miércoles, marzo 31, 2010

Fábula del Hámster y el Canario


Correteaba el Hámster dentro de su rueda cuando el Canario le dijo:

—Eres estúpido. ¿No sabes que por mucho que te esfuerces nunca llegarás a ninguna parte?

El Hámster, sin prestar atención al Canario, continuó su carrera sin fin.

—Además eres gris, no sabes cantar y por mucho que la limpien, tu jaula siempre apesta—, dijo el Canario extendiendo sus alas e iniciando un bello gorjeo.

—¿Has visto?— siguió el Canario —Yo alegro la vida de tu Amito con mis trinos y apenas ensucio mi jaula dorada. En cambio tú, si no estás corriendo como un bobo, o comes pipas o duermes hecho una bola.

Fue entonces cuando llegó el Amo (el padre del Amito) y sacando al Hámster de su jaula, lo roció con spray de pintura amarilla para coches. Después atrapó al Canario y lo desplumó en seco quitándole una a una todas las plumas con unas pinzas de filatélico. Con una brochita de maquillaje del Ama (la madre del Amito), pintó el cuerpecillo desnudo con sombra de párpados color gris. Luego puso a cada animal en la jaula contraria.

Cuando el Amo se marchó, el Hámster, con la pintura que chorreaba por su cara permitiéndole apenas abrir los ojillos, dijo al Canario:

—¿Ahora qué, pájaro idiota? Ahora eres tú el que correrá en la rueda mientras yo juego en tu columpio.

—Qué hijoputa eres— respondió el Canario tiritando de frío.

Al segundo día, ambos animales murieron. Uno de asfixia cutánea y el otro de pleuresía.

Moraleja: Evitad la compra de mascotas que posean el don de la palabra.

lunes, marzo 29, 2010

viernes, marzo 26, 2010

"Tres vidas de santos" Eduardo Mendoza



Perdonen, pero las prisas por comunicarlo han hecho que me presente ante Uds. con la camisa por fuera y en cambio, con los faldones del chaqué por dentro del pantalón, y eso sin contar que en el trayecto se me cayó tres veces la chistera al suelo y en cuanto intentaba atraparla le daba con el pie y la despedía un metro adelante como en el viejo gag de los payasos, y todo, como digo, por la urgencia de salir de casa y llegar hasta aquí para recomendarles lo último de Eduardo Mendoza, esto es, Tres vidas de santos, compilación de tres cuentos escritos en periodos alejados entre sí y que a modo de civiles hagiografías con su fondo moral y todo, están protagonizados por personajes que ya sean principales actores, de reparto o personal de relleno, parecen tomar la vida no como algo que acaece y más o menos discurre, sino como la más aburrida y engorrosa de las tareas.

Pero no se alarmen. Como no podía ser menos tratándose de Mendoza, o sea, con la sorna de alta calidad de un hombre educado (olvidémonos por un momento de algunas de sus más célebres cagarrutas), las historias que recoge este librito ligero y de deliciosa lectura, provocan o mejor dicho, me han provocado, las más estentóreas carcajadas de los últimos tiempos, de las que caben destacar sobre todo las que me arrancó la primera entrega, en realidad no ya un cuento sino una nouvelle en toda regla, titulada La ballena... Oído al parche: Por favor, no se la pierdan.

En cuanto a las otras dos narraciones, El final de Dubslav y El malentendido, acaso ganan en acidez y de manera uniformemente acelerada, sustituyen la carcajada por la amarga sonrisa que surge desde el “pozo negro del humorismo” que dijo Michelet Daumier, lo cual, tiene efecto balsámico para las doloridas mandíbulas que tanto habrán batido con La ballena.

En resumen, es este liviano librito, un feliz reencuentro con el mismo trazo que empleó Mendoza en la creación de su inolvidable detective majara de El misterio de la cripta embrujada (que luego desbarró de mala manera, la verdad), el mago que daba sus funciones en el bar del pueblo de Una comedia ligera, el cónsul aficionado a comer albóndigas de El año del diluvio y tantas otras excéntricas, chocantes, divertidas y agrias criaturas.

lunes, marzo 22, 2010

Placeres Mundanos


“Cazuela de espárragos esparragados para un solo comensal”

A la espera de la recolección masiva organizada para el mes próximo, sirva de heraldo primaveral este manojillo de espárragos al que vamos a someter al proceso gastronómico llamado “espárragos esparragados”, receta andaluza —se me perdone el barrido para casa— de aparente reiterativo nombre, aunque no será tal cuando aclaremos que esparragar es una técnica que se emplea en la confección de diversos platos de verduras, siendo así que resultan coliflores esparragás, habichuelas esparragás, espinacas esparragás, etc. Pero dejémonos de monsergas y vayamos a los ligeros y perfumados espárragos en ración individual que era para lo que daba el manojo.

