jueves, diciembre 27, 2012

Placeres Mundanos, nº 27

.

Raclette: Jugar a los cacharritos


Hace unos días recibimos en casa alborozados el regalo de una raclette por parte de nuestros queridos primos de Alemania. ¿Y qué es eso?, preguntará el ignorante lector que no siendo cliente del Lidl, pasee ahora mismo sus ojazos por estos renglones. Pues verá, yo se lo explico, dama o caballero: Una raclette es tanto un artefacto de origen suizo como el nombre de un tipo de queso también suizo, un aparato a medio camino entre la fondue helvética y la plancha de toa la vida. (¿Es Ud. suizo? No, yo no soy su-izo, soy mi-izo).

Como digo, el aparato tiene su origen en el país donde se ideó el reloj de cuco y la navaja multiusos, pero su popularidad se ha extendido tanto por Alemania que son muchos germanos los que creen suya tal invención, siendo así, que desde unas décadas a esta parte, la cena habitual de Nochevieja en muchos hogares tedescos se ha institucionalizado en torno a una raclette y a su singular modo de preparar y fagocitar los alimentos.

Sin enredarme ahora en una lección de historia de la gastronomía que nos lleve a los valles y montañas donde habitaron Heidi y su abuelito, pasaré sin dilación a explicar el manejo de la raclette moderna y en cómo debemos comportarnos cuando nos inviten a cenar con ella de por medio.

 Como adelanté, el aparato cocinador consiste básicamente en una resistencia que calienta una plancha en la parte superior y una zona de “fundición quesera” en la inferior (fig. 1). La raclette es eléctrica y se dispone en el centro de la mesa, por lo que debemos tener prevista una cercana toma de corriente. Los comensales, sentados o de pie o a la pata coja, que hay gente muy rara, se dispondrán en torno a ella y cada uno gozará para su uso particular —aparte de plato y cubiertos— de una sartencilla especial y una espátula de madera para raclettear (o sea, rascar) (fig. 2).




El modus operandi consiste en un sencillo “hágaselo Ud. mismo” o como hubiera dicho el Mahatma Gandhi, “que cada perro se lama su cipote”. Quiero decir que una vez dispuestos los alimentos alrededor del cacharro (fig. 3), cada comensal se servirá en su sartencilla lo que le venga en gana con mayor o menor fortuna en la combinación de texturas y sabores, lo cubrirá con una loncha de queso,  colocará esta sartén de la Señorita Pepis bajo la plancha, esperará a que el queso funda y de ahí al plato y luego a la boca.

En efecto, el queso indicado para la raclette es el también llamado… raclette. Un queso muy aromático y suave hecho con leche de vaca. El de la imagen (fig. 4) lo encontré en la charcutería del hiper Alcampo (no llegó a 6 pavos el medio kilo) y solicité de la amable dependienta que me lo cortase en lonchas finas. Así lo hizo hasta que, dada su forma triangular, empezaron a sangrarle las puntas de los dedos a la pobre. La marca adquirida fue “Pere Eugene” —sírvanse de poner Uds. los acentos—, acreditado fabricante de quesos helbético (lo escribo con B porque parece que el tal Tío Eugenio era seguidor der Beti güeno).

En este mi primer experimento, y para ahorrar cacharrerío que puede llegar a ser infinito, agrupé las viandas en unos pocos platos, siendo el primero el del dichoso queso. Luego, dispuse cebolletas, calabacines y champiñones (fig. 5). En otro, espárragos verdes, tomates cherry y patatas churry (fig. 6). En el de más allá, chistorras troceadas y carne de cerdo ibérico cortada en finas tiras (fig. 7). 




Finalmente, también presenté unas anchoas (fig. 8) y pan cortado en finas rebanadas. Como digo, las combinaciones y la inclusión de otros elementos (por ejemplo, piña o gambas) se supedita a la imaginación y gusto de cada uno.

Encendido el aparato, lubricaremos con un poco de aceite de oliva la superficie de la plancha y cada cual irá depositando en ella lo que crea conveniente, principalmente, claro está, la carne. A la espera de que lo dispuesto se vayan cocinando (fig. 9), charlaremos alegremente (aunque advierto que la charla se basa en un patrón repetido: “Pásame esto, pásame aquello, ¿esto es tuyo?, ¿me pasas la sal?, ¿Y pimienta, no habéis traído la pimienta?”, etc). Acto seguido, pondremos lo cocinado en las sartencillas, cubriremos con queso y esperaremos que funda en el piso de abajo a la vez que vamos preparando la siguiente combinación, ¿me siguen? En nuestro caso fuimos 4 los manducantes y dado que disponíamos de 8 sartenes, pudimos apañarnos la mar de bien a un ritmo incesante, pero que a poco que uno se descuide, llega a estresar.

De todas las combinaciones que ensayé, me quedo sin duda con lo que he bautizado como “Bocadito arracletado del Tío Sap”, esto es: Se coloca una rebanada fina de pan —previamente tostada en la plancha—, sobre ella y con el aditamento de una rodajilla de champiñón como colchón, hacemos dormir un ‘ménage à trois’ de anchoas que cubriremos decentemente con un pimiento del piquillo a modo de manta. Ocultando el conjunto, la susodicha sábana de queso y p’adentro. Un par de minutos bastan para que el calor haga de todo un todo con resultados para el paladar ciertamente brillantes (fig. 10).



Sin duda la experiencia resultó ser muy interesante y divertida (era un poco como jugar a la cocinita de Pin y Pon)  aunque, a riesgo de que los ortodoxos me salten a la yugular, me gustaría repetirla, pero esta vez a cielo abierto durante una noche veraniega, suave y tranquila, como las que por ejemplo, se dan en Karlsruhe en el mes de agosto y teniendo como acompañantes a los primos que nos regalaron tan singular aparato. Según me comentan, tan fuera de fecha, el escándalo y pitorreo por parte de los vecinos parece estar garantizado.
.


domingo, diciembre 23, 2012

Felicitación, 2012


.

Como cada año, acuso recibo del tarjetón que con toda amabilidad me remite un querido amigo de este blog, el Sr. Sieso, agente infiltrado en la Blogosfera por las combativas "Brigadas Scrooge". 
 
 
.

viernes, diciembre 14, 2012

Crisis, what crisis?: Ayudemos a Rafael.

.


Si en las guerras del Amor cualquier fin y el uso de toda clase de armas están justificados, la táctica empleada por el redactor de este pasquín — que encontré fijado cerca de la entrada del bar donde desayuno—, tan adaptada a los aciagos tiempos que vivimos, la auguro exitosa. En esta exposición de tribulaciones sentimentales, empero, se cuelan dos elementos que ayudarán al firmante a la consecución del objetivo: Su aseveración de que a pesar del hundimiento económico del país, tiene pagada su hipoteca y goza de un trabajo fijo.

Junto a tales ventajas, Rafael —que así se hace llamar nuestro hombre— no pone trabas a la edad de las candidatas, siendo amplísimo su espectro: desde los 35 a los 50 años. En cambio, la amenaza que como rúbrica estampa al final del texto, llena de consternación a cualquier lector sensible: Rafael está decidido a abandonar España si no se atiende su petición.

Por todo ello, y porque es fácil advertir que Rafael debe ser una buena persona, animo a las innumerables señoras seguidoras de este blog a que, si reúnen las condiciones requeridas, se pongan en contacto de inmediato antes de que el peticionario, atendiendo la llamada del Canadá por su necesidad de mano de obra, se embarque en el primer avión con el corazón destrozado. En nuestro país no sobra desde luego gente así.
_________________________
No deje de visitar otras entradas de la fastuosa serie "Crisis, what crisis?":
- Me pareció ver un lindo gatito.
- Bailando.
- Corrección.
- El huevo duro.
- Cuando ya se vendió todo el oro.
- La buena letra.
etc.

jueves, diciembre 06, 2012

Damero Mardito, nº 44 (diciembre)

.

