jueves, mayo 26, 2011

Romance de la Niña Desahuciada

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En estos malhadados tiempos de ultracorrección política y social, el cuerpo pide a veces una dosis de irreverencia o, como en este caso, de humor negro.

El ejemplo que hoy traemos a colación, "Romance de la niña desahuciada", se debe nada más y nada menos que a la pluma del gran Luis Sánchez Polack "Tip", que lo publicó bajo el pseudónimo de Luigi Sametegal en la revista "Hermano Lobo" de felice memoria. Lástima no tenerlo vivo para escucharlo en su propia voz. Pero es fácil imaginarlo.



Romance de la niña desahuciada

Las hermanas eran tres
pero sólo dos jugaban.

La mayor con sus vampiros;
la segunda, con sus ratas;
juega, juega que te juega
según las normas cristianas.
La más niña de las tres
era inútil que jugara:
tenía una pupa abierta
de esas que tiran de espaldas.

Las hermanas eran tres
pero sólo dos jugaban.

"Que se muera, que se muera"
cantaban las dos más sanas.
Para animar a la enferma
ellas cantaban, cantaban.
Pero la enferma era sorda,
no oía nada de nada.
Con estrellitas podridas
soñando la niña estaba.

Las hermanas eran tres
pero sólo dos jugaban.

Entrara, en esto, la madre
con su habitual tajada:
—A ver, ¿con qué se entretienen
mis dos hijitas, tan plácidas?
—Yo hilo un vestido de luto
yo hilo un vestido de gala,
para lucirlo a la muerte
de mi desahuciada hermana.
—Yo clavo clavos de oro
en este ataúd de plata:
hay que alegrar el sepelio
con destellos y con palmas.
—Y mi pequeña la ociosa,
¿qué tiene que no hace nada?
¿Por qué no cuentas tus horas
ya que las tienes contadas?

—No espero bodas ni príncipes,
me río de la esperanza,
yo tengo el alma y el cuerpo
oliendo a queso de Parma.
Con la sonrisa en los labios
la oían las dos hermanas.
Al no haber nada que hacer
todos la menospreciaban.

Las hermanas eran tres
pero sólo dos jugaban.

La noticia de su muerte
alegró toda la casa.
A la madre preguntaron
—¿Qué dura el luto de hermanas?
—Si trabajáis, dura poco,
echadla a las alimañas...
Y la sacaron corriendo
por una puerta excusada.
Como si fuera el encuentro
del novio que ella añoraba,
se la echaron a las fieras
y a los mastines de raza.

Las hermanas eran tres
pero sólo dos jugaban.

Y aquí termina la historia
de la niña desahuciada.
Moraleja: ¿Qué es más grave,
tener pupitas o hermanas?

Luigi Sametegal
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jueves, mayo 19, 2011

No se abstengan y sigan para el próximo domingo nuestra propuesta, o sea…

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Sí, votar en negro, para que como es costumbre, su voto en blanco no sea tomado como ‘carta blanca’, mofa, befa y pitorreo. En negro como mínima protesta contra el insostenible estado de las cosas, las listas cerradas, el bipartidismo  y la ley electoral que lo blinda. Vale que el voto negro se considerará nulo, pero ¿qué más da? Atemoriza y cuestiona en igual medida a los partidos que decidieron no publicar el número de votos blancos/nulos en las elecciones y consultas de los últimos tiempos.
Indígnese por poco dinero y de manera tan fácil (asaltando una mochila escolar) que hasta un niño puede hacerlo. Presten atención si no al nene y a los 4 pasos:
Instrucciones para fabricar un voto en negro.

Material necesario:

— Cartulina negra.

— Lápiz blanco.

— Tijeras.
 
— 1 sobre de votación.



A) Lo primero será marcar con el lápiz blanco (preferiblemente Alpino) el contorno a recortar ayudándonos del propio sobre a modo de regla. Primero el lado largo, luego el lado corto (podemos cambiar el orden a nuestro antojo).


B) Seguidamente procederemos a recortar el rectángulo pero poniendo cuidado en hacerlo un poco por debajo de las líneas trazadas para darle holgura suficiente a la hora de meterlo en el sobrecito, no me sean ceporros.

