viernes, abril 29, 2011

El primo Pepito (Capítulo 2)

.

"Primos y primates": El primo Pepito.

Capítulo 2

Pero no nos perdamos en rodeos y volvamos al primo Pepito, verdadero protagonista de esta crónica.

Que no se nos olvide reseñar un dato importante: y es que el primo Pepito era altísimo. Lo mismo medía 1,65 o más; lo cual, para el canon familiar de tres cabezas y media, lo convertían casi casi en un pívot de baloncesto. Junto con su estatura, la barba en punta le confería un aspecto atractivo a su cara de judío fino. En alguna ocasión su novia, la Conchi (ya hablaremos de ella), intentó convencerlo para que se afeitase; pero que nones. El primo y su barba fueron inseparables hasta el final.

En cualquier caso, el alto aprecio que sentíamos por el primo Pepito surgió de manera indirecta para nosotros y sin que él, por supuesto, lo hiciera con intención. Queremos decir, que tras meditarlo largamente y sopesar pros y contras, el primo Pepito decidió marcharse a trabajar a Suiza. Aquello produjo una enorme inquietud en su madre, en su hermana y en la Conchi. Incluso en nuestra casa, la decisión del primo de seguir la estela de tantos otros significó la desazón de lo aventurado. En cambio, para nosotros lo de Suiza representó un notición fabuloso, ya que de inmediato, nuestro estatus en el colegio mejoró de forma considerable dado el prestigio que confería entre los niños el tener un familiar cercano trabajando en el extranjero.

De acuerdo que en nuestro caso, el familiar era un primo hermano y no nuestro padre —algo que hubiera sido ya la repera— pero el parentesco era suficiente para llenar de envidia a los compañeros de la clase y permitir igualarnos con el Barrera y con el Manolín Ramade. Se comprende nuestra alegría desde el momento en que nos veíamos propietarios de juguetes y objetos maravillosos llegados de la Europa civilizada y moderna, como así ocurría con el Manolín, que tenía al padre trabajando en Alemania y desde allí le mandaba impresionantes cajas de lápices de colores y pantalones cortos de cuero, de estilo bávaro, con peto, de los que entraban ganas de cantar a gorgoritos nada más verlos; y unos anoraks de una belleza inverosímil. Lo mismo ocurría con el Barrera y sus juguetes eléctricos y sus equipaciones futbolísticas llegadas de Austria —que es donde se fue a trabajar un hermano suyo— con las que vestía de continuo. Por eso, cuando los mayores le hacían la obligada pregunta de:

—Niño, ¿tú de qué equipo eres? ¿palangana o verderón?

El Barrera contestaba con toda seriedad:

—No señor, yo soy del Rápid de Viena F. C.

Se entiende ahora nuestra felicidad cuando después de largos meses recibimos en Navidad los primeros regalos desde Suiza, los que nos permitieron igualarnos a los afortunados de la clase. Se trataba de unos gorritos con borlón en los que se silueteaba la figura de un perro San Bernardo.

¡Qué suerte tuvimos con el primo! Sí, mucha suerte, porque nada de aquello hubiera sucedido caso de haberse marchado a Barcelona, que era el destino más común para los que salían a buscarse la vida (“Barcelona” englobaba a Cataluña completa, y daba igual que el currelo estuviera en el Ampurdán o en la Seo de Urgell). En términos migratorios, irse a Barcelona era como jugar en Segunda División, una emigración de baja prosapia tanto por la cercanía geográfica como porque lo que se podía traer de allí era parecido a lo que teníamos nosotros. A fuerza de aparecer en la tele, hasta Peret y Mary Santpere y Mario Beut y Nuria Feliú eran como cosa nuestra.