Fetichismo ilustrado


"Reconozco mi vicio y sus consecuencias, pero me resulta imposible leer si al mismo tiempo no estoy comiendo. Entiéndaseme: no es que me lleve el libro a la mesa familiar durante el almuerzo o que abra el periódico en el bar a la hora del desayuno. No. Mi vicio es más complejo y a lo que creo, menos habitual. Verán: el acto de leer debe producirse siempre en el mismo sitio, esto es, mi sillón favorito. Pero necesariamente debo ejecutarlo comiendo —en general un bocadillo— porque ya no entiendo la lectura si el ritmo del relato o la eufonía de los versos no vienen acompañados por la sonoridad mezclada de la masticación y la garganta degluctiva. Este ritual es la causa de que las páginas de todos mis queridos libros se encuentren llenas de manchas. Manchas de grasa, de aceite vegetal, manchas coloreadas por el pimentón del chorizo, manchas acompañadas a veces por restos de pan endurecidos que se acumulan en los intersticios del papel. Asumo que se me pueda acusar de sucio e indolente pero en mi defensa puedo argüir que he acabado especializándome y por tanto, sofisticándome.

A la larga, la acción subconsciente ha hecho que determinados autores luzcan en sus escritos manchas en exclusiva sin relación aparente; y así, con sorpresa, observo que las novelas de Faulkner se encuentran repletas de rosada grasa del salchichón. A Proust lo reconozco por el ketchup de las hamburguesas; a Joyce por la amarilla mostaza; a Borges por la permanencia olorosa de las manchas de chistorras... y así todos. Hasta Galdós. Las páginas de sus novelas contemporáneas están veladas por el aceite de mis bocadillos de sardinas. La conexión es clara, ¿existe mejor acompañamiento para "Fortunata y Jacinta" que la áurea pringue de unas sardinas en conserva?

P.D.: Esta debilidad tiene su contrapartida: Nunca me prestan libros."


______________________________

¿Que dónde conseguir el Damero Mardito de este mes? Pues como siempre, en su kiosco habitual y gratis total. Aquí: El Damero del Vecind(i)ario

.

lunes, noviembre 19, 2012

Historias Mínimas: La plaza de moscas.

.


Fue que mi hermano Jaec, cuya imaginación era como agua incontenible en un cubo agujereado, dio en inventar la dipteromaquia y construyó con cartulina una plaza para torear moscas a las que previamente había desprovisto de alas. Cuando se aburrió del juego tras muchas tardes de gloria producto de faenas memorables y siendo como era, tan buen comerciante como creador de juegos, trató de vender el coso y todos sus pertrechos a nuestro otro hermano, San Joan. Para engatusarlo bien, desplegó ante él todas las maravillas de la construcción y sus inagotables posibilidades de entretenimiento, pasando a explicarle luego con ejemplos prácticos el desarrollo de aquella lidia de insectos.

La plaza, como digo, estaba hecha de cartulina utilizando la técnica de los recortables: tijeras y pegamento Imedio. El ruedo, como de un palmo de diámetro y pintado de amarillo con lápiz de color, lo delimitaba una barrera a la que no le faltaban burladeros. Alrededor de ella, el escalonado graderío lo pobló de espectadores que eran diminutos muñequitos también recortados, personajes que encarnaban el tópico del tipismo: un gordo con sombrero cordobés fumaba un puro, una señora lucía una mantilla, otros levantaban sus bracitos entusiasmados por lo que acontecía en el redondel, un vendedor de refrescos se paseaba entre el público... Llenar de aficionados las gradas poco le costó a Jaec, acostumbrado como estaba a abarrotar cuadernos de miles de muñequitos apretados que simulaban los ejércitos de sus países imaginarios. Finalmente, sobre toda aquella arquitectura de papel, un último círculo simulaba una arquería dibujada con rotulador.

Pero si todo aquello entusiasmó a San Joan, fue el proceso de la faena lo que lo cegó definitivamente y lo hizo decidirse por la compra. En su enseñanza, Jaec comenzó mostrando cómo se disponía una pequeña caja de cerillas en una apertura que a manera de chiquero se comunicaba con el ruedo. Sólo había que empujar con un dedo el cajoncillo de la cajita para que apareciese, deslumbrada tras el oscuro encierro, la primera mosca de la tarde. Mosca a la que Jaec, como dijimos,  había desprovisto de alas (la dipteromaquía voladora es complicadísima) para facilitar su lidia. La faena la realizaba él mismo, ayudado por un trocito de papel higiénico que a manera de muleta pasaba por encima del insecto de una manera más o menos artística. También él simulaba entre dientes los murmullos del público, sus ovaciones o su descontento y si consideraba que la mosca era brava, embestía bien y tenía trapío suficiente como para no corretear atolondrada, tarareaba el pasodoble cañí que exigía la afición. Cuando el tercio tocaba a su fin, Jaec solicitaba el trasto de matar, así en singular, porque no era otro que un alfiler. Seguidamente cuadraba a la mosca, guiñaba un ojo, apuntaba con el estoque y lo hundía en el hoyo de las agujas ensartando al bichito sin que hiciera falta descabellarlo. Un nuevo murmullo imitaba al público enaltecido que al no poder reclamar las orejas y el rabo del insecto, exigía la pronta salida al coso de otra mosca con la que continuar la diversión.

Cuando terminó el espectáculo, San Joan, decidido a pagar lo que fuera por aquella maravilla que trasladaba la práctica del arte de Cúchares a nuestra mesa de formica del comedor, preguntó el precio.

Te vendo la plaza por un duro —fue la contestación de Jaec.

La cantidad resultó alarmante. Verdaderamente, cinco pesetas representaban una pequeña fortuna para nuestra economía infantil. San Joan, como mucho, había pensado en las dos o tres pesetas que como era usual en nosotros, hubiera hurtado del monedero de la tita Anita. Pero un duro era una palabra mayor, lo abocaba casi a la delincuencia. Así que viendo que nuestro hermano pequeño daba marcha atrás en sus deseos de compra, Jaec empleó una de las más antiguas artimañas de charlatán de feria para acabar de convencerlo:

Es que si me compras la plaza, te llevas de regalo esto...

Y sacó de no se sabe dónde una caja de cerillas de aquellas grandes de cocina.

Ábrela con cuidadito —le dijo a San Joan.

Dentro de ella y con no poca sorpresa, descubrió un rebullir de moscas sin alas; tal vez un centenar de moscas enloquecidas sobre las que Jaec, para alimentarlas, había esparcido un puñado de azúcar.

¡La ganadería!

Este detalle decidió finalmente al comprador. San Joan, buscó detrás del portarretratos que exhibía una foto de la boda de la Mari el monedero de la tita, lo abrió, encontró el duro entre la pobre calderilla y sin perder más tiempo, se lo entregó a Jaec cerrando por fin el trato para alegría de ambos, pero sobre todo de Jaec, que siempre tuvo algo de vendedor gitano de borricos.

El hurto lo descubrió la tita a la mañana siguiente, porque robarle alguna peseta o monedas de dos reales o de gordas era un hecho que casi siempre pasaba desapercibido, pero los duros no. Los duros los tenía contados. Así que implicando al tito y a mamá, preguntando a unos y amenazando a otros, el culpable no tuvo más remedio que cantar de plano. Cuando después de restituir la moneda a su dueña, quedando San Joan sin su plaza de moscas y Jaec con el negocio deshecho, se descubrió el objeto de la transacción —la plaza—, pero sobre todo, el obsequio añadido —la caja llena de moscas enloquecidas—, los gritos de horror de las mujeres obligaron a que todo aquel aparataje acabara haciendo compañía a las pieles de patatas en el cubo de la basura.  Fue el punto final. La dipteromaquia y el único diestro que la practicó, mi hermano Jaec, terminaron su ciclo para alivio de las moscas de casa pero para desgracia de una afición que, aunque de papel, siempre se mostró entregada.
.

miércoles, noviembre 14, 2012

"Aquella edad inolvidable" Ramiro Pinilla

.