C) Luego —y esto es optativo aunque perfecto complemento— grafiaremos sobre la superficie de ambas caras la palabra NO, en mayúsculas, lo que presta al voto el carácter encabronado e indignante que se persigue.

D) Finalmente, lo introducimos en el sobre, lo ponemos a buen recaudo y ¡hala! sólo queda esperar al domingo para depositarlo en la correspondiente urna en otra jornada más que seremos llamados para celebrar “la gran fiesta de la democracia”.

No se sienta sol@, no se sienta inútil, no se sienta frustrad@. Seguro que muchos de estos de aquí abajo le van a acompañar en su sabia decisión:
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lunes, mayo 16, 2011

Solución al Damero Mardito, nº25 (mayo)

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A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº 25, mayo), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.

"Le eché un vistazo al centro de datos, al falso suelo de baldosas blancas que ocultaba kilómetros de cable coaxial amontonado como lombrices en las entrañas del edificio."

A. Kremlin
B. Abollad
C. Tabasco
D. Escolta
E. Rebaño
F. Inmolas
G. Necedad
H. Exceso
I. Nodo
J. Enquista
K. Voluta
L. Imbornal
M. Lunfardo
N. Lata
Ñ. Escasez
O. Estilos
P. Lamed
Q. Ocas
R. Cebolleta
S. Helicoide
T. Ofuscado

Acróstico: Katerine Neville "El ocho".
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miércoles, mayo 11, 2011

Crónicas Porcinas, 3

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La Ignota Indecisa

Esta mañana, por primera vez, me he comunicado con la Ignota Indecisa. Cuando me marchaba le he dicho "No se preocupe, puedo pasar". Sentada en su banqueta había hecho intento de acercar más su posición a la barra. En ese momento se llevaba la tostada a la boca. Pero había espacio suficiente entre ella y la cristalera. A mi comentario respondió, "Ah" y me dedicó una leve sonrisa. Al final pasé encogiendo un poco la barriga.


La llamo Ignota porque he decidido que sea ignota, misteriosa, recóndita; no hay otra razón. En este bar, como en tantos otros lugares, somos lo que los demás deciden que seamos. Mi dieta de media tostada con Tulipán la cambio los viernes. Sustituyo el Tulipán por manteca de hígado de cerdo ibérico. Tal vez por esto, otros hayan decidido que yo sea El Tonto del Hígado de los Viernes, como para mí el Hombre Normal es el Hombre Normal o el Acaparador de Periódicos es el Acaparador de Periódicos. Cada uno es protagonista de su película y los demás somos actores secundarios a su servicio. No hay vuelta de hoja. Estos principios son inamovibles. Por eso si digo que la Ignota Indecisa es ignota, pues es iIgnota y no hay más que hablar. Pero tendré que decir más cosas, claro.

Diré que la Ignota Indecisa no tiene problemas con la busca y captura de periódicos, como lo tiene el Acaparador o el Tratante de Mulas. La Ignota Indecisa entra en el bar con su PROPIO periódico. O lo que es lo mismo, que no es una profesional como otros que hozan como gorrinos en busca de papel. El suyo lo coloca doblado en la barra, se sienta en la banqueta y se pone el bolso sobre los muslos. Al otro lado del plato del café dispone un montón de carpetas y unos libros que parecen catálogos o algo así. Sobre ellos y aunque esté prohibido fumar coloca el paquete de cigarrillos —fuma Chesterfield— y sobre él un mechero de plástico de color verde transparente. Luego saca del bolso unas gafas pequeñitas de leer, se las pone y abre el periódico. La Ignota Indecisa es una mujer de buenas formas y aunque no puedo decir que sea una mujer elegante sí digo que lleva ropa de calidad. Es una mujer que tira a fornida, se le nota una osamenta fuerte, tiene la cabeza grande. Tiene también un lunar en el cuello y la mirada triste. Es un poco rubia. Hoy, al contraluz y de perfil, me ha parecido guapa. Pocas de estas cosas son apreciables en la foto que le hice hace unos días con el móvil. Es difícil hacer fotos en el bar y que no se note que estás haciendo fotos, con tanta gente metiendo las narices donde no les importa. Yo simulo llamadas inexistentes. Pero al final borré la foto.

