lunes, enero 31, 2011

"Mis Melenudos, 8"

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"PAPERBACK WRITER"

Como hace tiempo que no me ocupo de los Fab Four, me apetece hacerlo hoy sacando a la palestra uno de sus grandes títulos de gama media, en este caso, “Paperback writer”, el tema de Paul MacCartney que grabado entre los días y de abril de 1966 apareció como cara A del single donde otra canción ya comentada, Rain”, fue su reverso.

Paperback writer” no se recogió por tanto en ningún álbum que no fuera recopilatorio, aunque estuvo presente en casi todos ellos: Oldies but goldies, Hey Jude, Double Red Album, Past Masters II… lo que demuestra la popularidad y calidad de esta canción, de la que se dijo que fue la primera entrega en single de un tema que no tuviera al amor como leit-motiv, aunque otras voces señalan que tal circunstancia corresponde a “Nowhere man”, publicada antes en Estados Unidos. Sea como fuere, la leyenda indica que la inspiración le llegó al zurdo bajista al observar que su compañero Ringo leía paperbacks, o sea, novelas baratuchis, de kiosco, de tapa blanda, en los días en que una tía suya le expresara el deseo de que le dedicara una canción que, justamente, no fuera de amor (la señora debía estar hasta el kimono de tantos ailovius y aimolgüeisbitrú).

Me temo que como pasa casi siempre, este orden de cosas no fueran más que pequeñas anécdotas que escondieran un propósito distinto, en este caso, el manifestar con ironía y mucho cachondeíto (y algo de envidia también, que el Macca siempre fue un envidiosillo) una burla a la supuesta intelectualidad del Juanito, que por aquel entonces ya había publicado dos libros: “In his own write” (1964) y “A Spaniard in the works” (1965), compendios ambos de nonsenses y dibujillos. Burla compartida y aceptada claro está, pues no hay más que escuchar la canción para darse cuenta de lo bien que se lo pasaron grabándola, metiendo morcillas en los coros (hasta el Frere Jacques) y risitas y desafines en los falsetes.

Como no podía ser de otra forma, y siendo composición de McCartney, su bajo casi recién estrenado Rickenbacker 4001 (no el Höfner que aparece en el vídeo sino el mismo que se empleó para crear el efecto fuzz-bass del tema de Harrison “Think for yourself” del Rubber Soul) copó todo el interés instrumental en la grabación, relegando a segundo plano hasta las mismísimas guitarras… las que tan brillantes de sonido aparecerán, menos mal, en el “Rain” que ya comenté.

En cuanto a la letra, ahí endoso la traducción que he perpetrado avisando que de entre todas las posibilidades del término “paperback writer”, he elegido el de “escritor de novelas populares” aunque es tan cuestionable como grande es el buzón de sugerencias que pongo a disposición del respetable. Pero antes de la letra, aquí tienen a los melenudos interpretando el tema en un conceptual videoclip que los coge echando el diíta en los jardines de Cheswick House en Londres:

The Beatles: Paperback writer

Estimado señor o señora, ¿va a leer mi libro?
Escribirlo me llevó años, ¿va a echarle un vistazo?
Se basa en la historia de un hombre llamado Lear
Y como necesito un trabajo quiero hacerme escritor de novelas populares

Es la sórdida historia de un sórdido hombre
Al que no comprende la pesada de su esposa
El hijo trabaja en el Daily Mail
Es un empleo fijo pero él lo que quiere ser es escritor de novelas populares

Tiene mil páginas más o menos
Y escribiré más en una o dos semanas
Puedo hacerla más larga si le gusta el estilo
O puedo cambiarla por completo porque lo que quiero ser es escritor de novelas populares

Si de verdad le gusta, puede comprar los derechos
y tal vez se haga millonario de la noche a la mañana
Si tiene que devolverla, puede mandarla aquí mismo
Pero necesito una oportunidad porque quiero ser escritor de novelas populares
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jueves, enero 27, 2011

Maravillas del Mundo, 12

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"Me como una y me cuento veinte"
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Pocos años después de la Tercera Recesión (15 de abril de 2038), nuestro querido Conductor, el doctor Rodríguez Wu Jintao, decretó la prohibición de la propiedad y uso de los ordenadores personales y vídeoconsolas que todavía muchos ciudadanos guardaban en sus casas desde los tiempos de la Gran Devastación, penalizando con dureza a los infractores.