En su novela “Crónica de una muerte anunciada”, Gabriel García Márquez desvelaba al lector lo que iba a ocurrirle a Santiago Nasar en los dos primeros párrafos. Algo así es lo que hace Ramiro Pinilla en su última obra, pues en la primera página ya nos indica cuanto va a suceder sin que por ello —y este es su gran mérito— anule el interés del lector por continuar pasando páginas; al revés, lo acrecienta. Lo que demuestra que si es un final con sorpresa lo que vale la pena de una novela, es que la novela no tiene importancia y pare Ud. de contar.

Aquella edad inolvidable”, la última novela del veterano autor vasco, es la narración de un infortunio y una obcecación, pero también la crónica de una derrota que a pesar de todo, no se doblegará a la indignidad: Souto Menaya, joven albañil de San Baskardo en Getxo, el territorio mítico donde Pinilla desarrolla sus historias, jugador de fútbol en equipos de categorías inferiores, será fichado por el Athletic  Club de Bilbao, cumpliéndose así su sueño y el de su padre, Cecilio, viejo aficionado para quien el  Athletic es religión y su campo, San Mamés, su catedral, nunca mejor dicho.

Souto Menaya, alias “Botas”, conseguirá meter el gol con el que su equipo vencerá al enemigo, el Madrid de Franco, ganando así la final de Copa de 1943, pero verá truncada su carrera al poco tiempo de su fichaje a consecuencia de una lesión que lo dejará cojo, dependiente de una muleta y sumido en la amargura. Inútil para todo trabajo que no se realice sentado, el que fuera un aclamado ídolo y un joven de austeros proyectos junto a Irune, su novia, la lecherita de un caserío, terminará ensobrando cromos de futbolistas para álbumes infantiles en muchos de los cuales aparecerá su figura. Un trabajo doméstico que lo llenará de frustración y de resentimiento hacia todo. Algo incomprensible para Andrés, el niño que lo idolatra y en el que se verá reflejado con una luz de esperanza  el propio Souto.

El texto, que parece escrito a cuchilladas, como las que emplea el que afila un palo con una navaja, está exento de cualquier floritura, digresión o concesiones efectistas. El ritmo de frases cortas, diálogos cortos y vocabulario suficiente habituales en Pinilla. En el asunto, de un lado, lo colectivo, el Athletic como equipo y como razón de un pueblo frente al enemigo en una lucha llena de orgullo, los aldeanos contra la opresión externa; del otro, Souto como propio enemigo, lleno de tensiones y amarguras, dudoso en aceptar o no la prebenda mínima de un trabajo. En medio de ellos, el intento de compra de la dignidad por parte del poder contra quien se enfrenta el grupo y el amor incondicional de Irune. Por todo ello, no creo que se necesite ser aficionado al fútbol para disfrutar de esta novela de fútbol (y declaración de amor a unos colores, dicho sea de paso), pues no es aquí otra cosa que una metáfora y un fondo para desarrollar la historia de un irreductible del que nunca sabremos si metió o no el gol —el gran y único gol de su carrera— con la mano.
.

martes, noviembre 06, 2012

Damero Mardito, nº 43 (noviembre)

.


¿Por qué no se mató allí mismo (el narrador, se entiende)? 

Era la densa noche de fiacres charolados por la lluvia, iluminados por los planetas lácteos de las farolas. Había un lejano ulular de sirenas y en una esquina también lejana, un breve hombre y una breve mujer entre pliegues textiles, nimbados ambos por sus vahos casi equinos, procedían a cerrar el trato más antiguo. Hipolite tal vez se encontrara ya aterida entre los satenes nacarados de su cama. Aún había tiempo para un último ajenjo en el bar de Beppo, el calabrés. París estaba cerca. 

Un par de mesas ocupadas, unos jugadores de billar y un bebedor solitario en la barra es cuanto había. Acudí al reducto caldeado por la estufa y busqué la compañía del gato narcotizado, eterno vigía de ojos cerrados. El propio Beppo me sirvió con un entusiasmo impropio de la hora y la meteorología. Mi bufanda mantenía un tenue rastro del perfume de Hipolite. En el rincón más oscuro, una mujer negra farfullaba un tango en un imperceptible acordeón. Creí haber visto antes su cara. "Tú también detestas la vida", recitó como un sortilegio. Hubiese querido encontrar un revólver en mi bolsillo, salir del bar de Beppo, utilizar una sola bala. Pero en vez de un arma, mis dedos se enredaron en el pañuelo con nuestros nombres. Hipolite y Joel, y tuve que seguir bebiendo y viviendo. 

_______________________________

¿Que dónde conseguir el Damero Mardito de este mes? Pues como siempre, en su kiosco habitual y gratis total. Aquí: El Damero del Vecind(i)ario
.

lunes, octubre 22, 2012

Movilgrafías: El redistribuidor pertinaz

.

Con anterioridad presentamos a nuestros queridos seguidores dos interesantes casos de las controversias vecinales que se producen en el edificio que habitamos y que tienen fiel reflejo —nunca mejor dicho— en el espejo del ascensor en modo de pasquín acusatorio. Ellos fueron (pinchen sin miedo en los enlaces) el Misterio de la Colilla Voladora y el no menos interesante del Enigma del Miccionador Anónimo. Ambos sin resolver a fecha de los corrientes.

Hoy, nos permitimos engrosar la colección con este aviso que conmina a reconsiderar de manera enérgica el comportamiento incívico de un vecino fastidioso del que desconocemos su identidad así como la del denunciante. Sin duda, resulta llamativo el horario tan definido que el acusado ha elegido para realizar su molesta labor; pero habremos de coincidir en que si es por ganas de importunar al prójimo, las horas son las más propicias., ya que proceder a arrastrar muebles con animus iodendi a —pongamos— las once y media de la mañana pues no sería demasiado efectivo. O sea, que en este punto, todo es correcto; algo que, por supuesto, no entiende el denunciante que ganado por la furia y la impotencia, termina su escrito con una amenaza a la que -¡ay!- falta definición en su contundencia.
.

lunes, octubre 15, 2012

Maravillas del Mundo, 17

.
LA BALSA DE PIEDRA


En la primavera de 2068, y dentro de los actos de celebración con que la reina Leonor I y su esposo, el Gran Mandarín Wang Zou pusieron fin al proceso reunificador ibérico auspiciado por el Gobierno del Celeste Imperio, se reeditó un antiguo éxito discográfico que alcanzó los primeros puestos en todas las listas de ventas, algo impensable en los malhadados años en los que la Humanidad fue víctima de la ponzoña de Internet.

Claro que para la ocasión hubo de adaptar la portada original a la nueva realidad, siendo así que aquella aberración que se llamó Europa hubo de desaparecer del diseño.

Como se puede observar en la ilustración, sobre la geografía que hollan los mocasines del Gran Manolo, artista que gozó de amplia fama un siglo antes, las fronteras se han eliminado. Portugal y España forman ya de manera definitiva una unidad llamada “¡Viva España!” bajo el sonriente sol que la alumbra. Por fortuna, la frialdad del diagrama original se animó para la ocasión con una pareja de andaluces danzantes y una plaza de toros situada en el corazón de Cataluña, lugar donde la tauromaquia resurgió con fuerza suficiente como para convertirse en razón identitaria.