Sí. Mucha gente del barrio se marchó a Barcelona y cuando volvían para pasar unos días en el verano, estragados por las lentitudes soviéticas de aquellos trenes, llegaban muy presumidos y señoritos, contando de Igualada o de Hospitalet, maravillas propias de un Marco Polo. Nos daba mucha envidia el Quico de la Pepa, que había sido nuestro amigo de toda la vida, contándonos que en Esplugas de Llobregat, donde vivía, los niños podían conducir coches y que su padre, que era taxista, le iba a comprar uno. El Quico fumaba a escondidas y hacía empequeñecernos con sus fabulaciones, pues mientras nosotros íbamos al colegio, él trabajaba repartiendo leche con un triciclo de verdad. Imaginarnos dueños de un triciclo de aquellos por las calles de Barcelona, nos llenaba de placer y a la vez, nos frustraba por lo inalcanzable del deseo. Qué magnífico hubiera sido dejar de estudiar y, como el Quico, repartir leche con la completa libertad de un triciclo veloz. El Quico, mientras hablaba, escupía por entre las paletas enseñando un poco la lengua con una frecuencia de ofidio. Nos decía entre salivilla y salivilla:

—¿A que no sabéis cómo se dice “cierra la puerta” en catalán?
—No.
—Pues se dice “tancá la pó”.
—Ah.
—¿Y “cuarenta”?
—Tampoco.
—Pues “cuarén”.

El Quico y su familia siguieron volviendo cada verano, hasta que un año dejaron de aparecer. Fue cuando su hermana mayor se presentó con sus dos gemelos recién nacidos, niño y niña, llamados como sucedía habitualmente, Jordi y Montse, en un intento de adaptación al medio por simbiosis bautismal. Pero esto, como decimos, sucedió después. Antes, las crónicas del Quico dejaron de importarnos desde el momento de saber al primo Pepito en Suiza, un lugar donde las maravillas eran mayores, pues allí hasta las vacas eran de color malva.

(Continuará...)
.

martes, abril 26, 2011

El primo Pepito (Capítulo 1)

.

"Primos y primates": El primo Pepito.

Capítulo 1


Yo. Yo, sí.

Yo agradecí que esperando ante la puerta de la habitación, saliera por ella la Paquita Cantón diciendo en voz muy baja que el primo Pepito, nuestro primo Pepito al que un cáncer de huesos se lo comía por los pies, no quería ver a nadie excepto a ella, a su madre. Así que dejamos el hospital a toda velocidad, contentos por haber eludido el mal trago, pero con las piernas temblonas por el recuerdo de los gritos que pegaba el primo llamando a su madre cuando salió aquel momento a darnos la noticia. No quería soltarse de su mano, nos contó ella. También quería estar a oscuras. En completa oscuridad para no verse.

El primo Pepito murió joven, con 55 años o por ahí. Su madre, la Paquita Cantón —que era nuestra tía pero que nosotros la llamábamos así, la Paquita Cantón, con nombre y apellido— nos contó también que la última palabra que dijo antes de morir fue “mamá”. Seguro que también fue la primera que aprendió el primo. En pocos días el pisito minúsculo donde vivía la Paquita Cantón, se llenó de fotografías enmarcadas de su hijo, haciendo compañía a las otras del tío José y de la prima Paquita, muerta un par de años antes (de la prima Paquita, hermana del primo Pepito, ya hablamos en la serie “Primas y leyendas”. Era nuestra prima cojita). En el saloncito enano se sentaba la Paquita Cantón con un gato en el regazo y con el televisor condenado al silencio por el luto. Allí se murió de pena a los pocos meses ayudada por el tufo de un brasero. El gato parece que también la cascó, por si alguien pregunta por el gato.