—Lo primero que hay que hacer, claro está, es trocear la parte comestible de los espárragos, o sea, la que rompe con un musical clac, y proceder a cocerlos hasta dejarlos enteritos, un poco más que lo que marca el grado al dente. Una vez escurridos, los salteamos en una cazuela con aceite del bueno (fig. 1)

—Freímos en abundante zumo de olivas unos trozos de pan y un par de dientes de ajo cortados no muy finos (fig. 2) que serán la base del majao. En un cuenco disponemos el pan y ajo fritos y añadimos comino, pimentón dulce o picante (si es de la Vera, mejor que mejor), un chorro de vinagre y otro chorro de agua (fig. 3) y majamos el conjunto desde el cruussh-cruussh del principio hasta el chabbp-chabbp del final (fig. 4)

—La fragante papilla la añadimos a los espárragos, salpimentamos y completamos con otro chorrito de agua si la mezcla quedó muy espesa. A fuego lento dejamos que el conjunto reduzca (fig. 5) y cerca ya del final coronamos la obra con el complemento perfecto: un huevo (fig. 6), el huevo cuajao tan inherente a la técnica del esparragar, y huevo que se dejará cuajar con la ayuda de un plato puesto boca abajo sobre la cazuela.

—El resultado final de todo el proceso es tal el que se muestra a continuación. Al servir, regaremos con un chorrito de vinagre y otro de aceite crudo y presentaremos con unos triángulos rectángulos de pan frito para pensar en Pitágoras mientras mojamos y engullimos. Por rapidez, sencillez y ligereza no se me irán a quejar, ¿verdad?

viernes, marzo 19, 2010

"La buena vecindad"

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"Los Stone dijeron adiós con la mano al alejarse en su coche,
y los Miller les dijeron adiós con la mano también."

“Vecinos” - Raymond Carver



Cuando se marchaban nos dejaban las llaves. Lo normal entre buenos vecinos: Regábamos las plantas, recogíamos la correspondencia, subíamos y bajábamos las persianas. Al menos es lo que Rosa se limitaba a hacer al principio: regar, recoger, subir, bajar. Después, y a partir de que la acompañara por primera vez en su tarea, nuestras visitas al piso se sucedieron con más frecuencia. Entonces sí que regábamos, recogíamos, subíamos, bajábamos. En plural, como dije.

Luego, y desde el primer año, ocurrió que comenzó a divertirnos nuestra curiosidad. Abríamos algún armario, registrábamos algún cajón. Descubríamos fotografías y películas que llevábamos a nuestra propia casa para contemplarlas en la tranquilidad de la noche veraniega. El placer de sabernos cómplices era aún mayor que desvelar en imágenes el pasado de Elena y Alfonso. Pocas cosas habían reforzado tanto nuestro matrimonio que la impunidad de contemplar a Elena niña rodeada de familiares, a Alfonso en uniforme y sorprendentemente delgado, a una Elena adolescente con una larga bufanda roja saludando a la cámara, a ambos en su boda, sonrientes pero asustados; la morbosa apariencia de la madre de Elena en bañador jugando en la orilla del mar, la seriedad de un hombre con birrete... El surtido de imágenes se volvía delicioso cuando el cri-crí de los grillos del exterior se acompasaba con los mecanismos del proyector de súper 8 o con el paso de las hojas de los álbumes.

El celuloide y las cartulinas fueron sólo un primer estado. Tardamos poco tiempo en convertir el dormitorio de Elena y Alfonso en una habitación de motel barato. El mismo poco tiempo con que Rosa decidió vestirse con la ropa interior de ella para esperarme sobre la cama. Luchábamos durante horas, empapando sus sábanas en sudores nuestros. Poníamos sus discos y usábamos sus toallas y todo era como revivir una luna de miel pero al otro lado de un espejo negro. Solo un tramo de escalera por medio. Después de aquellas sesiones volvíamos a casa o íbamos a cenar con los niños a una terraza del barrio, retomando la ciudad y sus calles con la misma irrealidad con que las retoman los que acaban de salir de un cine.