El caso más llamativo dentro de nuestra vecindad fue el de Ougale Planck, que detenido por una patrulla de la K. A. V. cuando jugaba una partida clandestina de "Tennis for Two”, fue condenado a diez años de trabajos forzados en las canteras de Manchuria. La mirada que dedicó a los airados vecinos que observaban desde los balcones cómo era introducido en el aeromóvil policial, constituirá para nosotros una eterna fuente de remordimiento.

Era de esperar, por tanto, que tan drásticas medidas provocaran, como así fue, un resurgir de las viejas industrias del ocio y el rescate de actividades propias de nuestros bisabuelos. Alentadas por la propia Central Gobernadora y subvencionada la fabricación (pese a todo y a consecuencia de la carestía de las materias primas, los precios eran prohibitivos) de los nuevos productos, la vuelta del parchís, la oca o las damas experimentó un colosal éxito entre la población, dándose el caso de organizarse ligas y campeonatos en toda la extensión del Sector Ibérico.

Ilustramos la noticia con el formato más popular que apareció en el mercado. El que por tan sólo 975 Neokópecs hizo felices y amenas las largas noches del invierno postnuclear, cuando acogerse al amparo de unas brasas y a la luz de un candil de carburo hacía olvidar la dureza de nuestras existencias.


Últimas Maravillas publicadas:
Maravillas del Mundo, 11
Maravillas del Mundo, 10
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Maravillas del Mundo, 7
Maravillas del Mundo, 6
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lunes, enero 24, 2011

"Un Cervantes con boina (y un colchón)"

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Era cuando habíamos plantado en el séptimo cielo nuestro nidito de amor. Como eran tiempos del contigo pan y cebolla poco nos importaba que la casita de papel estuviera situada en la parte más costrosa del Nervión autoconstruido y que sus dimensiones fueran sólo apropiadas para albergar a una pareja de mádelmans enamorados. A las amistades lejanas decíamos que habíamos alquilado un ático, pero a las que nos frecuentaban era imposible ocultarles que aquello no era otra cosa que un palomar con retrete. Nos daba igual porque ¿hay alguna adversidad que el amor no supere, incluida que el agua (y los grifos) dieran calambre, que el llagueado de los ladrillos asomara por los tabiques verde de moho, que el wc siempre estuviera atascado, que a falta de lavadora laváramos las sábanas en el fregadero o que nuestra cocina de la Señorita Pepis funcionara con bombona de campingás? No. Nada representa valladar mientras los corazones latan con fuerza y haya ganas de petrolearse los bajos.

Con todo, la historia que ahora me entretiene se desarrolló en la más noble pieza del habitáculo: Una azotea privada y fuera de toda servidumbre de vista que fue escenario no sólo de innumerables saraos a pesar de su reducido tamaño, sino de escenas galantes de toda graduación. De haber conocido tal espacio, el Sabina hubiera desarrollado allí su "Eva tomando el sol", y es que cada vez que escucho esta canción, cierro los ojos y me enfango en la más blandurria de las nostalgias, la que reclama lágrimas para apagar las llamas del tempus fugit, el fuego de venas y médulas y el recuerdo de las otrora turgentes carnes de servidor, acompañado todo por un sostenido priapismo que —¡ay!— daba gloria verlo. Así todo, ¿quién es capaz de no sucumbir a la melancolía?

Testigo de todo ello fue siempre un busto de Cervantes que teníamos colocado en un pretil de la azotea. El cabezorro era de escayola y de bastísima traza por lo que poco nos importaba que quedara expuesto a las inclemencias meteorológicas. Al contrario, era curioso observar cómo la intemperie lo iba metamorfoseando en un proceso que lo llevaba a llenarse de verdín en invierno para despellejarse luego en verano, pues la niña le daba al insigne alcalaíno unas manitas de barniz en cuanto la primavera se anunciaba. A estas irreverentes perrerías había que sumar nuestro gusto por adornar a Maiquel con toda clase de tocados: gorras de visera publicitarias, sombreros de paja y hasta una boina (que aún conservo) con la que tomaba aspecto de parisino recién salido de una cave existencialista pero con gola.

