viernes, febrero 26, 2010

Zapatos Tristes / Sad Shoes

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Para los irreductibles amigos de las basuras, he creado un grupo en Flickr llamado Zapatos Tristes / Sad Shoes donde todo aquél que lo desee puede colocar sus capturas callejeras. Por supuesto, el espíritu que lo anima es el mismo que el de Paraguas Tristes y como ellos, la condición de estos Zapatos es su abandono en la vía pública y por lo tanto, su orfandad de pies, la triste derrota de lo que en un tiempo fue útil y funcional, desde el trágico zapato del accidentado al tierno patuco del bebé. Aquí tienen los primeros catorce: Zapatos Tristes

y de camino, los paragüitas: Paraguas Tristes

(Atención a la próxima apertura de nuevas galerías:
-Manos Tristes
-Bragas Tristes
¡Vayan preparando sus cámaras!)
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miércoles, febrero 24, 2010

"Estupor y temblores" Amélie Nothomb




“Estupor y temblores” de la escritora belga nacida en Kobe, Japón, Amélie Nothomb, autora también del, dicho sea con todo respeto, cagarrazo ya reseñado aquí “Ácido sulfúrico”, es una novela que publicada en 1999, recibió el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. Hay cosas que por mucho que se expliquen, de verdad que no se entienden.

“Estupor y temblores” es una obra de corte autobiográfico. En ella, la autora relata su experiencia como empleada de la empresa Yumimoto, con sede social en Tokio, donde teóricamente realizó trabajos de orden administrativo durante un año, al cabo del cual renunció a prolongar el contrato (¡Biennn por los japos!).

El título de la novela hace referencia a la conducta que debían seguir los cortesanos ante la presencia del Emperador de Japón, o sea, mostrarse ceremonialmente estupefactos y solemnemente temblorosos. Y es que, más o menos, esta será la actitud que los jefes de Yumimoto obligarán a adoptar a la occidental señorita Nothomb, en una espiral de degradación que desde los formulismos corteses de un principio la llevará finalmente a ocuparse de los aseos, y, convertida ya en señora de los lavabos, a tener al día el suministro de papel higiénico para uso de los nipones culos ejecutivos, individuos que hasta para dar de cuerpo parecen seguir los dictámenes del código bushido.

El relato en sí, tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta, es una tontá de apreciable calibre que hace que nos reafirmemos en lo ya observado en la anterior novela, que tanto aquélla como ésta son productos escritos por una niña pija, y por lo tanto, lleno de pijaditas y chuminaditas varias. Con todo, y fuera ya por supuesto de lo novelado, de la inane parte literaria, no dejan de tener interés los pasajes que a modo de crónica periodística dan cuenta y descripción de la despiadada y xenófoba sociedad japonesa metida en un rascacielos, características que doblan su intensidad cuando se refieren al mundo laboral y se triplican cuando además intervienen las mujeres. A este conjunto de usos algunos japanófilos lo llaman “seriedad y rigurosidad”. Servidor lo llama inmisericordia.

Para terminar señalo que también posee esta novela una extraordinaria virtud: Es muy corta. Pero en resumen, que si no han leído “Estupor y temblores” no se pierden nada, pero que si lo hacen, no me echen luego la culpa, ¿estamos?

lunes, febrero 22, 2010

El Gran Marinelli

Para Marisa Peral

Dicen que cuando le propusieron a Marinelli, al gran mago Marinelli, intercalar su número entre el de Ray Victory —“Señor de la Jungla”— y el de los Flying Devils Hernández, los trapecistas, no puso objeción alguna y aceptó el traslado a pesar de que la nueva ubicación acarreaba el tener que soportar durante el desarrollo de su trabajo el fétido rastro que dejaban tras de sí los leones, tigres y panteras del domador.

"Algo inconcebible meses antes", comentó don Paquito, el más viejo integrante de la trouppe de liliputienses, a La Pegaso, la furcia con la que pasaba las noches en un motel cada vez que el circo visitaba aquella ciudad a la que rodeaban extensos campos plantados de algodón.

"Que el gran Marinelli renunciara, como estrella que era, como maestro de prestidigitadores, a cerrar el espectáculo y en cambio, consintiera en presentar sus trucos entre dos de los números más esperados, es algo que nos dejó asombrados". Don Paquito fumaba un puro que entre sus dedos diminutos se volvía enorme, porque enorme parecía todo cuanto tomaba con la mano: un puro, un revólver de señora o una mosca, que posada entre los nudillos semejaba un tábano de burro.