Cada verano esperábamos la vorágine hasta que un día faltó. También llegó a resentirse la amistad, como si Elena y Alfonso hubieran descubierto el pañuelo ensangrentado que el asesino olvida siempre bajo un sillón. Las llaves de las vacaciones pasaron a la madre de Elena, la mujer que desde la mudez de las películas y las fotografías vino a anunciarnos su presencia una tarde de finales de julio tan tórrida como ella misma. Debía tener certezas desde la sabiduría femenina de sus cincuenta y pocos años cuando llamó a nuestra puerta. Empleó un tono en el que quisimos entender lo poco que debían importarle las suposiciones de su hija o de su yerno.

Voy a estar sola las próximas tres noches — dijo soltando las palabras como arena entre los dedos—, ¿os importaría pasar luego a tomar una copa conmigo?

Cuando cerramos la puerta tras el anuncio, Rosa me entregó como regalo la punta de fresa de su lengua. Acostó a los niños temprano y entró después a maquillarse en el baño.

© Sap.
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miércoles, marzo 17, 2010

"Shot the piano player" David Goodis



Ya el propio título, “Disparen SOBRE el pianista”, en vez del, entiendo, “Disparen AL pianista”, anuncia lo que nos vamos a encontrar en esta novela: La traducción más perruna y descabellada que jamás ha salido de cerebelo humano, y no lo digo por su origen argentino y su natural abundancia de sacos, frazadas, autos, encintados y cosas así, sino por otra abundancia, la de lo literal, la de los muchos pies de las muchas letras. Lo positivo de tal exceso es que tras la sorpresa y el darse a los diablos del comienzo, caemos en la cuenta y aprovechamos lo hilarante de algunas situaciones, siendo que al final acabamos pasándolo bien. No pasa nada por tanto, porque al igual que un buen guión no hay director malo ni actor pésimo capaz de cargárselo, así ocurre con esta novela de David Goodis, un oscuro escritor de pulp y chinquichanca de Hollywood que murió en la más perfecta de las miserias y olvidos antes de ser rescatado por los modernos de turno, en este caso por Truffaut, que hizo, justamente, versión cinematográfica y libérrima del texto.

La historia que plantea “Disparen sobre el pianista” (aceptemos el sobre aunque venga del juzgado) no es muy original que digamos. Se desarrolla en Filadelfia, en un bar honky tonk donde cada noche, un pianista con pasado en la línea del Piano Man de Billy Joel y oscuros secretos, ameniza los tragos de los borrachos y las putas del lugar. Su problema, o mejor dicho, uno de sus mayores problemas ya que su vida es toda ella un problema, resulta ser su hermanito, que perseguido por una pareja de gángsteres incansables a causa de unos negocios fallidos con la mafia, logra meterlo a él mismo en el ajo y ser consecuentemente perseguido con la misma saña.

La exposición de estas peripecias no deja tregua al lector. Lo que se llama acción trepidante con lenguaje directo, ausencia de adjetivos y verbos a punta pala. O sea, una novela escrita siguiendo las sacrosantas reglas del pulp. A pesar de todo, lo que puede distinguir a Goodis de otros maestros del género ya lo dice alguien mejor que yo: “En los melancólicos antihéroes de Raymond Chandler hay, siempre, una pizca de esperanza, una mirada piadosa, la búsqueda ideal. El Spade de Dashiell Hammett, duro y cínico, sabe que a pesar de todo es posible obtener un poco de justicia. Los personajes de Goodis, en cambio, están marcados desde su nacimiento: nada ni nadie puede alterar el curso de sus destinos. Un destino que jamás lleva hacia la luz. Un destino que es muerte, autodestrucción, autohumillación, culpa, impotencia, derrota y desolación.” (Alberto González Toro). Esto es, una perfecta traslación a la escritura de la propia vida de Goodis, un judío que firmó 17 novelas con su nombre y, lo más célebre tal vez, el guión de “Sendas tenebrosas” (1946), film que protagonizaron Bogart&Bacall.