Fue él, como digo, testigo silente de aquella desgracia, pues de desgracia tengo que calificar el episodio que me mantuvo por una temporada en continua desazón, en un estado de estrés que me llevó incluso a tener pesadillas protagonizadas, cómo no, por el monstruo: ¡un colchón tamaño matrimonio!

La cosa fue que decidimos deshacernos del colchón que venía incluido en el arrendamiento del tugurio. Sea por los incontables lustros que tenía encima como por la continua paliza a que lo teníamos sometido —¡bendita edad dorada!—, lo cierto es que pedía una jubilación a gritos de muelles. No se me ocurrió entonces otra cosa que, en una operación agotadora, doblarlo por la mitad, sacarlo a la azotea y dejarlo allí, en un rincón, a la espera de que al día siguiente a primera hora lo bajara a la zona de contenedores de basura para que se hiciera cargo de él el servicio de recogida de enseres (previa cita telefónica).

Mas ¡ah! la aleatoria meteorología que tomaba por juguete al busto de Cervantes, se alió en esta ocasión a su favor (porque para mí que esto fue una maldición cervantina por nuestra burla continua) y fue así que aquella noche cayó una tromba de agua de tal magnitud que hizo del colchón gigantesca esponja, por lo que cuando por la mañana intenté hacer el traslado me crujió la bisagra. Aquellas veinte toneladas fui incapaz de moverlas un milímetro.

Así comenzó mi desgracia. Las más adversas circunstancias se dieron cita en ella. Aquel fue el otoño más lluvioso del milenio, por lo que fue imposible esperar el secado del colchón. La desesperación me ganó porque en pocos días el maldito provocó que en la planta de abajo aparecieran unas grandes manchas de humedad. Menos mal que la zona correspondía a un pasillo común, pero pese a todo, y para no confesar a la casera que en su azotea teníamos como huésped a un colchón doblado y empapado hasta las cachas intenté solucionar el desaguisado pintando yo mismo el techo. Lo pinté como seis veces. Siempre lo pintaba. Todo era inútil y terrible.

Con la ayuda de unos amigos conseguí levantarlo del suelo lo suficiente como para poder meter debajo unos plásticos que paliaron en parte el problema aunque la operación evidenció dos cosas tremebundas: la primera fue la huída a diferentes velocidades de toda clase de animalillos gustosos de la húmeda oscuridad: cochinillas, tijeretas, extraños bichos con aspecto amariscado... Pero la segunda era peor, y es que ¡el colchón se había convertido en un criadero de setas! Unas setas asquerosísimas, translúcidas, marrones, venidas como de otro mundo y seguro que tan ponzoñosas que podrían haber igualado a la más letal de las amanitas. Juro que lloré. ¿Cómo no iba a tener pesadillas? La presencia del colchón era agobiante; se filtró en nuestra vida y en nuestras conversaciones y los allegados conocedores del problema preguntaban por él y por su estado de humedad como quien se interesa por un enfermo al que se le desea la muerte. Aquella convivencia con el monstruo duró todo el otoño y el larguísimo invierno que le siguió. Sólo fue bien entrada la primavera cuando la bonancible temperatura comenzó a obrar el lento milagro del secado.

Para cuando decidimos que el colchón estaba a la par que un bacalao y que su peso se adecuaba a nuestras fuerzas, se nos presentó otro inopinado dilema... ¿Cómo íbamos a deshacernos de aquella cosa pestilente hecha ya un amasijo de tejidos, alambres y champiñones salvajes con cuyas esporas se podría liquidar una división de marines? Teníamos que bajar escaleras, los vecinos nos podrían ver, seríamos tal vez vilipendiados, acusados de atentar contra la salud pública... En fin, un problemón que nuestro civismo acrecentaba.

La solución me llegó acompañada por una de esas bombillitas que se les encienden a los personajes de los tebeos. Y es que me pusiera como me pusiera, no había otra posible. Así que armado de valor, con unos guantes de goma de los de fregar y unas bolsas de basura tamaño comunidad, me dispuse a deshacer el colchón ¡a mano!