A partir de la fecha, el disco, que logró vender más de 200 millones de ejemplares, animó los guateques, boîtes y bailes de salones parroquiales a lo largo y ancho del orbe, llegando a convertirse en himno oficioso de nuestro Nuevo Orden y regocijo sin fin para los turistas que nunca dejaron de visitar nuestras costas incomparables.
__________________________________________________

Podrá encontrar más "Maravillas del Mundo" en este mismo blog utilizando el buscador que ponemos a su disposición en la esquina superior izquierda de la pantalla. No deje de ilustrarse sobre el futuro que nos llega.
.

martes, octubre 02, 2012

Damero Mardito, nº 42 (octubre)

.


Funesto, el memorioso

En principio fue el Verbo, sí; pero el caso es que la candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, Gregor Samsa se despertó después de un sueño intranquilo, encontrándose sobre su cama convertido en un monstruoso insecto y hubo de recordar aquella tarde remota que su padre lo llevó a conocer el hielo en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Gregor Samsa dudaba: Ser o no ser, esa es la cuestión, porque era insecto y a la vez era pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no llevaba huesos. Quien lo vio fue el orondo Buck Mulligan, que llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. “Pueden ustedes llamarme Ismael”, dijo a los luego presentes, y comunicó: “Hoy a muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”. Ajeno a esta disquisición, a Gregor Samsa sólo le preocupaba si encontraría a la Maga. La recordaba como si fuera anoche, cuando meciéndose como un navío, llegó a la puerta de la posada profiriendo aquel grito: “¡El Maelstrom!“ ¿Podía nombre más espantoso haber resonado en sus oídos de insecto en situación tan terrible? Nunca lo supo, porque cuando despertó de nuevo, el dinosaurio todavía estaba allí.

_____________________________________

¿Que dónde conseguir el Damero Mardito de este mes? Pues como siempre, en su kiosco habitual y gratis total. Aquí: El Damero del Vecind(i)ario
.

lunes, septiembre 24, 2012

Percepción del objeto artístico

.

Hacía tiempo que no me metía en berenjenales artísticos, pero el débito de un regalo a un ser querido me decidió a retomar los trastos de grabar y así, provisto de una buena plancha de cobre, afilado el buril, adquirido el aguafuerte y engrasado el tórculo, me remangué hasta dar fin con la obligada firma a la obra que adjunto arriba. Decidí titularla “Espadas como lirios” en recuerdo de una imagen lorquiana. Tras enmarcarla bajo cristal y ribeteada de negro paspartú, la presenté a la persona a quien iba dirigida, consiguiendo arrancar tanto de ella como de los miembros de su familia encendidos elogios.

Con toda cortesía, buscaron de inmediato el lugar propicio donde colgar el cuadro. Tras algunas vacilaciones, dieron con el sitio adecuado. “Tiene algo de étnico el motivo, ¿verdad?... Algo de estampado textil africano”, comentábamos mientras tomando la debida distancia analizábamos la composición. Pero de pronto, a la hora del té con pastas, me sobrevinieron tres urgentes necesidades, la primera hacer pipí; la segunda, prepararme otro cubatita y la tercera, sincerarme tanto con ellos como con quien en este momento lea esta entrada.

Naaaada de grabado, buril ni aguafuerte. Todo es mentira. Uds. me perdonen: Mentira cochina. Más que nunca, la obra que muestro es ‘fruto del azar’, porque verán, ¿se acuerdan Uds. —al menos la miríada de seguidores que siguen este blog tienen el deber de recordar— de la receta a base de patatas que presenté hace unos meses en este mismo espacio? Si no la recuerdan, yo les ayudo. Se trata de esta que sigue, así que pinchen si miedo: “Patatas estilo cajún”.

Pues en una mala elaboración de la misma se encuentra la génesis de la obra. En concreto en el olvidárseme añadir aceite al aliño patatil, lo que provocó que se me quemaran y consecuentemente dejaran su impronta de chamusquina sobre el papel vegetal de hornear. El estropicio, por el contrario, me sorprendió con esta criatura maravillosa nacida de la casualidad. Por supuesto, en cuanto desvelé la verdadera maternidad a mis anfitriones, la obra pareció perder de golpe todo su valor, por lo que debí consolarlos acudiendo a ejemplos ilustres tales los ready-mades de Duchamp o de Picasso. Aquello pareció aliviarles y puso freno a su deseo de tirar el cuadro a la basura. Sin pensarlo, fue también la casualidad quien nos ofreció la mejor y más importante lección, que el arte no se encuentra en el objeto sino en el ojo de quien lo mira. O lo que es lo mismo, el arte es una función de la mirada antes que de la mano.

(Para quien así lo desee, por 50 eurillos de nada repito el proceso. Gastos de envío no incluidos).
.


jueves, septiembre 20, 2012

Solución al Damero Mardito, nº41 (septiembre)

.


A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº 41, septiembre), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.

"Habitualmente, entre plato y plato subo a la habitación a retocarme el maquillaje y perfumarme un poco más. Me infunde valor. Me puse un vestido rojo de tirantes muy finos."

A. Neutro
B. Implume
C. Choquero
D. Celtas
E. Injusto
F. Fantomas
G. Rayas
H. Enviudia
I. Numen
J. Cayado
K. Hueste
L. Afina
M. Fútbol
N. Levantar
Ñ. Ombú
O. Reyerta
P. Delta
Q. Émbolo
R. Pompis
S. Imperante
T. Empleo
U. Lijar

Acróstico: Nicci French, "A flor de piel".
.

viernes, septiembre 14, 2012

Movilgrafías: Es fácil hacerse alquimista si se sabe cómo.

.


Gran confusión es lo que me produjo la lectura de este pasquín con el que hace unos meses empapelaron buena parte de la fachada del edificio que habito. ¿Conferencia, curso, taller?, ¿en qué quedamos? En todo caso, el interés de las también confusas materias a tratar es indudable: Conocimiento científico y práctico de la energía atómica, el secreto de los alkimistas (sic) y el elixir de la larga vida. Todo ello amparado por el atractivo encabezado de los poderes ocultos del ser humano.

Fue una pena que cuando convencido de los beneficios que podría obtener de estas enseñanzas y decidiera reservar mi plaza, el señor de voz cavernosa que se puso al otro lado del teléfono y que se presentó como  Doctor Orlok, me confirmara que todas las localidades estaban ya ocupadas. Debió ser cierta la información porque en mi barrio, de un tiempo a esta parte, ha aparecido un vecino que recoge chinos de la obra de enfrente para convertirlos en oro y una señora hasta hace poco octogenaria, luce ahora con garbo de veinteañera. Sobre la práctica de la energía atómica, corre el rumor de que el Presidente de la comunidad ha decidido instalar en el sótano unas ojivas nucleares de fabricación casera y procurar con su venta en el mercado armamentístico aliviar el estado de languidez en que se encuentran las arcas comunitarias.
.

lunes, septiembre 10, 2012

Carta pirática

.




Carta del amanuense de la goleta “Mi Toñi y Mi Tamara” (antigua Nuestra Señora del Arcabuz) a Fray Diego de Santa María, prior del monasterio de San Apapucio en Nueva España.

Amigo querido y hermano en Cristo:

El arrepentimiento por mis muchos pecados y el recuerdo de nuestra antigua amistad, impúlsanme a escribirte estas letras, esperanzado como estoy en que me darás cobijo en cuanto tengas noticia de mis cuitas.

Alegrome sobremanera el saber que habías pasado a Indias, trayendo contigo no sólo el prestigiar el nombre del Rey nuestro señor y el del Santo Padre de Roma sino el ampliar con tu ministerio la luz de la cristiana y católica fe en estas tierras donde todo evangélico abono parece ser poco. Otros fueron los motivos de mi partida, mas al cabo, qué pueden importar a un tan generoso corazón como el tuyo. Tal vez mi nombre sea suficiente para abrirte las espitas evocatorias, pues no soy otro que aquel Pablos de Guzmán, el mismo que compartió contigo las duras tablas de Osuna y el mismo que junto a ti se ordenó de menores antes que Fortuna bifurcara nuestros caminos haciéndote a ti varón santo y a mí gran bellaco.