La Ignota Indecisa siempre llega y desayuna sola. Debe trabajar en la Consejería de Salud porque tiene una pulcritud medicinal en sus movimientos. Pero el rasgo que la caracteriza es su indecisión, que por eso la llamo la Ignota Indecisa. Nunca pide la misma cosa a Marisa, la camarera, lo cual es muy molesto para quien se afana detrás de una barra. Marisa es una camarera extraordinaria que sabe el qué y el cuándo de cada cliente. En mi caso no le tengo que decir los viernes que me cambie el Tulipán. Hace ya mucho y sólo una vez se lo dije: "Marisa, los viernes manteca de hígado de cerdo ibérico". Y hasta hoy. Marisa guarda en su memoria las preferencias de cincuenta u ochenta clientes y jamás pregunta nada. Se limita a servir siempre sonriente y rapidísima. Por eso la Ignota Indecisa la trae loca. Un día pide un café con leche, otro una infusión de menta-poleo y otro, como en el caso de hoy, un colacao. Con la comida igual. Puede pasarse tres días desayunando un donut, que luego cambia a una tostada con aceite, que un día más tarde cambia a otra de mollete marchenero con tomate y jamón. Así no se puede ir por la vida, pero pese a todo Marisa es con ella tan amable como con todos. A mí, esto no me molesta mucho, claro. Lo que me molesta de verdad es que la Ignota Indecisa tampoco tenga preferencias por ocupar un sitio especial en la barra. Llega, mira, y se sienta en el primer lugar que ve libre. Esto es algo incomprensible para nosotros, los que mantenemos la sorda lucha por conseguir periódicos y por conseguir el puesto más cercano a ellos, el del expositor de patatas fritas y gusanitos. Por eso, a la Ignota Indecisa no le he adjudicado la categoría que aún está lejos de alcanzar. Llegar a ser una persona de costumbres no es tan fácil como parece. En cambio, como personaje, merece toda mi atención. Seguiré observándola porque es una mujer que debe guardar —su mirada lo dice— grandes secretos. Por ejemplo. Cuando pasé tras ella me di cuenta que hoy llevaba un pantalón de cuadritos en tonos marrones y ocres. ¿Qué puede llevar a una mujer a elegir entre cientos, miles de pantalones, uno de cuadritos en tonos marrones y ocres? Son preguntas que me hago porque el Acaparador sigue sin venir y yo debo ocupar mi tiempo.
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Otras Crónicas Porcinas:
Crónicas Porcinas, 2
Crónicas Porcinas, 4
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miércoles, mayo 04, 2011

El primo Pepito (Capítulo 3. Final)

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"Primos y primates": El primo Pepito.

Capítulo 3 (Final)

Algo que ahora nos parece curioso, es que nunca supimos exactamente en qué trabajaba el primo Pepito. Cierto que como niños tampoco recabamos tal información pues nos conformábamos con los rumores que lo hacían tornero o fresador o algo así. Cuando volvió un año para casarse con la Conchi —el mismo año que nos trajo el avión de la TWA dirigido por un cable y al que se le encendían unas luces rojas en los reactores y hacía el ruido del despegue y del aterrizaje— el año que volvió por la Conchi, decimos, comentó que había hecho unos cursos de mecánica que le habían servido para mejorar su posición. Lo cierto es que tras la boda, el nuevo matrimonio volvió a Suiza y se instaló en una de aquellas poblaciones de postal. La Conchi —esto sí lo sabemos con certeza— se empleó en una fábrica textil donde se confeccionaba ropa interior de señora, por lo que las mujeres de la familia se vieron pronto ampliamente surtidas de combinaciones, bragas y sostenes, que por su vistosidad y calidad —y en palabras de la abuela— hubieran merecido llevarse puestas por fuera para chinchar a las vecinas. A la colección de lencería hubimos de unir en sucesivas entregas, objetos que hicieron de nuestra casa un verdadero museo del kitsch más ortodoxo. No nos faltó el ineludible reloj de cuco al que el abuelo trabucó el péndulo y los contrapesos para hacer aparecer el pajarito cada dos minutos, ni el barómetro con forma de casita de una Selva Negra descolocada que hacía salir por su puerta a una sonriente señorita vestida de Blancanieves o a un señor de negro con paraguas. También chocolates Toblerone de tamaño colosal y un cacharro para hacer foundies con su mechero y sus accesorios y que sólo utilizamos una vez ante la chorrada que nos pareció lo de mojar pan pinchado allí dentro.