Increíble que aquel endriago del infierno fuese capaz de llenar tres bolsas hasta los topes. Y es que hasta que no se desmenuza un colchón a la manera artesanal no se imagina uno la cantidad de relleno que puede albergar, y en mi caso, con la desagradable añadidura de estar manejando unos tejidos putrefactos que parecían llegar de un almacén egipcio de momias. Esta guarrísima faena me llevó dos tardes y eso que me puse a ello con diligencia y tesón en cuanto llegaba del currelo.

Finalizada esta primera fase y habiendo quedado el colchón en su mínima expresión, o sea, en la desnudez de su estructura de muelles, trinqué un palo de fregona y lo vareé como si fuera un olivo aunque en vez de aceitunas, aquello lo que dejaba caer eran los últimos jirones del pútrido tejido y las últimas vedijas del material sintético más vomitivo. Creo que fue en ese momento, o sea, viéndome varear un colchón, cuando la que en la actualidad es mi señora esposa comenzó a sospechar de mí, de mis acciones, de todo lo sospechable. Así hasta el día de hoy.

Muerto el colchón se acabó la rabia, mas a todo esto había que deshacerse del esqueleto. Aún me admira cómo mi pudor me llevó a realizar la más extraña de las maniobras y es que para que nadie advirtiese lo que habíamos albergado durante largos meses en la azotea... ¡hice un paquete con el oxidado muellaje, envolviéndolo con cuidado (en su tamaño del doblado primigenio) en papel de envolver y atando el conjunto con varios metros de cuerda! ¡Cómo debía reírse desde el pretil de la azotea a través de su representación en bulto redondo el creador del Quijote!

Amparado por la noche, sólo quedó abandonar discretamente el enorme pero liviano paquetón al lado de un contenedor alejado de nuestra calle, sacudirme las manos, respirar hondo y volver a ser feliz. Tuve la suerte de que nadie me observó ni me advirtió de un olvido. Pero al menos, en el término de la historia encontré una pequeña recompensa. Fue imaginar la cara que pondría el basurero y qué explicación encontraría al fenómeno cuando a la mañana siguiente, lleno de curiosidad, desatase aquel paquete trenzado de cuidadosos nudos antes de arrojarlo al camión.

Para el epílogo dejo el busto de Cervantes, el que permaneció en su atalaya cuando un par de años después nos mudamos a una vivienda mayor que nos demostró la poca relación que existe entre amor y metros cuadrados ("En un cuartito los dos, veneno que tú me dieras, veneno tomaba yo"). Aún lo seguí viendo allá arriba cuando pasaba por la vieja calle, cada vez más demacrado en su mineral existencia, cada vez más estatua gracias a la pátina con que lo ennobleció la meteorología. Un día desapareció. Fue momento de filosofar. Si el tiempo actuó así con la escayola y con un colchón de matrimonio, ¿qué no habría hecho con nuestras carnes y corazones?

© Sap.
es.humanidades.literatura
Marzo 2008
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viernes, enero 21, 2011

Placeres Mundanos

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"Pechuga de pollo a la mozárabe". Exotismo de pacotilla.

Como hace tiempo que no registro entradas gastronómicas, lo hago hoy de manera rauda proponiendo tomar un pollo como víctima para una vez desprovisto de pechugas, o sea, despechugado, hacerlas “al estilo mozárabe” (?), una manera harto sencilla de prepararlas como enseguida verán.

Realmente, desconozco el porqué de esa precisión del momento histórico-temporal, quiero decir ¿por qué a la mozárabe y no a la almohade, la mudéjar o la almorávide? En fin, chorradas intrascendentes frente a lo que hubiera sido mi verdadero deseo, entretenerme con la pechuga de una moza árabe antes que con este pollo mozárabe. Mas imposibilitado de lo primero, iremos al turrón y comenzaremos la receta…

… haciendo el necesario y sempiterno sofrito. Primero con pimiento verde y zanahoria (fig. 1), a los que luego incorporaremos la cebolla (fig. 2) y finalmente el tomate (fig. 3). Cuando todo esté pochado convenientemente añadiremos el “hecho diferencial” de esta receta, o sea, una picada de pasas, higos secos y almendras (fig. 4 y 5). Dejaremos que se rehogue todo otro ratito (y esto de “ratito” me da pie para comentar lo bien que le vienen los diminutivos al género gastronómico, ¿se han dado cuenta? Supongo que no es más que un antiguo reflejo del lenguaje maternal.)