Hágote saber que han sido muchos mis padecimientos —pues a no ser por ellos no hay hombre que por naturaleza se arroje al vicio— siendo el caso que el ir tras las no talares faldas al principio, me llevó luego a perseguir otros bienes no tan mudables, siendo el cabo que tras tanta persecución di con mis huesos —y aquí están mis lomos que no me dejarán mentir— en la máquina infernal de las galeras. Cinco años serví al Rey, primero en los leños movibles, donde conocí el sabor del agua amarga y el aguijón del corbacho y después como marino de condena en una goleta que tomaba por dos veces al año la derrota del Yucatán. Fue en uno de esos periplos donde caímos prisioneros de un grupo de feroces piratas que, no contentos con apoderarse del botín y pasar a cuchillo a toda la oficialidad, orinaron en grupo sobre la efigie de nuestro monarca. Al sabernos condenados, dieronnos libertad, poniendo Satanás tan aliñado el asunto que elegí el camino del piratesco ejercicio, uniéndome a aquella cuadrilla tan infatigable como infame. Hecho pues el cuerpo e inclinada el alma, hice de aquella goleta mi casa; la calavera y las tibias cruzadas pasaron a ser mi credencial y el dilatado océano, mi nación.

De esta forma, y ya van para diez años, entré al servicio de Barbaznôrt, nuestro capitán, el cual tomome como amanuense, pues a la suma de su audacia y arrojo le resta el ser iletrado, grave contratiempo para todo al que como él, presenta barruntos de poeta. A su sombra redacté tanto panfletos amenazantes como tiernos madrigales, viviendo yo una vida regalada pues estaba exento de toda actividad bélica, tanto era el celo del capitán para conmigo.

En poco tiempo, el Caribe y las islas en él dispuestas, no guardaron secretos para mí. Una semana hacíamos veinte presas a despecho del inglés, como otra acosábamos a los galeones que de plata cargados partían de Veracruz, no faltándonos tiempo para asolar puertos y desarmar fortines, tras lo cual, refugiábamos en algún recóndito islote a efectuar prorrateos, a repartir dividendos y a gozar de merecido solaz, que no todo en la vida de un pirata es andar de la ceca a la Meca y como puta por rastrojos.

Mas ya basta. Considero que lo expuesto hasta aquí es suficiente para que tu claro entendimiento se haga cargo de mi peripecia. ¿Cuál es entonces mi intención al escribirte? Pues no otra que solicitarte rápido ingreso en el monasterio que guarda tu santidad, pues deseo como nada en el mundo vestir el hábito de estameña y ceñirme el franciscano cordón. Sí, el tan gran bandido como hasta ahora fui, abomina del siglo, pues he comprobado que nuestras fechorías son juegos de infantes al lado de la disipada vida de nuestros nobles, y así, si los piratas somos roncha y gatera de los dineros ajenos y de la hacienda de Su Majestad, esta gente principal practica tan relajada moral que pueden ser comparados tan sólo a los animales de las selvas. ¿Dónde se ha visto que las condesas forniquen con caballeros de fortuna, que los virreyes mezclen sus humores con los de las indígenas y que todos dilapiden completos tesoros en mercaderías que parecen obras de Satán? Pirata yo y pirata corrido de tal modo que de tener a mano una escoba me pondría a barrer la cubierta. ¿Pasar bajo la quilla a un gerifalte? ¿Hacer andar la tabla a una linajuda doncella? Bah, cándidos ejercicios al lado del mucho mal que a las repúblicas bien concertadas infieren estos bergantes.

Así que amigo querido, ruégote que me facilites el refugio que anhelo, pues horrorizado por el mundo que hace buenos a los piratas, solo podré encontrar la paz entre los muros de tu santo establecimiento donde al menos podré oficiar de monacillo y comer sin remordimientos las frugales viandas. Es la gracia que espero tu mano conceda.

En la demora de tu respuesta, quedo impaciente y huido del buque en algún lugar de Puerto Príncipe. Vale.

t. s. s. q. b. t. m. Pablos.
.

jueves, septiembre 06, 2012

Damero Mardito, nº 41 (septiembre)

.

Dannayá 

El malgache pertenece al grupo de lenguas borneanas que a su vez pertenece a la familia austronesia. La lengua más similar al malgache es el ma'anyan, hablada en el sur de Borneo. El hecho aparentemente paradójico de que la lengua de Madagascar sea de origen malayo-polinesio se debe a que los primeros pobladores de Madagascar llegaron a la isla por mar desde Indonesia, llevando allí su lengua y su cultura.

Las palabras malgaches se acentúan por lo general en la penúltima sílaba, salvo aquellas acabadas en "ka", "tra" o "na", que se acentúan en la antepenúltima sílaba. Las vocales átonas son a menudo elididas, por lo que malagasy suena de manera similar a la transcripción francesa "malgache". El malgache tiene sólo cuatro sonidos vocálicos, correspondientes a las vocales /a/, /e/, /i/ y /u/ del español. No existe, por tanto, el sonido /o/. La ortografía actual malgache no utiliza todas las letras del alfabeto latino. Entre las vocales, sólo existen cuatro: a, e, i, o. Esta última se pronuncia como la "u" española, mientras que la letra "u" no se utiliza. Tampoco se utilizan las consonantes "c", "q", "w" y "x".

El idioma malgache tiene una literatura escrita que se remonta probablemente al siglo XV. Cuando los franceses se establecieron en Fort-Dauphin en el siglo XVII, se encontraron con un alfabeto arábigo-malgache en uso, conocido como alfabeto Sora-be (literalmente, "escritura de gran tamaño", lo que ha planteado una hipótesis sobre la existencia de otro tipo de alfabeto anterior, en caracteres más pequeños, que se cree que era de origen indio, como el ampliamente utilizado en el sudeste de Asia).
El manuscrito más antiguo conocido en alfabeto Sora-be es un pequeño vocabulario malgache-holandés del siglo XVII, publicado por primera vez en 1908 por Gabriel Ferrand1 aunque el alfabeto parece haberse introducido en la zona sureste de Madagascar a partir del siglo XV.2 Radama I, el primer representante alfabetizado de la monarquía merina unificadora del reino de Madagascar en el siglo XIX, aunque ampliamente versado en la tradición arábigo-malgache,3 optó por la alfabetización en caracteres latinos e invitó a los protestantes de la Sociedad Misionera de Londres para que fundaran escuelas e iglesias... blablablá, blablablá y blablablá...

¡Claro, so listos, que todo esto está tomado de la Wikipedia, ¿o qué pensaban?! 
_____________________
¿Que dónde conseguir el Damero Mardito de este mes? Pues como siempre, en su kiosco habitual y gratis total. Aquí: El Damero del Vecind(i)ario
.

lunes, septiembre 03, 2012

Solución al Damero Mardito, nº 40 (agosto)

.


A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº 40, agosto), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.

"Apenas puedo escribir por causa de los temblores. El diferencial de la masa es un problema. He estado trabajando con intensidad en la tarea de captar el juego de fuerzas."

A. Jarabesco
B. Jaspe
C. Edenes
D. Niza
E. Superen
F. Embalad
G. Náutica
H. Labrador
I. ADSL
J. Esferad
K. Cartucho
L. Untuosa
M. Afees
N. Cordel
Ñ. Impedid
O. Ombliga
P. Neta
Q. Detalle
R. Aperreo
S. Níspero
T. Tas
U. Eneldo

Acróstico: J. Jensen, "La ecuación Dante".
.