Mas ¿qué es la vida sino una ininterrumpida sucesión de pompas de jabón que por un momento ascienden, irísanse en el éter y de pronto ¡pop! se van a tomar por saco? Pues en una de estas pompas de existencia efímera puede resumirse la aventura del primo Pepito en las tierras helvéticas, ya que al tiempo, le sobrevinieron a la Conchi unos ataques de melancolía y añoranza, no sólo por su familia y su ciudad sino por los bocadillos de chorizo y el ruido de las calles, que con la paciencia que mostrara una hormiga para derribar una secuoya del Canadá a base de mordisquearle las raíces, consiguió que el primo consintiera en la vuelta, ayudando sus lloriqueos con el hecho de estar embarazada. Es así querámoslo o no: La mujer no es sólo esa extraordinaria criatura a la que le pirra reventar granos y despachurrar espinillas de novios o esposos, sino que en situaciones adversas —como las que acontecieron en la Conchi— sabe quedarse estratégicamente preñada y hace perentoria la necesidad de estar al lado de su mamá.

Nuestro sueño terminó por tanto cuando el primo Pepito empleó los ahorros suizos en dos billetes de avión y en comprarse un piso bien acondicionado aunque tan lejano de nuestro barrio que nuestras relaciones se resintieron. De hecho, una de las últimas veces que se produjo una reunión de carácter tribal casi al completo, fue con motivo del bautizo de su hija, la pequeña a la que no sabemos por qué extraño débito familiar de la Conchi, pusieron por nombre Ciriaca…

Sí, Ciriaca; con todas su sílabas y letras. Una pena, pues con este nombre, en vez de sostener en brazos a una recién nacida parece que cargamos con un trozo de intestino entre mantillas. El primo Pepito y una cariacontecida Conchi, debieron resignarse a la reacción de los que se acercaban a la niña cumpliendo con las reglas sociales:

— ¡Es preciosa! ¡qué ojos, qué carita más linda! ¿Cómo se llama esta ricura?

— Ciriaca.

Entonces es cuando venía el pasito para atrás de los interesados, como si en vez del nombre, hubieran confesado los papás que la niña era leprosa. Arrepentidos de hacer cargar a la criatura con tan pesado baldón, el matrimonio comenzó a disimular el despropósito con las veladuras del eufemismo, y fue así que resolvieron llamar a la nena con el término neutro de Cira. Una solución pasajera, puesto que la primita —ya crecida— fue víctima en el colegio de las más lacerantes puyas, pues no en vano se había estrenado con enorme éxito en aquellos años la película “El planeta de los simios” y, ¡oh, casualidad!, la chimpancé protagonista se llamaba justamente así: Cira. Para contrarrestar el escarnio que la niña sufría a costa de su nombre y el de la mona, redujeron aún más el apodo hasta dejarlo en Ciri, lo que por otra parte lo llenaba de misterio pues para un extraño a la familia lo de Ciri, lo mismo provenía de Ciriaca como de Cirila, que no se sabe qué es peor. (Para zanjar el tema, apuntaremos que la otrora niña consiguió cambiarse el nombre en el Registro Civil y convertirse en una mujer bellísima a pesar de todo).