En sartén aparte “sellaremos” los trozos de pechuga previamente cortados en buenos dados y salpimentados hasta que pierdan su crudo color de crudo (fig. 6). Los añadiremos al sofrito (fig. 7) y tras un leve salteo del conjunto cubriremos con caldo de ave —síiiiiiii, vaaaaale, de avecrem va que chuta si no tienen otra cosa a mano— y pondremos a flotar en el mismo un canutillo de canela en rama (fig. 8) como aquellos misteriosos trocitos xiloformes de la colonia Maderas de Oriente que usaban las señoras de antaño.

Sólo resta esperar a que el guiso, a fuego muy lento, reduzca los fluidos, ayudándolo si es necesario con una puntita de maicena. El resultado, acompañado el pollazo de un arrocito al curry y una litrona de Cruzcampo, es tal el que se muestra en la espectacular imagen final. Los niños de mi casa e incluso la dueña de la misma, quedaron muy contentos. Servidor de ustedes no tanto, la verdad, y no porque hubiera salido mal el experimento sino que a mí estos dulzores exóticos, psch, psch, psch, me parecen algo excesivos.

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lunes, enero 17, 2011

Solución al Damero Mardito, nº 21 (enero)

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A continuación, pasamos a desvelar la solución al último Damero Mardito (nº21, enero), aprovechando como siempre el momento para enviar un afectuoso saludo a nuestros distinguidos seguidores. Muchas gracias.


"Después de haber pasado largas temporadas en España y viajado por Europa, empezó a trabajar y pronto sus conocimientos, su integridad y su rigor le granjearon prestigio."

A. Espíritu
B. Morrongos
C. Espresso
D. Níspero
E. Despachad
F. Opípara
G. Zambomba
H. Agujeros
I. Rajoy
J. Insolvente
K. Ñandú
L. Atractivo
M. Drenaje
N. Ensayad
Ñ. Grey
O. Aguerrido
P. Tupé
Q. Operad
R. Soplagaitas

Acróstico: E. Mendoza "Riña de gatos".
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jueves, enero 13, 2011

"Riña de gatos (Madrid, 1936)" Eduardo Mendoza

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Anthony Whitelands, un inglés experto en pintura española, viaja a Madrid para tasar unos cuadros del duque de la Igualada, aristócrata que necesita dinero contante y sonante para poder huir con su familia de la convulsa España de la primavera de 1936...

Así comienza “Riña de gatos (Madrid, 1936)” la novela de Eduardo Mendoza galardonada con el último premio Planeta.

Debo confesar como mendocista que comencé su lectura con toda clase de prevenciones, no sólo por la opinión desfavorable de mi amiga Vichoff sino por el hecho de ser un premio Planeta —que aun con las correspondientes excepciones como puede haber sido, por ejemplo, “El jinete polaco” de Antonio Muñoz Molina, en mi opinión la novela más importante publicada en España al menos en los últimos 30 años, es una mater generatrix de bluffs— a lo que se sumaba la sospecha de que esta nueva entrega de Mendoza fuera a engrosar el desinterés de su postrera producción, en el que quise ver la típica decadencia del escritor prolífico que acaba repitiéndose y caricaturizándose hasta la saciedad (Auster, Saramago…) ¡Pero no, no ha sido así queridos lectores de este cutreblog! Afortunadamente mis temores fueron infundados, pues conclusa la lectura —en formato electrónico proporcionado por mi amigo Óscar Maif— entiendo que esta “Riña de gatos” es de lo mejor que he leído no sólo del barcelonés, sino de la última hornada literaria que cayó ante mis gafas.

Una novela no de humor sino humorística, pues en ocasiones se torna amarga y es sabido que sin un poco de acíbar no es posible cocinar el potaje del humorismo; una novela que en la misma medida que no desdeña todo el aparato de trucaje propio del folletín, la novela por entregas, la astracanada y el vodevil, presenta unos análisis del momento histórico tan agudos como sintéticos y, a mi juicio, certeros: Amenidad en los porqués, efectos, escenarios y personajes.