Solución al Damero Mardito, nº 39 (julio)

.

A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº 39, julio), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.

"Cleopatra, envidiosa de los honores dispensados a Octavia, y porque esta se había hecho muy popular en Atenas, procuró ganarse a aquel pueblo con toda especie de obsequios."

A. Pastiche
B. Leyendo
C. Uranio
D. Tanque
E. Averiado
F. Raspón
G. Coqueto
H. Oboe
I. Vasca
J. Impúber
K. Déspota
L. Achuchó
M. Sahel
N. Poyaso
Ñ. Apeles
O. Roquete
P. Ardides
Q. Lesseps
R. Engrudo
S. Lope
T. Abanico
U. Sosaina

Acróstico: Plutarco, "Vidas paralelas".
.

martes, agosto 07, 2012

Placeres Mundanos, nº 26

.
Gazpacho: El verano que se bebe.


Comprendo que la afirmación que pienso realizar a continuación llegue a ser molesta, que escueza, que incluso levante ampollas entre los lectores, pero antes que nada me debo a la verdad y ante ella, ante la verdad, no valen titubeos ni paños calientes. La afirmación, digo, no es otra que constatar que soy yo y solo yo quien hace el mejor gazpacho del mundo; por lo que si quieren continuar leyendo esta entrada y poniendo en ejecución su receta, les recomiendo que se olviden de todo cuanto crean saber en torno al gazpacho, que desprecien cuanto hayan visto, leído o probado y que una vez con el pensamiento en blanco, procedan a realizar un gazpacho como el mío, única y efectiva prueba que llevará a todos a confirmar que, en efecto, es este el mejor, el genuino y el único gazpacho mundial merecedor de ser tenido en cuenta.

Y dicho esto, procedamos.


Casi todo el mundo sabe que para hacer un gazpacho ortodoxo —insisto, ortodoxo como un pope ruso— y por lo tanto alejado de vacuas invenciones y postizos, son necesarios unos tomates, pimiento, pepino, ajo (fig. 1), pan del día anterior en remojo (fig. 2) y para su aliño, aceite, vinagre y sal. Ni más ni menos. Todo lo demás son, como digo, caprichos y ganas de molestar.

Elemento A. El tomate.
Es sin duda el tomate el alma gazpachera, así que debemos procurarnos los mejores y los mejores no son otros que esos tomates de variedad corazón de toro (también llamados en otros lugares corazón de doncella) de tan compacto interior y tan delicada piel que hace oneroso su comercio pues cualquier golpecito los arruina. Como conseguirlos no es fácil, optaremos por el tomate gordo y contundente que procura la huerta patria en su diversidad territorial. En mi caso, por cercanía, son famosos los tomates de Los Palacios o de Lebrija... aunque en esta ocasión, los tomates intervinientes —según rezaba la etiqueta del hiper— procedían de algún lugar de Murcia. En todo caso, no fueron malos tomates y sí mucho mejores que esas variedades de rama y de pera que la creencia popular encuentra adecuados para el gazpacho. Pero yo no.

Elemento B. El pimiento.
Los mejores son esos verdes de tono medio brillantes como recién barnizados que también sirven para freír, largos y algo retorcidos como cuernos de cabra. Desprovistos de pepitas y de los hilachos blancos del interior, un trozo como de 15 cm es más que suficiente para emplear en la receta. Más allá de esta cantidad, el gazpacho resultante corre el riesgo de tomar un sabor algo amargo. En resumen, que no nos pasemos con el pimiento.

Elemento C. El pepino.
Mi favorito es el de piel verde oscura atacada por pequeñas verruguillas. El pepino añade frescor y alegría, pero hemos de pelarlo y desproveerlo de culos porque al igual que el pimiento, puede amargarnos el gazpacho y hasta la vida. En cambio, encuentro muy adecuado que el pepino como guarnición se vista del Betis, esto es, pelado y vestido a rayas blanquiverdes.

Elemento D. El ajo.
¿Qué sería de la cocina española sin el ajo? Pues algo impensable, sin duda; algo que siempre lamentó el Conde Drácula. Por lo tanto, no olvidemos este elemento de vertebración patria, pero usémoslo con moderación dada su capacidad arruinante. Con un diente si es pequeño o medio diente si es hermoso, vamos que chutamos.

Elemento E. El pan en remojo.
El pan no solo actúa en el gazpacho como espesante sino como aglutinante, ayudando que todos los participantes se amalgamen, se hagan uno como machos y hembras en tumultuoso fornicio; pero teniendo cuidado que no tome papel protagonista. Una mediana porción tomada con la punta de los deditos será suficiente. ¿El mejor pan al efecto? Pues sin duda un pan ya más que asentado y de ese tipo que se llama de hogaza, o pan de pueblo o pan de payés. Nada de panes industriales tan llenos de aire que parecen globos quebradizos.

Resumiendo. Para la receta que presento, utilicé:
— 1 kg de tomates.
— ½ pimiento verde de freír.
— 1 pepino pelado.
— ½ diente de ajo (era gordo)
— 1 pellizcón de pan remojado.



Una vez reunidos los ingredientes, procederemos a trocearlos (los tomates, una vez lavados, no necesitan ser desprovistos de piel) (fig. 3, 4 y 5), vertiéndolos a medida que los picamos en el vaso de la batidora. Como la mía me la cargué, empleo como vaso una jarra cervecera de cristal.
A continuación, aliñaremos el conjunto con un puñadito de sal gorda, un chorreón de buen vinagre jerezano y un generoso chorrazo de aceite de oliva virgen extra (fig. 6). Llegados a este punto comprenderán que el asunto de las cantidades intervinientes en el aliño lo dejo en sus manos, porque siendo cada uno de su padre y de su madre, hay quien gusta de aliños con preponderancia vinagrera, otros más grasos y grados salinos de mayor o menor medida. Particularmente me hallo entre los que prefieren muy poco vinagre y no mucha sal, procurando que sea el aceite el rey del mejunje.
Es importante dejar que durante un buen rato (pongamos que media horita) las hortalizas troceadas se vayan conociendo entre ellas, que el aliño penetre en los resquicios y actúe como medio conductor de amistad y que todo, en suma, preste su olor y sabor al resto de elementos que habitan en el vaso batidor.

Tras este feliz reposo, enchufamos la maquinita —túrmix o minipimer en lenguaje castizo— y procedemos a hacer papilla lo que antes fue alegre reunión vegetal (fig. 7). Tras el tiempo necesario, que yo marco cuando la superficie del líquido resultante empieza a espumar, probamos, y rectificamos el aliño si procede. Un golpe más de batidora y aquí paz y después gloria, hermano.

Seguidamente, vertemos la mezcla en recipiente adecuado pasándola por un colador grande y de apretada rejilla (fig. 8). Para el filtrado, nos ayudaremos de un cazo con el que practicaremos salerosos movimientos circulares y apretujantes; de esta forma, y en un pispás, conseguiremos un gazpacho cremoso, de suave textura y ajeno a la presencia de trocillos, semillitas y pellejitos. Un gazpacho que es pura seda bebible.
(¡Señora, caballero! No tire a la basura las zurrapas que quedan en el colador. Siempre se las pueden echar de comer al cerdo que acostumbramos criar en un rincón de la cocina).


¿Añadir agua? Miren, yo me conformo con el agua proveniente de los tomates y la que empapaba el pan… en todo caso, si compruebo que el espesor es excesivo añado un culito que sirva para arrastrar al colador los últimos restos de la jarra. Pero nada más. Por favor, por favor, no agüen el gazpacho y mucho menos cometan ese atentado, ese crimen que consiste en añadir cubitos de hielo para “ponerlo más fresquito”. Por supuesto hablo de agua mineral en el caso de que el agua del grifo de la población de Uds. sea una porquería. Tampoco caigan en el error de los que piensan que el gazpacho es como un salmorejo con agua. No, no y requetenó. Gazpacho y salmorejo, aunque primos, distan mucho de ser la variación de una misma cosa.