Imaginamos lo dura que debió ser la readaptación del primo Pepito a su vuelta. Hasta el simple hecho de resolver crucigramas en el autobús que lo llevaba aquí al nuevo trabajo, debió representar una dura prueba para superar la nostalgia, pues ¡cuántas veces cruzó el río Aar, que pasaba al lado de su casita de cuento! El trueque de los prados verdes y las montañas azules por nuestro desbarajuste urbano y nuestro calorazo bereber, tuvo que ser tan brutal que el primo Pepito quedó marcado para siempre por algo muy habitual entre los que regresaban del extranjero, esto es, por la rémora de la referencia continua al mundo perdido. Hasta los más nimios detalles daban pie a una comparación, a veladas censuras que siempre comenzaban con un “Pues en Suiza…”, “Pues en el lago Leman…”, “Pues en los Alpes…”, etc. que les llevaban incluso —y aquí metemos a la Conchi— a corregir algunos extremos de los dibujitos de Heidi. Era un coñazo, la verdad.

Para ir acabando anotaremos que a su regreso, el primo Pepito se colocó en una factoría dedicada a las aceitunas de mesa con un puesto de operario en el proceso de deshuesado y relleno de las mismas, algo que nos parecía un tanto ridículo en comparación con las labores de ingeniería punta que habría desempeñado en Suiza. De repente, en nuestra despensa, los magníficos chocolates se vieron sustituidos por cantidades ingentes de olivas rellenas de anchoa o de pimiento morrón. Tan drástico cambio no nos agradó demasiado, por mucho que nuestro primo se empeñase en cantar las delicias de sus encurtidos y dar cifras de producción a troche y moche, ponderando el hecho de que nuestra ciudad y provincia era la mayor exportadora mundial de aceituna de mesa. Sería por eso que para consolarnos, nos gustaba imaginar que cuando en las películas de James Bond aparecía James Bond tomando uno de sus martinis con vodka (shaken, not stirred), la aceituna que acompañaba la bebida había pasado por las manos deshuesadoras del primo Pepito. Y si no era la aceituna de Bond sería otra, la que pinchada en un palillo, una actriz entregada a las más pérfidas maquinaciones, hacía dar vueltas en la copa de cóctel con la mirada perdida.

Desde luego que las aceitunas no fueron determinantes; pero el caso es que sin quererlo llegó el paulatino desapego, los contactos se hicieron con el tiempo más espaciados y breves, inmersos todos en este torrente tan raro, tan extraño y divergente que es el vivir. La última vez que vimos al primo Pepito —siempre cariñoso y sonriente— debió ser por el 80, poco antes de morir su hermana. Después, como ya contamos, la de la guadaña le dio unos inmisericordes toquecitos en el hombro para que la acompañase y se lo llevó. Luego, y como hace siempre la muy cerda, lo hizo habitar en la mudez de las tres o cuatro fotografías que conservamos, las mismas que tenemos que consultar ahora si queremos recordar cómo era la cara del primo, la que nos resulta cada vez más remota, cada vez más gris en el blanco y negro de la cartulina abarquillada, cada vez más desvaída en el color de la memoria.
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martes, mayo 03, 2011

Damero Mardito, nº 25 (mayo)

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Primavera de armarios en Finisterre

Primero fue el azar, pero luego fue la costumbre. Hablo de Adelardo Pacharán, individuo que ya ha asomado en esta sección, magnífica persona y entregado damerista, que una buena mañana, con las prisas, se puso el pantalón al revés, esto es, con la cremallera atrás y la culera delante. La cuestión es que dado que los bolsillos de ese pantalón eran de los de línea y no de los de parche, al introducir las manos en ellos se dio cuenta que tomaban el camino contrario, de tal forma que se encontró alcanzándose las propias nalgas. Con sorpresa, encontró que el acariciarse las posaderas le provocaba un intenso placer de naturaleza sensual y voluptuosa.

Tras unos meses entregado a este ejercicio en los que no volvió a ponerse correctamente los pantalones, decidió abandonar a su novia, Julita Finisterre, creyendo encontrar en esta extravagante lujuria aplicada a sí mismo y en la simultanea resolución de dameros un estado de felicidad casi completo.

Inténtenlo también Uds.: si deciden completar el damero de este mes, ¿por qué no lo hacen con los pantalones puestos del revés? Tal vez sus vidas cambien a mejor.
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¿Dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, gratis total, en su kiosco habitual. Aquí:
El Damero del Vecindiario
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