Y luego está el idioma, sin duda la clave de todo. Verdaderamente cómico a la vez que virtuoso el uso que de él hace Mendoza. Un lenguaje lleno de formulismos y cortesías, campanudo a veces, barroco otras, castizo en ocasiones, pero siempre de un devastador efecto cómico. Socarronería pura que recorre el libro de cabo a rabo y que articula tanto a las criaturas populares que por él transitan como a los más excéntricos y célebres históricos, desde Velázquez a Primo de Rivera. Lenguaje y trama que en más de una ocasión fueron capaces de arrancarme estentóreas carcajadas, algo por lo que estar agradecido hasta las cachas, pues ¿a cuánto se cotiza una acción de Carcajada, S. A. en nuestra actualidad y a estas alturas de la vida?

En definitiva, no se la pierdan. Si a pesar de todas mis perrerías, aún guardan Uds. hacía mí alguna confianza, no lo duden, háganse con “Riña de gatos” y disfruten de los placeres de la ironía (incluso dentro de la British tradition) que despliega en sus páginas el como digo, mejor Mendoza de los últimos tiempos.
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lunes, enero 10, 2011

La estadística del pollo

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Aun admitiendo la máxima que dicta que hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas, creo que es un buen momento éste de haber superado las 10.000 visitas para reflexionar sobre la naturaleza de este gilichorriblog aprovechando las estadísticas que nos brinda Google desde el pasado mes de mayo de 2010 hasta el día de hoy.

Ellas nos indican, por ejemplo, que han sido vistas en particular 5.156 páginas, siendo las entradas más visitadas las siguientes:

1º) El Damero Maldito, nº 13 (mayo)

Lo que no es de extrañar dado que la palabra clave por la que accede el incauto a este redil es nada menos que “damero”. Este hecho no hace sino confirmar que el blog lo frecuentan sobre todo desocupados que buscan en los pasatiempos remedio al tedio de sus vidas, o románticos que sienten añoranza por un pasado codornicesco, o ambas cosas a la vez.

2º) “Viaje en autobús” Josep Pla.

No es raro tampoco el cierto éxito de esta entrada. No por supuesto debido a su discutible calidad sino a la difusión que le ha dado (supongo que fue captada en alguno de sus barridos) la Fundació Josep Pla de Palafrugell y al haber sido reseñada en algún periódico de tirada nacional como “Público”, pero sobre todo a la cantidad de estudiantes gandules que la habrán utilizado como resumen en algún trabajo escolar donde el libro fue objeto de obligada lectura. O sea, localizar, copipegar y a vivir la vida, o lo que es lo mismo, a jugar a la Play.

3º) “Todos querían a L. A.”

El alto número de lecturas de esta entrada es ficticio pues no son tales sino la respuesta a un extraño mecanismo automatizado que la ha hecho víctima de los spammers internacionales. Cada día recibo dos o tres comentarios en ella que no son más que publicidad de los sitios más estrambóticos y dicharacheros.

Aparte, consignaré que a través del blog las bajadas del folletín interactivo “Merceditas, la hija del indiano” ha alcanzado el asombroso número de ¡¡¡139!!! (23 en su versión para lector electrónico y 116 en su versión de luxe para pc). Inenarrable éxito editorial desde el, por decirlo en fino, aparato genital de la Bernarda en que se ha convertido este lugar.

Y para finalizar apuntaré que la página de un particular que desvía más visitas a este lugar es la del Desván del Abuelito (¡ay, el querido Abuelito!) y que los países desde donde se realizan más inspecciones son España (3.560), Estados Unidos (478) y Méjico (135). Esto último me deja bastante perplejo porque parece que lo de Hernán Cortés no fue suficiente y desde la otra orilla les llega ahora una nueva amenaza. Pido disculpas.
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miércoles, enero 05, 2011

Los tiempos del humo

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A propósito de la nueva Ley Antitabaco y para celebrar con ella las 10.000 visitas a este giliblog.
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"Los primeros cigarrillos fueron de estricta fabricación casera. Metí a mi hermano en el asunto y lo convencí para que afanara uno de esos puros de boda olvidados en el encierro perpetuo de algún cajón. El que conseguimos, a fuerza de seco, debía ser del casamiento del bisabuelo.