Para finalizar, metemos el cacharro en la nevera y cuando el contenido alcance la temperatura adecuada, fría pero sin llegar al pre-granizado lo servimos en bol de loza (fig. 9). Como guarnición me conformo con unos sencillos dados de pepino a medio pelar, aunque los añadidos son tan innumerables como los caracteres humanos: hay quien añade pan, uvas, jamón, pescado frito, langostinos a la plancha y hasta remoja trozos de tortilla de patata. En este extremo no hay nada que objetar pues son elementos externos, digamos que periféricos al gazpacho. Otra cosa son esos trukis que desde luego no admito tales la inclusión de ¡la cebolla!, la pizquita de comino o la hojita de yerbabuena e invenciones como la que llevé a cabo el otro día, que fue sustituir el agua del grifo por agua mineral con gas. El resultado, aunque curioso, no llegó a convencerme.

.




viernes, agosto 03, 2012

Inciso vacacional: Damero Mardito, nº 40 (agosto)

.


Francisco Rubio "el Mosca"

Bernardo Fuentes, para mitigar el aburrimiento que embargaban sus interminables tardes de soledad, se compró un canario y su correspondiente jaula, esperando que los cantos del pajarillo amenizasen sus horas de soltería. 

El ave era desde luego preciosa, al igual que la jaula de dorado latón provista de todos los accesorios: bebedero, comedero, bañerita, columpio y hasta un hueso de calamar para que su habitante se afilase el pico. Bernardo resolvió pronto el dilema que representó poner un nombre al canario, y fue así que lo bautizó como 'Currito', nombre, la verdad, no demasiado original pero sí muy en relación con su convencional personalidad. Una vez instalado en el rincón más alegre y luminoso del saloncito, 'Currito' no tardó mucho tiempo en trinar bellas melodías que sorprendieron a su amo por su brillantez, volumen y limpieza de ejecución. Bernardo, por fin, se sintió casi feliz. 

Bernardo también disfrutaba limpiando la jaula y reponiendo el alpiste de 'Currito'. Nada le satisfacía más que comprobar como día a día, el pajarillo, además de perfeccionar su canto, desarrollaba un plumaje sano, un pico fuerte y unos ojos como cabezas de alfileres de cristal negro. “Vamos a ser muy amigos, Currito; lo que me apena es que tengas que estar encerrado... Verás, un día de estos voy a cerrar las puertas y ventanas del saloncito y te dejaré que vueles libre en recompensa por las horas maravillosas que proporciona tu compañía”. Y fue así que decidido y en poco tiempo, Bernardo llevó a cabo su proyecto.

Una tarde de esas templadas del mes de septiembre, abrió la jaula dorada de 'Currito'. El canario tardó unos minutos en abandonar su encierro; pero una vez en el exterior, revoloteó por toda la habitación con un vuelo torpe que le hacía golpearse contra los muebles y cortinajes. Bernardo estaba aterrado y 'Currito' muy asustado porque después, mientras se hallaba sujeto a duras penas en un brazo de la lámpara del techo, defecó varias porciones de excremento blanquiverde que fueron a parar justamente sobre la pantalla del televisor, el objeto más preciado en la vida de Bernardo. “¡No, Currito, no te hagas caquita encima de la tele, por favor te lo pido, que es la otra cosa que me acompaña y alivia mi soledad!” Pero claro, el pajarito no atendía a razones, y continuó expulsando cagarrutas con una velocidad y volumen asombroso dado lo pequeño de su cuerpo hasta hacer que el televisor pareciera un blanco merengue paralelepípedo. 

Esto ya no gustó nada a Bernardo, que entendiendo inútiles sus recriminaciones, gritos y aspavientos, se vio obligado a tomar de la cocina un potente espray insecticida que roció sobre 'Currito' en tan exageradas dosis que lo dejó tieso. Cayó fulminado sobre el propio televisor, mientras Bernardo no se asfixió de milagro. La soledad no elegida es terrible, sí. 

_____________________________

¿Dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, gratis total en su kiosco habitual. Aquí:
.

lunes, julio 09, 2012

Damero Mardito, nº 39 (julio)

.

De cuando (otra vez) fuimos los mejores.


José María Meléndez, conocido como “el Palmito” por razones que escapan a nuestras entendederas, jugaba al tenis. El asunto de la raqueta y la pelotita admiraba a los niños del bloque que dedicaban sus ocios deportivos a practicar un fútbol salvaje en el callejón con un balón de tómbola. Había que admitir que aquello del tenis era por así decirlo, una ocupación más fina, una actividad propia de espíritus elevados, incomparable con el plebeyo ejercicio de darle patadones a una pelota.

José María Meléndez “el Palmito”, tenía como rivales deportivos al Páez, a un tal Wenceslao y a otro tal Peribáñez, sujetos todos que estudiaban el bachillerato. Jugaban en el ‘campito amarillo’, aunque cuando éste se convertía en una polvareda de albero ocupada por las hordas futboleras, tenían a bien el trasladarse con sus bagajes al mentado callejón, socorrido recinto polivalente. Allí se comprobaba que el grupo de selectos tenistas era animoso. No les preocupaba en absoluto que no hubieran utilizado jamás una red, que desconocieran las reglas del tenis o que fueran incapaces de dar más de tres raquetazos seguidos porque esta clase de inconvenientes los suplían con las buenas ganas.

Al final, José María Meléndez “el Palmito”, adornó su antebrazo con una muñequera y más tarde apareció apretando una pelota de goma como gimnasia para fortalecer los músculos de la muñeca. Los niños, grandes amantes de los detalles efectistas, quedaron sorprendidos al darse cuenta que José María Meléndez “el Palmito”, se había transformado ante sus ojos en un tenista de verdad, como los que salían en la tele. Por eso en un rincón, asombrado, Enrique Peralta contemplaba el juego rascándose las verrugas de la mano sin importarle que de vez en cuando tuviera que ir en busca de la pelota blanca y peluda que saltaba tapias, se escondía bajo los coches y se perdía más allá de la carretera.


_________________________________________
¿Dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, gratis total en su kiosco habitual. Aquí:
.

miércoles, julio 04, 2012

Difícil identificación

.

Difícil identificación
(chiste desenrrollado)


Se nos viene ahora a las mientes un hilarante sucedido protagonizado por un caballero al que, vayan a saber picado por qué mosca, se le metió en la mollera comprar una pareja de loros. No un sólo loro. No. Dos loros. Como decimos, la parejita. Así que siguiendo los dictados de su capricho, el buen hombre se acercó a una acreditada pajarería del centro de su ciudad y ni corto ni perezoso (aja, la encajamos) indicó su deseo al propietario del establecimiento. El diálogo que se produjo entre ambos se puede plasmar así más o menos:

—Por favor, ¿tiene Ud. loros?

—Claro que sí, caballero. ¿De qué especie y en cuánta cantidad los quiere?

—Pues con una pareja me conformo, ya que mi objetivo, aparte de perseguir el pasatiempo que entretenga mis días solitarios, es aparearlos y si es posible, hacer que tengan loritos. En cuanto a especie me inclinaría por alguna a la que el aprendizaje de la lengua humana les resultara fácil y deleitoso.

—Pues acompáñeme, caballero, que presto le muestro nuestras existencias en cuanto a aves prensoras... Pasemos a la galería... Mire, aquí tenemos periquitos, cotorras australianas, guacamayos, loros de Guinea, una cacatúa de Alemania de enorme pico... y creo que lo que Ud. necesita: esta pareja de loros verdes de los de toda la vida del Señor, a los que se le añade la ventaja de venir ya enseñados. A ver, "Currito", cántale algo a este caballero...

