cable de la lámpara de pie desenrollado en el suelo dibujó el perfil. La casualidad nos arruinó. Aquellas inflexiones asociaron a ambas mujeres y la boca de Elena se llenó de oscuridad, de las tinieblas del falso astracán de tía Leonor, de sus perfumes antiguos, de su mano cerrando los ojos de papá recién muerto. Se me hizo insoportable, por tanto, mantener aquel amor inoperante que me llevaba a la renuncia de los besos.

Nunca tuve valor de explicarle los motivos de mi desinterés. Elena naufragaba en el desconcierto y mi poca apetencia hacia ella la achacaba a diversas circunstancias pero excusando siempre mi actitud.

La ruptura llegó a ser brutal, pero en ningún momento Elena trató de incomodarme. Jamás visitó el hotel donde me trasladé, nunca me asaltó en la calle. Sólo se limitó a dejar mensajes telefónicos en el contestador automático. Su voz allí era una letanía de ruegos, una sucesión de hipidos entre los cuales solicitaba explicaciones. Después volvía a llorar y yo soltaba el teléfono que se movía oscilante sin tocar el suelo. Tumbado en el sofá, apoyaba la cabeza en el regazo cálido de tía Leonor desde donde llegaba la leve fragancia de la naftalina. Desde mi posición, su perfil adquiría toda su intensidad. A la vez, su mano se hundía displicente en mi pelo, rastrillándolo con dulzura, acompañada por el tintineo de las joyas y su voz en un susurro: “Tonto, bobito. Teniéndome a mí”.


© Sap.  es.humanidades.literatura
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lunes, enero 16, 2012

Solución al Damero Mardito, nº 33 (enero)

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A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº 33, enero), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.

"Y no sólo eso, sino que todos sus habitantes sentirán un gran orgullo de que sus antepasados pertenecieran a la raza de don Quijote. Quizá, incluso, les levanten monumentos."


A. Jabonés
B. Otrosí
C. Silueta
D. Esquinera
E. Mendrugo
F. Assassin
G. London
H. Luchas
I. Ópalo
J. Retozo
K. Quezón
L. Unguis
M. Impeled
N. Estanques
Ñ. Lentas
O. Coquina
P. Ordenas
Q. Yantar
R. Oled
S. Tunantes
T. Evento

Acróstico: José Mallorquí, "El Coyote"
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lunes, enero 09, 2012

2011. Resumen del año lector

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Hala, a ver quién tiene repes. (El asterisco indica relectura).