Por diversos motivos, queríamos mucho al primo Pepito. Primero porque espaciaba sus visitas y siempre que venía a casa con su novia nos traía alguna chuchería, sobre todo al menor de nosotros que era su ahijado. Segundo, porque sus visitas eran cortas y no se eternizaban en la cámara lenta de los cafés y los pasteles de la tarde, fabricando el martirio de los pellizcos por debajo de la mesa que nos daba mamá para que estuviéramos quietos. No. El primo Pepito se limitaba a revolvernos el pelo a manera de saludo y a darnos unos besitos mullidos por su barba rizada cuando se marchaba. Besos que nosotros notábamos sinceros, pues no en vano éramos sus únicos primos y, como él, llevábamos el mismo apellido en primer lugar. A esta circunstancia, el primo Pepito le daba mucha importancia, ya que según sus palabras “le recordábamos a su padre” (¿?). Su padre era el pobre tío José, hermano del nuestro y hombre que tuvo un morir ciertamente curioso.

Verán: Sucedió el día (era domingo) que estrenaban un piso del Patronato de la Vivienda en un barrio cercano al de nosotros, el de la Pirotecnia. Barrio de inauguración reciente y por lo tanto con las calles sin asfaltar, sin alumbrado y rodeados los edificios por tramos de tuberías gigantescas y por esos enormes carretes de cables en los que los niños siempre imaginábamos unas inagotables posibilidades de juego. Pues allí, en el pisito, organizaron un almuerzo entre amigotes a los que el término de pantagruélico ayudó a adjudicarlo una enorme olla de callos con garbanzos. No es que el pobre tío José fuera un comilón al uso, pero el caso es que después de mucho moyate y mucho callo, se fue a echar la siesta. Los amigos, en cuanto vieron el fondo de la olla cuartelera, terminaron por marcharse con un concierto de hipidos y eructos de beodos. Su mujer, la Paquita Cantón, quedó tranquila por fin y abriendo la ventana para despejar el humazo de los puros baratos, no comenzó a preocuparse por lo largo del sueño del tito hasta bien entrada la madrugada en la creencia de que su marido dormía plácidamente la mona. Error. Error de los gordos puesto que al tío José un infarto le había destrozado el corazón al poco de tumbarse. La certeza cardiaca vino con la autopsia pues las primeras conjeturas culpaban de la muerte directamente a los callos con garbanzos y de que a la Paquita Cantón se le había ido la mano con el picante. Todo fue casual desde luego y nadie pudo demostrar una relación entre una ingesta de callos y un infarto de miocardio, pero la verdad es que desde entonces hablar de callos en el pisito de la Pirotecnia era como mentar la soga en casa del ahorcado. Por mucho que se lo quisieron quitar de la cabeza, la Paquita Cantón no dejó nunca de culpabilizarse y cuando el recuerdo de su marido la sorprendía en cualquier momento o lugar, soltaba uno de esos suspiros hondos de viuda triste y volvía a la matraca del exceso de guindillas. Con el tiempo, llegó a convertir su queja en la coletilla con que finiquitaba sus charlas.

(Continuará...)
.

jueves, abril 21, 2011

Sin luna de Parasceve

.
Tres jueves hay en el año
que relucen más que el sol
Jueves Santo, Corpus Christi
y el día de la Ascensión.

Para K. Whitmore

Hoy tocaba entregarse a la vieja dama fulana que arruga el ceño y mira por encima del hombro a todo aquel que no se presente ante ella llevando en la mano la onza de oro que debería ser el sol de esta tarde; lo que no exigía antes, cuando su habitación de lupanar era una nueva Babilonia, una moderna Nínive, y se metía en la cama con cualquiera que le dijera dos tonterías al oído para practicar las artes amatorias que aún no ha olvidado a pesar de que hace siglos el rímel con que se pintarrajea se le corre en los ojos y el carmín penetra por las grietas que circundan sus labios de antigua, arruinada y sabia puta que todo lo tuvo, pero cuya carne ajada por todas las manos del mundo sigue siendo tan fragante en abril como para que de rodillas le siga rogando, porque llevo mi onza de oro de sol, que se baje aquí mismo las bragas.

37 23'23.05"N
5 59'13.23"O
.

viernes, abril 15, 2011

Solución al Damero Mardito, nº24 (abril)

.