Picamos el tabaco con unas tijeras y luego intentamos majarlo en un almirez. Cada golpe producía un polvillo de momia egipcia. Como no teníamos con qué liarlos decidimos probar con papel higiénico. Papel higiénico El Elefante, aquel que era un poco más suave que el papel de estraza. Nos quedaron dos ejemplares con hechuras de porros trompeteros, pero como no sabíamos lo que eran porros nos parecieron armoniosos. Por filtro les colocamos unos trocitos de algodón. Culminamos la manufactura rotulando a todo lo largo con un boli la marca de nuestro producto: Visigodos (por hacer una sarcástica competencia a los Celtas). En esa época éramos unos cachondos de apenas once años.

Dimos cuenta de ellos en el cuarto de baño y la experiencia no fue lo que se dice positiva. Agitando toallas conseguimos mitigar el humazo. Ni por un momento caímos en habernos fumado directamente el puro.

Cuando se acabaron los habanos arqueológicos probamos a fumarnos el té. En casa se compraba en hojitas por lo que prescindimos del proceso de majado aunque seguimos utilizando El Elefante. Es curioso, en vez de creer que tenían a dos niños fumadores en el hogar pensaban que estábamos siempre con diarrea, tal era la cantidad de papel que gastábamos antes de formar el cigarrillo perfecto.

No fuméis té. Está muy malo.

Un prurito científico nos llevó a seguir investigando. Ya con más añitos llegamos a meternos entre pecho y espalda tabaco Fortuna mezclado con caramelo Pictolín machacado y Aspirina pulverizada. Se nos hinchaban los labios a cada calada. Nunca conseguimos que alguna de nuestras amigachas fumara aquello para ponerla calentona. Nuestra vida de casanovas era aún más triste que la de fumadores, la verdad.

Pero eso fue después porque antes llegó a nuestras vidas el Piper, un negro mentolado que nos parecía el no va más de la sofisticación. Los sábados por la mañana y en compañía de nuestro amigo Paco, comprábamos en el quiosco dos ejemplares por barba. El quiosquero se amoscaba sin convencerse del todo que los Piper eran para el abuelo de Paco. También comprábamos regaliz para tomarlo después del fumeteo y disimular el mal aliento.

Nos íbamos a fumar al quinto pino. Muy lejos. A las tapias de la fábrica Hytasa. Rodeados de lagartijas y latas mohosas nos tendíamos en la hierba tratando de que no se apagaran las pocas cerillas que llevábamos. De hecho, antes de tirar la colilla del primer Piper encendíamos con ella el segundo piticlín. Era muy agradable estar allí, sin colegio, con la boca llena de humo de menta, tomando el sol y mirando las nubes que pasaban.

Y así hasta hoy, que me fumo casi cuarenta al día. Pero, ay, ninguno de ellos sabe tan bien como aquellos Piper de la infancia, cuando las muchachas estaban en flor y el verde de la hierba de Hytasa nos hacía intuir una eterna primavera."

(Este texto fue escrito para es.humanidades.literatura en enero de 2005. En el mes de julio de ese mismo año, dejé de fumar.)
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lunes, enero 03, 2011

Damero Mardito, nº 21 (enero)

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Cayendo en Barrena

Es tal vez el día 1 de enero el más tonto del año. La gente anda desnortada, apapostiada, avergonzada, empijamada, hasta perezosa para acompañar con palmas la Marcha Radetzsky en la hora inasible previa al almuerzo en que la manduca estará compuesta por las sobras de la noche anterior. Tal vez sea éste el mejor momento para inaugurar el año damerístico con el ejemplar que facilitamos.

O no. O es el mejor momento para meterse en la cama y taparse hasta las orejas y que ahí nos las den todas. Es lo que hizo en 2010 nuestro querido amigo Nicolás Barrena, que se negó a salir del lecho hasta bien entrado el día 7 del mes. Y es que asomados al alto pináculo del calendario en esta sosaina jornada, el panorama causa vértigo, como el vuelo de aquellos cohetes que nos iban a hacer colonos de otros planetas.
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¿Dónde conseguir el Damero de este mes? Pues como siempre, gratis total, en su kiosco habitual:
El Damero del Vecindiario
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