Desconozco si es fácil o difícil conseguir en la actualidad un ejemplar de la obra, pero sin duda merecería la pena informarse e intentarlo porque juzgo que es novela de mucho entretenimiento y gusto, y con la que se aprenden un par de cosas al menos, cómo escribir con agilidad y cómo traducir a la pata la llana. En versión electrónica que es la que servidor ha leído, no hay problema en encontrarla, por lo que, por supuesto, la pongo a disposición de todo aquel que la solicite.

lunes, marzo 15, 2010

Movilgrafías: Día perfecto para el Pez Plátano



El día perfecto siempre ocurre en marzo y es el primero que une el sol y los recién nacidos botones de azahar. Por lo tanto, el día perfecto de 2010 fue el pasado sábado, 13. Ninguno de los restantes días del año alcanzan su perfección climatológica y estacional, o lo que es lo mismo, al año le sobran 364 días de los 365 que tiene... Bueno, miento. También cuando en el bar de Marisa tienen churrasquito de pollo en vez de pechuga de pollo, es un día perfecto.

viernes, marzo 12, 2010

Pieza de Puzzle nº 8/1.000


En esta ocasión, la pieza de puzzle semanal, presenta al lado izquierdo, el rostro aperillado y ojeroso de Juan Ramón Jiménez, el poeta andaluz de tan insoportable carácter como de influyente obra. Galardonado en 1956 con el Nobel de Literatura, murió en el exilio portorriqueño, aunque al igual que su borrico y su señora, descansa ad aeternam bajo el cielo de Moguer.

A la derecha, en cambio, encontramos a un joven futbolista, Sergio Martínez, centrocampista que milita en las filas del C. D. Castellón, club español de Segunda División, o División de Plata, que es como la llaman los periodistas deportivos más insignes. Poco más carrete, poco más jugo puede sacarse a este joven que no sea su coincidente segundo apellido con el del insigne vate.

En efecto, ambos, se llamaban/llaman Mantecón. Sí, sí. Sergio Martínez Mantecón y Juan Ramón Jiménez Mantecón. Sí, Mantecón de manteca, de mantecoso, de mantequilla, de mantecado… ¿Cómo puede llamarse un poeta o un futbolista Mantecón, me lo quieren explicar?

miércoles, marzo 10, 2010

Maravillas del Mundo, 8

“Moderna iconografía”


La involución social que en todo Occidente produjeron los grandes cataclismos iniciados en 2036 y que culminaron con la Tercera Caída, se reflejó, entre otras cosas, en la vuelta a prácticas que ya se creían no sólo superadas sino olvidadas, especialmente en cuanto se refiere a la idolatría, el fetichismo y, a fin de cuentas, la superstición.

Ante tal panorama es comprensible que se dispararan las ventas de objetos a los que se atribuían poderes mágicos y milagrosos. Pero ni la espectacular subida de precios que experimentaron estos artículos -véanse los ejemplos que traemos a colación- frenó la demanda. Con todo, a nadie costó embarcarse en toda clase de sacrificios económicos para conseguir su bibelot taumatúrgico, pues hasta hubo gente que empeñó la ropa blanca de cama y hasta el arquibanco de la cocina por conseguir una estatuilla de la diosa Khali bañada en las aguas del Ganges (es el caso del que fue nuestro vecino, Donald Chang, aquel simpático profesor de autoescuela germanocroata).



La natural consecuencia de este mercadeo fue la aparición de un floreciente comercio de reliquias gestionado directamente por los gobiernos. Pero como no podía ser menos, tal circunstancia propició la creación de redes clandestinas primero, y segundo, su posterior caída en manos de mafias que, finalmente, monopolizaron el tráfico. Desde escapularios que albergaban un trozo del hábito de una monjita milagrera, hasta ricos relicarios con sangre licuada a perpetuidad de un santón chií, todo pasó por las manos de los auténticos delincuentes del crimen organizado, frente a lo que nada pudieron hacer nuestros abnegados gobernantes que no fuera pasmarse ante las cifras que se manejaban en tan lucrativo negocio. Baste citar el llamativo récord alcanzado el 18 de marzo de 2039 en la casa de subastas Sotheby’s: un pujador anónimo pagó 28 millones de neokópecs por la rótula derecha de San Agapito de Calcedonia. Se cuenta que de inmediato, destruyó a martillazos su gemela izquierda que también poseía.

Mientras tanto, el populacho, la chusma, seguía con lo suyo, la televisión y la cría de perros. Y entre otras cosas llevando a la cima del éxito concursos televisivos como “Hagiografías”, espacio familiar de preguntas y respuestas acerca de vidas de santos que no tuvo competencia en el share durante las cuatro temporadas que se emitió y que encumbró a la fama a participantes que aprovecharon su tirón mediático para acercarse más tarde a la política con diversa fortuna. Porque por ejemplo..., ¿ha olvidado alguien el caso de Edwin Zkowski y su paso por la alcaldía de Nuova Madrit?

lunes, marzo 08, 2010

Placeres Mundanos

“Pollo chinesco”


Bien. Vamos hoy con algo rapidito y lucido que llevo prisa. Y para ajustarse a estas premisas nada mejor que un pollo chinesco, que no lo llamo chino porque como es guiso propio de wok, que es un cacharro que servidor no posee, lo he preparado en sartén común. Sea como sea, el resultado no sólo es comestible sino exquisito. ¿Iba yo a enseñarles cosas malas?