A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº 24, abril), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.

"La tomó en brazos y la llevó hasta la cristalera. Pero de esa manera, como lleva el novio a la novia en las películas, jamás conseguiría bajar por la escalera de caracol."

A. Agónico
B. Charca
C. Azoras
D. Mal
E. Intonsa
F. Lejos
G. Layas
H. Escopeta
I. Revela
J. Ilota
K. Llave
L. Allana
M. Losa
N. Urdimbre
Ñ. Novel
O. Asase
P. Duela
Q. Emboca
R. Prolija
S. Almacén
T. Prócer
U. Elevas
V. Larario

Acróstico: A. Camilleri "La luna de papel".
.

martes, abril 12, 2011

Crónicas Porcinas, 2

.
De nuevo, el Acaparador.

Entra el Acaparador, el monopolizador de periódicos del bar de abajo. Hacía tiempo que no le veía por aquí. Lleva bajo el chaquetón el polo negro de siempre y para mí que está un poco más calvo. Se sienta en el taburete y mira con ansia alrededor. Olisquea. Ventea. Arruga su nariz porcina. Localiza el Estadio Deportivo y el suplemento religioso del ABC, Alfa y Omega. En el bar, a esa hora de la mañana, hay un enorme escándalo. El Acaparador se pone a leer el periódico de deportes y disimuladamente apoya un codo sobre el otro. El tío se lee lo que le echen con tal de aislarse del follón. Marisa le pone el café, un zumo de naranja y media tostada. El Acaparador le echa aceite por encima sin separar las gafas del periódico. También le pone un poco de azúcar al zumo y mueve la cucharilla sin dejar de apoyar el codo sobre el suplemento.

Hoy me dan igual sus fullerías porque me he hecho con El País y debajo del expositor de patatas fritas y gusanitos veo escondido el Marca. De pronto entra en el bar un tío que trabaja en una oficina de al lado. Un tío parlanchín, de risa continua, insoportable. Consigue abrirse un hueco en la barra y saluda al Acaparador. Conozco de vista al Parlanchín pero no tenía ni idea de que a su vez conociera al Acaparador. Se alegran de verse. Se sienta a su lado y se ponen a hablar. El Acaparador parece haber perdido interés por el periódico pero no le quita la zarpa de encima. Pongo la oreja. Escucho fragmentos: "...saber inglés... meses en una oficina de correos en Detroit... una hija en la consulta... Florida". Entra ahora Prince, el nigeriano aparcacoches que se come cada mañana siete tostadas con foigrás o las que le echen. Me sorprende que conozca al Acaparador. Todo el mundo parece conocer al Acaparador. "Jelou mai gud fren" le dice el Acaparador con un buen humor que me descoloca. El oficinista parlanchín le da la mano al negro y también hace sus pinitos: "Jaguaryú Prin? Du yu guan toas güis foigrá?" El negro se ríe con todos los dientes y sale del bar sin decir nada. Es un negro que entra y sale sin dar explicaciones y se come sus tostadas cuando le da la gana. El Acaparador y el Parlanchín siguen hablando. De pronto, un tipo situado en la otra punta se llega hasta ellos. "¿Está leyendo éste?", le pregunta al Acaparador por el Alfa y Omega, debe ser un tipo piadoso. La gente se muere por quitarse del jaleo leyendo cualquier cosa. El caso es que el Acaparador alza el codo sin dejar de hablar con el Parlanchín y deja escapar el periódico. Pero con rapidez dobla el deportivo que tenía en la mano y lo esconde bajo el brazo. Hay cosas que me dejan literalmente boquiabierto y esta es una de ellas. El Acaparador dejándose quitar periódicos.