De pronto, el loro la emprende con una versión horrísona de "Juanita Banana", antiguo hit del apreciado cantante de antaño Luis Aguilé; tras de la cual, su compañera emite un griterío que viene a ser el comienzo de la copla "Callejuela sin salida", número del célebre trío compositor Quintero, León y Quiroga. Admirado por las habilidades de las aves, conforme con lo que ve e intuyendo muchos días de solaz y contento en la compañía (¡ay, hasta entonces se había sentido tan solo en el mundo!) de tan enjundiosos loros, efectúa la compra sin apenas dolerle el alto precio que el dueño de la tienda exige por sus criaturas y por un soberbio jaulón dorado equipado con todos los accesorios imaginables.

Y dígame, ¿cuál es el macho y cuál la hembra? Es que viéndolos tan iguales se me antojan loros gemelos — pregunta nuestro hombre con cierta alarma, pues a punto ha estado de abandonar la tienda sin plantear una cuestión de tan capital importancia.

Pues muy fácil, señor mío; éste de la pluma roja en la colita es "Currito", el macho. Por consiguiente el otro es la hembra, o sea, "Currita".

¡¡¡Currrrrito... Currrrito... Currrrrrrito!!! —graznó el loro.

¡¡¡Currrrrita... Currrrita... Currrrrrrrita!!! —le siguió la lora.

Ah, pues no hay duda entonces.

—Venga, le cubro la jaula con este trapo para que el ruido del tráfico y el gentío no los asuste. La oscuridad los tranquiliza... Ea, todo listo; vaya con Dios y ya sabe Ud. que aquí me tiene para cuanto necesite.

¡Oh! Y qué feliz salió aquel hombre de la pajarería, con la jaula entre las manos y deseoso de llegar cuanto antes a su hogar para disfrutar de todas las prestaciones que podían ofrecerle sus nuevos amiguitos. Pero hete aquí que ya metido en el tráfago de la ciudad, el compresor de un martillo neumático con el que un operario abría una zanja en el asfalto debió aterrorizar a las aves ya que sintió que se producía un gran revuelo bajo el trapo. Así fue de hecho, aunque con tan mala fortuna que cuando levantó un pico de la tela comprobó con horror ¡qué el loro había perdido su pluma roja! ¿Cómo saber ahora cuál de ambos era el macho y cuál la hembra?

Al principio con paciencia pero poco después con desesperación, intentó arreglar el desaguisado en plena calle y por la vía del diálogo (el caballero era uno de esos ingenuos que creen que el diálogo todo lo arregla):

¡"Currito", "Currito"!, dime algo, por favor. ¿Y tú, "Currita", no me dices nada tampoco?

Pero por mucho que su nuevo amo les rogaba, los loros callaban como prostitutas. Finalmente, el buen hombre decidió regresar a la pajarería para recibir nuevas indicaciones por quien lo había atendido. Una vez allí contó lo sucedido y el pajarero, conminándolo al sosiego, desapareció con los loros en la trastienda. Al cabo de unos minutos regresó ufano:

—Solucionado, caballero. Fíjese bien: el loro de aquí, el de la derecha es "Currito", el macho. ¿Estamos?

—Bien, bien; entendido. El de la derecha es el macho, el de la izquierda la hembra... Pues muy agradecido.

—Bueno, agradecido y algo más, ¿sabe? Es que este servicio de identificación le cuesta diez euros, caballero.

Un poco amoscado, nuestro amigo abonó lo que se le solicitaba y salió de nuevo a la calle murmurando como en letanía:

—El de la derecha el macho... El de la derecha el macho... El de la derecha el macho...

Mas como las desgracias nunca vienen solas, un nuevo y fatal episodio vino a enturbiar su felicidad pues no fue sino el vozarrón de un vendedor de la ONCE quien produjo otro revoloteo en el interior de la jaula trastocando la posición de los loros de forma caprichosa y otra vez se vio en la tesitura de regresar a la tienda para que el pajarero adjudicase el sexo correspondiente a cada loro.
Así fue. Con toda amabilidad fue atendido por el que repitió el anterior y misterioso proceso dada la repentina mudez de las aves achacada al estrés producido por la hostil inmersión en el medio urbano. El caso es que al regresar de la trastienda tras los minutos correspondientes, el pajarero indicó:

—Atento, caballero, que ahora es al revés; el macho es el de la izquierda. ¿Conforme?

—Conforme, conforme, sí... El macho es el de la izquierda... El macho es el de la izquierda... El macho es el de la izquierda... Aquí tiene Ud. sus diez euros... El macho es el de la izquierda...

—Servido, caballero. Tenga Ud. un buen día.

Por segunda vez salió nuestro hombre a la calle protegiendo cuanto podía de los agentes externos aquel jaulón inabarcable. Pero si antes fue un martillo neumático y luego el pregón de un invidente, fue ahora la sirena de una UVI móvil la que de nuevo trajo el caos bajo la tela cobertora por lo que consecuentemente fue imposible discernir el quién es quién de sus loros. Desesperado, dándose a todos los diablos y mordiéndose un puño lleno de rabia, tomó el camino de la pajarería una vez más.
En esta ocasión el pajarero digamos que lo miró con cierta ironía y no ahorró impostar un tono socarrón en la voz:

—¡¿Pero otra vez aquí, caballero?! Ande, ande, traiga la jaula que en un pispás le digo quién es el macho.

Desapareció en la trastienda mientras que nuestro amigo sacaba de la cartera un nuevo billete de diez euros con mucha pesadumbre. Al regreso, pasados los dos o tres minutos que ya parecían haberse hecho reglamentarios, el pajarero señalo de nuevo:

—A ver ahora y ponga atención: el macho vuelve a estar en...

Pero su indicación fue interrumpida por la voz suplicante de nuestro protagonista.

—Por favor, por favor, por favor. Apiádese de mí. Me he gastado mil euros por cada loro, quinientos más por la jaula, veinte más en identificaciones... ya sé que este es su negocio, pero por favor, ¿podría enseñarme su método? Se lo pido por lo que más quiera porque esto va a ser interminable y supondrá mi ruina económica...

Al pajarero, viendo que su cliente se encontraba al borde del llanto, se le ablandó el corazón y pasándole una mano por el hombro para consolarlo le dijo:

—De acuerdo, acompáñeme a la trastienda.

Allí, aparte de multitud de cacharros en caótica disposición, había un par de cubos llenos de agua. Ante ellos el pajarero comenzó con sus explicaciones:

—¿Ve estos cubos, caballero? Pues lo mismo debe tenerlos Ud. en su casa. Ahora verá... Abrimos la jaula... Agarramos por el pescuezo con cada mano a cada loro y ¡hala!, al agua con ellos...

En efecto. El pajarero sumergió en el agua las cabezas de los loros por espacio de unos segundos, seguido lo cual volvió a sacarlos.

—¿Qué? ¿Qué no habláis? Pues más agua, ea. —exclamó con enfado dirigiéndose a los loros.
Y volvió a sumergirlos, alternando el metisaca hasta media docena de veces al cabo de las cuales uno de los loros, abriendo el pico de manera desaforada y haciendo vibrar su negra lengua, gritó con potencia inaudita:

—¡¡Pedazo de cabrrrrón!! ¡¡Ya me tienes hasta los cojones de meterrrrme la cabeza en agua, que me ahogooo hijoputaaaaa!!

—¡¡¿Qué?!! —preguntó el pajarero a nuestro hombre— ¿Ha escuchado lo que ha dicho el loro?

—Sí; me ha parecido oír algo de "cojones", ¿no? —respondió asombrado.

—¡Claro, alma de cántaro! ¡¡Pues ése es el macho!!
.