miércoles, mayo 11, 2011

Crónicas Porcinas, 3

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La Ignota Indecisa

Esta mañana, por primera vez, me he comunicado con la Ignota Indecisa. Cuando me marchaba le he dicho "No se preocupe, puedo pasar". Sentada en su banqueta había hecho intento de acercar más su posición a la barra. En ese momento se llevaba la tostada a la boca. Pero había espacio suficiente entre ella y la cristalera. A mi comentario respondió, "Ah" y me dedicó una leve sonrisa. Al final pasé encogiendo un poco la barriga.


La llamo Ignota porque he decidido que sea ignota, misteriosa, recóndita; no hay otra razón. En este bar, como en tantos otros lugares, somos lo que los demás deciden que seamos. Mi dieta de media tostada con Tulipán la cambio los viernes. Sustituyo el Tulipán por manteca de hígado de cerdo ibérico. Tal vez por esto, otros hayan decidido que yo sea El Tonto del Hígado de los Viernes, como para mí el Hombre Normal es el Hombre Normal o el Acaparador de Periódicos es el Acaparador de Periódicos. Cada uno es protagonista de su película y los demás somos actores secundarios a su servicio. No hay vuelta de hoja. Estos principios son inamovibles. Por eso si digo que la Ignota Indecisa es ignota, pues es iIgnota y no hay más que hablar. Pero tendré que decir más cosas, claro.

Diré que la Ignota Indecisa no tiene problemas con la busca y captura de periódicos, como lo tiene el Acaparador o el Tratante de Mulas. La Ignota Indecisa entra en el bar con su PROPIO periódico. O lo que es lo mismo, que no es una profesional como otros que hozan como gorrinos en busca de papel. El suyo lo coloca doblado en la barra, se sienta en la banqueta y se pone el bolso sobre los muslos. Al otro lado del plato del café dispone un montón de carpetas y unos libros que parecen catálogos o algo así. Sobre ellos y aunque esté prohibido fumar coloca el paquete de cigarrillos —fuma Chesterfield— y sobre él un mechero de plástico de color verde transparente. Luego saca del bolso unas gafas pequeñitas de leer, se las pone y abre el periódico. La Ignota Indecisa es una mujer de buenas formas y aunque no puedo decir que sea una mujer elegante sí digo que lleva ropa de calidad. Es una mujer que tira a fornida, se le nota una osamenta fuerte, tiene la cabeza grande. Tiene también un lunar en el cuello y la mirada triste. Es un poco rubia. Hoy, al contraluz y de perfil, me ha parecido guapa. Pocas de estas cosas son apreciables en la foto que le hice hace unos días con el móvil. Es difícil hacer fotos en el bar y que no se note que estás haciendo fotos, con tanta gente metiendo las narices donde no les importa. Yo simulo llamadas inexistentes. Pero al final borré la foto.

La Ignota Indecisa siempre llega y desayuna sola. Debe trabajar en la Consejería de Salud porque tiene una pulcritud medicinal en sus movimientos. Pero el rasgo que la caracteriza es su indecisión, que por eso la llamo la Ignota Indecisa. Nunca pide la misma cosa a Marisa, la camarera, lo cual es muy molesto para quien se afana detrás de una barra. Marisa es una camarera extraordinaria que sabe el qué y el cuándo de cada cliente. En mi caso no le tengo que decir los viernes que me cambie el Tulipán. Hace ya mucho y sólo una vez se lo dije: "Marisa, los viernes manteca de hígado de cerdo ibérico". Y hasta hoy. Marisa guarda en su memoria las preferencias de cincuenta u ochenta clientes y jamás pregunta nada. Se limita a servir siempre sonriente y rapidísima. Por eso la Ignota Indecisa la trae loca. Un día pide un café con leche, otro una infusión de menta-poleo y otro, como en el caso de hoy, un colacao. Con la comida igual. Puede pasarse tres días desayunando un donut, que luego cambia a una tostada con aceite, que un día más tarde cambia a otra de mollete marchenero con tomate y jamón. Así no se puede ir por la vida, pero pese a todo Marisa es con ella tan amable como con todos. A mí, esto no me molesta mucho, claro. Lo que me molesta de verdad es que la Ignota Indecisa tampoco tenga preferencias por ocupar un sitio especial en la barra. Llega, mira, y se sienta en el primer lugar que ve libre. Esto es algo incomprensible para nosotros, los que mantenemos la sorda lucha por conseguir periódicos y por conseguir el puesto más cercano a ellos, el del expositor de patatas fritas y gusanitos. Por eso, a la Ignota Indecisa no le he adjudicado la categoría que aún está lejos de alcanzar. Llegar a ser una persona de costumbres no es tan fácil como parece. En cambio, como personaje, merece toda mi atención. Seguiré observándola porque es una mujer que debe guardar —su mirada lo dice— grandes secretos. Por ejemplo. Cuando pasé tras ella me di cuenta que hoy llevaba un pantalón de cuadritos en tonos marrones y ocres. ¿Qué puede llevar a una mujer a elegir entre cientos, miles de pantalones, uno de cuadritos en tonos marrones y ocres? Son preguntas que me hago porque el Acaparador sigue sin venir y yo debo ocupar mi tiempo.
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