LECTURAS AÑO 2011

1. “RIÑA DE GATOS” Eduardo Mendoza

2. “EL TIEMPO ENTRE COSTURAS” María Dueñas

3. “DÉJAME CONSOLARTE” Corín Tellado

4. “PEQUEÑOS DELITOS ABOMINABLES” Esther Tusquets

5. “POR LA PARTE DE SWANN” Marcel Proust

6. (*)“LAS APARIENCIAS” Antonio Muñoz Molina

7. “SANGRE SABIA” Flannery O’Connor

8. “ANATOMÍA DE UN INSTANTE” Javier Cercas

9. “LAS CIEGAS HORMIGAS” Ramiro Pinilla

10. (*) “EL RAPTO DE LAS SABINAS” Francisco García Pavón

11. “A LA SOMBRA DE LAS MUCHACHAS EN FLOR” Marcel Proust

12. “A VUESTROS CUERPOS DISPERSOS” Philip J. Farmer

13. “LOS HEREJES” Humphrey Slater

14. “CONVERSACIONES CON WOODY ALLEN” Eric Lax

15. “QUIETO” Màrius Serra

16. (*) “NADA DEL OTRO MUNDO” Antonio Muñoz Molina

17. “LA NIEBLA Y LA DONCELLA” Lorenzo Silva

18. “AGUIRRE, EL MAGNÍFICO” Manuel Vicent

19. “EL ALQUIMISTA IMPACIENTE” Lorenzo Silva

20. “SÉ LO QUE ESTÁS PENSANDO” John Verdon

21. “LOS ENAMORAMIENTOS” Javier Marías

22. “PÍO BAROJA” Eduardo Mendoza

23. (*) “SI TE DICEN QUE CAÍ” Juan Marsé

24. (*) “BELTENEBROS” Antonio Muñoz Molina

25. “CALIGRAFÍA DE LOS SUEÑOS” Juan Marsé

26. “GUERRA Y PAZ” Lev Tolstói

27. (*) “EL INVIERNO EN LISBOA” Antonio Muñoz Molina

28. (*) “EL REINADO DE WITIZA” Francisco García Pavón

29. (*) “BEATUS ILLE” Antonio Muñoz Molina

30. “NÉMESIS” Philip Roth

31. “EL JUEGO DE CLAUDIA” Laura Sánchez Becerra

32. “LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL” Gustave Flaubert

33. “EL ACIAGO DEMIURGO” Emil M. Cioran

34. (*) “EN AUSENCIA DE BLANCA” Antonio Muñoz Molina

35. (*) “CARLOTA FAINBERG” Antonio Muñoz Molina

36. “LA AGONÍA DE FRANCIA” Manuel Chaves Nogales

37. “LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS” Bartolomé Bennassar

38. “CUERPOS Y ALMAS” Maxence van der Meersch

39. “CARPE DIEM” Saul Bellow

40. “LA MUCHACHA DE LAS BRAGAS DE ORO” Juan Marsé

41. “BOMARZO” Manuel Mujica Láinez

42. “LA RETICENCIA DE LADY ANNE” Saki

De todo ello y dejando aparte las relecturas, el podio de este año lo ocuparían:

9. “LAS CIEGAS HORMIGAS” Ramiro Pinilla
38. “CUERPOS Y ALMAS” Maxence van der Meersch
41. “BOMARZO” Manuel Mujica Láinez


Por el contrario, los más señalados muermos serían:

3. “DÉJAME CONSOLARTE” Corín Tellado
4. “PEQUEÑOS DELITOS ABOMINABLES” Esther Tusquets (éste con categoría de chuminá de la tía Carlota).
39. “CARPE DIEM” Saul Bellow
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martes, enero 03, 2012

Damero Mardito, nº 33 (enero)

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Ni un pelo de tonto


De las muchas excentricidades que practicó en vida el animoso Adelardo Pacharán, viene a bien que recordemos hoy (pues fue una decisión que tomó con el vigor con que se emprenden los proyectos al nacer el Año Nuevo) su gusto por dormir con la cabeza cubierta. No nos referimos desde luego a que se la tapara con las mantas, edredones o cobijas de su cama, sino que se tocaba de cualquier gorro o prenda similar. Ciertamente su idea venía avalada por una incuestionable verdad científica: el calor que concentra el cuerpo humano se pierde por la cabeza, como si nuestra especie fuera una enorme cerilla encendida. Esta certeza la adornó Adelardo con la variedad de su numerosa colección de gorros, gorras y sombreros, siendo así que elegía uno distinto cada noche anunciándolo a su esposa desde el cuarto de baño: “¡Bernardina (su esposa se llamaba Bernardina), cariño, prepárate que hoy me toca la boina!” Minutos después, Adelardo Pacharán se presentaba con la cabeza así ataviada dispuesto a compartir el tálamo.

A consecuencia de este comportamiento, las trifulcas conyugales antes de dormir fueron frecuentes, no ya porque Bernardina se quejase de que meterse en el lecho con su marido emboinado era como hacerlo con don Pío Baroja sino porque en sucesivas jornadas la sorprendió cubriéndose con una montera de torero, una gorra de béisbol, un sombrerito tirolés con su pluma y hasta un charolado tricornio de Guardia Civil (que por cierto, encontró muy cómodo como apoyacabeza). Pero todo terminó el día que tras muchos ruegos y la promesa de ser el último en seguir con esta conducta, Adelardo Pacharán consiguió encamarse llevando en la cabeza un sombrero de mariachi mejicano... “Ustedes no saben lo que me hizo sufrir a mí este hombre”, era la queja a la que Bernardina, ya viuda, nos tenía habituados.   

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