—Veamos. Lo primero será cortar en largas tiras de mediana anchura pimientos verdes, pimientos rojos y zanahoria. También trocearemos en cachos medianos un cebollón. La colorista fragmentación es la que asoma en la fig. 1.



—Acto seguido salteamos todo en poco aceite (oliva virgen extra) y a fuego vivo, porque la misión es que la verdura no se poche y quede más o menos al dente. A los elementos de la fritanga añadimos una latilla de brotes de soja (fig. 2)... Esto ya empieza a tener aspecto oriental, eh.

—Fueraparte cortamos pechuga de pollo también en tiras y mientras las doramos le ponemos pimienta ¡sal no!. (fig. 3. Ojo, aunque parezcan gambas lo de la foto, no son gambas, es pollo) Cuando tomen color la regamos con abundante salsa de soja, que es bastante salada, así que cuidado (fig. 4). Revolvemos con alegría.

—El paso siguiente es verter el pollo ya achinado sobre la verdura, mezclarlo bien, poner otro chorrito de soja y rectificar de sal si procede. Todo con un simpático fuego fuerte de los que aseguran el humazo y la evacuación de la vivienda (fig. 5)

—Y ya está. Para acompañar el pollito, pollazo o pollón, que nada sabíamos de su tamaño en vida salvo por el indicio de sus pechugas, nada mejor que un puñado de arroz hervido que freímos un minuto junto con un diente de ajo picado. Añadimos trozos de jamonyó, salpimentamos y lo espolvoreamos de curry para que tome la color de los hijos del Celeste Imperio. El apetitoso aspecto de tan rápido proceso sobre znôrtiano plato de los domingos, se puede admirar en la imagen final. (De beber, no se me ocurre nada mejor que una cervecita fresquita). Más rápido, imposible, señoras mías.

viernes, marzo 05, 2010

"Invisible" Paul Auster


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James Freeman, afamado escritor, recibe de parte de un antiguo amigo, Adam Walker, el manuscrito de unas memorias que recogen varios episodios acontecidos en 1967, cuando era un joven estudiante que se movía entre Nueva York y París. Estas páginas autobiográficas, que Walker organiza en capítulos titulados Primavera, Verano, Otoño… sí, sí; como una pizza Cuatro Estaciones o las musiquillas esas del Vivaldi, son el grueso que conforma la última entrega de Paul Auster, o sea, la novela Invisible.

Ciertamente, tras las decepciones que supusieron tanto Viajes por el scriptorium como Un hombre en la oscuridad, la nueva novela recupera esa especie de austeriano espíritu perdido que tanto echábamos en falta los seguidores del escritor de Newark. Entretiene, seduce e intriga —y finalmente, nos hace un poco más solitarios—, adentrándose por demás en terrenos que, al menos para servidor, representan una novedad en la escritura de este hombre: el sexo y algunas de sus más inhabituales variaciones. Y hasta aquí puedo leer para evitar despachurramientos.

Una novela, en suma, que contentará tanto al veterano connaiseur como al que quiera iniciarse en la literatura austera, porque por otra parte, contiene —y esta es tal vez la pega más señalable que encuentro— los habituales ingredientes con que el autor aliña sus páginas: la intervención del azar, la aparición súbita del dinero, los listados de obras y autores, el béisbol, etc; aunque en esta ocasión de una manera un tanto forzada y gratuita, desparramado todo sin conexión, como un puñado de sal que nadie reclamaba para el plato. Por lo demás, recomendable esta lectura donde se demuestra, que salvo por un montoncillo de anécdotas (la conclusión es mía) nos ocurre como a Adam Walker, que somos invisibles para los demás e invisibles paseamos por esta vida que nos tocó en la tómbola del mundo que cantara Marisol.
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miércoles, marzo 03, 2010

Damero Mardito, nº 11


La urgencia de primavera nos enloquece como a la Liebre de Marzo. Tranquilicémonos. Esperemos la próxima floración resolviendo el Damero Mardito mensual.

¿Dónde descargarlo? Pues como siempre, aquí, alma de cántaro:

http://www.vecindiario.es/news.php

lunes, marzo 01, 2010

La novelesca vida de Adelardo Pacharán



Ah, sí; el bueno de Adelardo.