Termino mi desayuno, pido a Marisa un buche de agua y pago: 1,60 por un café y media tostada con Tulipán. Cuando me marcho, el Acaparador sigue animado con la charla y logro captarle unas cuantas palabras más: "...buh, eso siempre... allí nos poníamos unos gorros...". El Acaparador tiene una voz desagradable por la mañana.
.

martes, abril 05, 2011

"Las ciegas hormigas" Ramiro Pinilla.

.

En 1960 Ramiro Pinilla ganó el premio Nadal con esta novela que no dudo en calificar de admirable: “Las ciegas hormigas”, y que tras fastidiosas circunstancias de derechos, pagos, recibos y timos varios es ahora, cuando liberada de asuntos contractuales con sus tiburones, la editorial Tusquets hace de nuevo la luz para que tan ciegos animalitos trasladen una vez más al lector de Pinilla a su acostumbrado espacio vital y literario, la costa cantábrica getxotarra que acoge a San Baskardo, Punta Galea, la playa de Arrigunaga, y a las gentes extremas (de esfuerzos, de fijaciones, de parquedad de palabras) que lo habitan, tan familiares ya para los que leímos su trilogía de “Verdes valles, colinas rojas”.

Novela de tenacidades, el protagonista es Sabas Jauregui, cabeza de familia y de caserío que se unirá junto con sus hijos a muchos otros para rescatar el carbón que, al naufragar, ha desparramado por la playa un carguero inglés. El infortunio, la tenacidad como digo (tanto la de Sabas como ‘otra’ tenacidad que no debo desvelar), la dignidad, el valor, darán naturaleza de epopeya aldeana —épica vasca— a esta novela estructurada en voces que tanto debió, como así reconoce el propio Pinilla, al Faulkner de “Mientras agonizo”, nombre al que yo añadiría el Steinbeck de “Las uvas de la ira” y si me esfuerzo mucho a la cañí “La barraca” de Blasco Ibáñez. En todo caso, esas voces tan marcadamente literarias que se suceden —queda fuera la del propio protagonista— y que en ocasiones alcanzan cierta intensidad lírica son contrapunto perfecto al descarnado realismo de esta historia que nos hace emitir un suspiro de alivio después de tanto sobrecogimiento.

Aquí una más que interesante entrevista con el veterano autor:
Entrevista a Ramiro Pinilla.

(Por favor, no se las pierdan. Ni la entrevista ni, por supuesto, la novela.)
.

viernes, abril 01, 2011

Damero Mardito, nº 24 (abril)

.

Lord of the Underwood

Uno de los estudiosos de la obra de Wilfred Mameluco —en concreto el profesor Michael Nipples de la Barks University de Winsconsin— publicó en 1956 en la revista ‘Literary Pleasures’ un artículo donde aseveraba que Mameluco jamás utilizó en ninguna de sus novelas la palabra “abril”. Dado que la obra del prolífico autor sobrepasa los 85 volúmenes, la circunstancia —como así sospechaba Nipples— no podía deberse a la casualidad.


Fue así que, tras un seguimiento de años y bebiendo de todas las fuentes y de todos los bares que encontró en su deambular por el país, pudo demostrar que Mameluco era alérgico al polen y que a causa de ello, un estornudo de singular potencia le llevó en una ocasión a golpearse el rostro con el teclado de su máquina de escribir Underwood, con tan mala fortuna que la tecla correspondiente a la letra F (desprovista de pulsador) vino a clavársele en el ojo izquierdo produciendo la enucleación del mismo.

A partir de tan malhadado episodio, Mameluco decidió castigar a la palabra “abril” —que era el mes que corría cuando se quedó tuerto— con el silencio, no sólo prescindiendo de ella para siempre sino haciéndola desaparecer de su anterior producción.

Por todo ello, espero que este mes que comienza sea poco pródigo en alergias y no arredre al aficionado que las padezca a resolver este Damero con el que se cumplen dos años de puntual aparición.

---

¿Dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, gratis total, en su kiosco habitual. Aquí:
El Damero del Vecindiario
.