Como yo era escritor y ya había escrito dos novelas (todavía siguen inéditas, dita sea) y ganado un concurso literario organizado por una firma de embutidos, me confió sus memorias.

De entre todas ellas, Adelardo guardaba un recuerdo muy vívido.

—Era por la tarde. Imagínate. Las cuatro o las cinco, la hora de la siesta, con toda la calor de julio, y yo solo por la calle. Debió ser una de aquellas raras ocasiones en que me escapé de casa porque allí era obligatorio estar en la cama aunque no durmieras. Sí, debí escaparme, no hay otra explicación. El caso es que iba con mi palo. Siempre iba con un palo a todos sitios, dando palazos a las latas y arrancando alcachofas borriqueras de los matojos como si cortara cabezas de indios. Cardos borriqueros, jaramagos, lagartijas, eso es lo que se criaba en los solares. No había nadie en la calle, ni un alma. Entonces vi que venía un coche por la calle, un seiscientos, un seiscientos que recuerdo de color oscuro, verde botella o rojo burdeos. El coche se paró a mi lado y el hombre que lo conducía se asomó por la ventanilla, "Niño, niño, ven, toma; toma, rubito". Me acerqué y entonces el hombre me entregó un puñado de chicles y un álbum para pegar estampitas. "Ten, para ti y para que los repartas con tus amigos. Son unos chicles nuevos".
¿Sabes de qué se trataba? Pues del chicle negro Cosmos. El hombre iba haciendo promoción, pero vaya horas para hacer promoción, con toda la calor.
Y yo era el único niño del barrio que estaba en la calle y fui el primero en probar el chicle negro Cosmos. El primero, fíjate qué suerte.

—¿Y cuándo fue eso, Adelardo?

—Pues debió ser a finales de los sesenta. Sí, o como mucho a principios de los setenta. Estaba buenísimo el chicle Cosmos, nunca olvidaré el sabor de aquel primer chicle, el que mastiqué solo en mitad de la calle con toda la calor. Y el álbum. Porque dentro de cada chicle Cosmos venía un cromo plegado de papel parafinado con cohetes, aviones y cosas del espacio, las cosas que habría en el año dos mil, ya sabes. Pero fíjate que ha pasado tiempo y sigue empeñada la gente en que aquel chicle era de sabor a regaliz, ¡y no, coño, no era regaliz!

Llegado a este punto, Adelardo siempre era presa de una gran agitación, de un gran nerviosismo.

—Pero Adelardo -le decía yo tratando de calmarlo, -la gente, qué sabe la gente.

—Sí, la gente. La gente es muy hija de puta. Pero es que el chicle Cosmos no sabía a regaliz, sabía a lo que sabía, a chicle negro, a un sabor que hasta entonces y hasta ahora no se ha parecido a ningún otro. Sea como sea, ahí empezó todo.

Sí, ahí empezó todo.

Se refería Adelardo a que a partir de entonces, bueno no, no a partir de entonces, sino a partir de cobrar conciencia de las cosas, de la importancia de las cosas, consagró (es el verbo que utilizaba, "consagrar"), consagró su vida a buscar a otras personas que como él, en un tórrido día del mes de julio, recibieron aquella primicia del chicle Cosmos... y no encontró a ninguna en los cuarenta y nueve años de su vida. Tengo escritas todas sus pesquisas que para nada sirvieron.

Adelardo se hizo mayor. Se empleó en las oficinas de una empresa dedicada a productos agrícolas, abonos, plaguicidas, productos fitosanitarios y cosas de esas del campo. Allí conoció a Hortensia y aquí viene lo bueno, hablando y hablando con ella durante el noviazgo, resultó que era hija de aquel hombre que regaló a Adelardo los chicles Cosmos. Hay que ver qué cosas, qué de vueltas da la vida. Hortensia era hija del hombre del seiscientos y además, algo que maravilló a Adelardo, fue capaz de completar el álbum de los cohetes. Claro, teniendo un padre así.

Luego Adelardo siguió adelante, se casó con ella, se compró un coche, fue padre de dos hijos (Hortensita y Damián), quedó viudo de Hortensia, la hija del hombre de los chicles Cosmos, treinta y cinco años después del casamiento, y él mismo murió hace apenas dos años de un cáncer de páncreas.
Siempre me decía lo mismo, "No sé si me casé con Hortensia por amor o porque era la hija de quien era".

Mi amigo Adelardo decía eso, sí.

©Sap.
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