La Pegaso, hastiada por completo de las historias que le contaba aquel individuo con el que compartía cama, se depilaba el entrecejo frente al espejillo que sacó del bolso. Comprobando que la mujer no le prestaba atención, don Paquito se sentó apoyando su espaldita en la almohada y se giró hacia ella: "¿Sabes qué es depilar?". "¿De Pilar? No conozco a ninguna Pilar aquí", respondió La Pegaso malhumorada. "No tonta, depilar es quitarse los pelos uno a uno". Don Paquito rió hasta sofocarse con el humo y emitió unas tosecillas de bebé. "Es un chiste de Eugenio. ¿No te acuerdas de Eugenio, el catalán que contaba chistes fumando y bebiendo naranjada?... El pobre se murió". La Pegaso dejó las pinzas y agarró a Don Paquito por el cuello con un gesto rapidísimo: “Déjese de chistes ¿entiende? No estoy para chistes ni chistos”. Luego se llevó las manos a la cara y comenzó a gimotear. Don Paquito trató de calmarla palmeándole el grueso cogote. “Tranquila, Peggy... Tu hija volverá... ¿Cómo va a olvidar a su madre? El día menos pensado recibirás una llamada telefónica o una carta. Ten, mujer, dale una calada honda”. La Pegaso se enjugó las lágrimas con un pico de la sábana y aceptó el habano ofrecido.

“¿Ves? ¿A que te sientes mejor? No hay nada como un Montecristo para solucionar problemas. ¿Sigo con lo de Marinelli?” La mujer dijo al fin sí con un hilillo de voz irreconocible en su anatomía tremenda, refugiándose luego en el mínimo cobijo del cuerpo de Don Paquito.

Pues te decía que lo del mago Marinelli no nos cuadraba. Sin duda fue un cambio que atrajo la mala suerte porque poco después sucedió lo del incendio de su caravana. ¿No te he contado lo del incendio de la caravana del mago Marinelli?”. La Pegaso agitó su cabezota en una negativa que provocó con sus pelos atezados cosquillas a Don Paquito. “Pues verás, a poco de aquel cambio en el turno de su actuación, dos o tres semanas más tarde como mucho, sucedió que una noche de miércoles, ¿era miércoles o era jueves?; bueno, da igual el día, digamos que miércoles, sigo... decía que dos o tres semanas después, Marinelli se disponía a hacer su entrada en la pista. La orquesta ya había atacado el son de fanfarria con que anunciaba la presentación, la caja iniciaba el redoble y las cortinas comenzaban a abrirlas Bernard y Ahmed, cuando escuchamos los gritos de “¡Fuego! ¡Fuego!” que venían desde el exterior. Corriendo, llegó hasta nosotros Salvattora, una de las equilibristas, que agitando los brazos y con el maillot a medio desvestir, completó la información: “¡Fuego, fuego en la caravana de Marinelli!”

Don Paquito hizo una pausa para volver a encender el puro que colgaba apagado de sus labios. La Pegaso aprovechó el momento para preguntar desde la protección de las sábanas: “¿De verdad cree usted que me llamará?” Don Paquito miró impaciente al techo a la vez que acariciaba un hombro de la mujer. “No te interesa la historia de Marinelli, ¿verdad?”...Tengo la cabeza en otro sitio”, dijo ella con ojos tristes, marcadas como nunca las bolsas de los párpados. “No puedo dejar de pensar en mi hija y me entra la pena o me entra la rabia, depende como me coja, ya lo ha visto usted. Son muchos años dando tumbos desde que salí de Ponferrada y mucho trabajo criarla”.

Pero míralo de otra forma. Afortunada tú, Peggy, que puedes contar con ella por la sencilla razón de que está viva”, continuó Don Paquito, “si te ponía el ejemplo de Marinelli es para que vieras que lo tuyo no es ninguna desgracia. Desgracia, lo que se dice desgracia, la de él. Fíjate: En la desesperación por el incendio, Marinelli sólo quería entrar en la caravana para rescatar a su mujer y a su hija. Todos le impedimos aquella locura porque el fuego arrasaba por completo el vehículo, ayudado como estuvo por la gasolina que Liudmila, la esposa ucraniana de Marinelli, almacenaba para traficar por los pueblos. A pesar de lo evidente, Marinelli trataba de zafarse de nuestros brazos lleno de furor y de impotencia, tan descompuesto en su figura elegante de frac y capa forrada de raso rojo, que los elementos que llevaba preparados para realizar sus trucos comenzaron a asomar: le salían palomas blancas de las mangas, se le caían las cartas bajo los faldones, aparecían serpentinas de los perniles y hubo un momento en que empezaron a abrirse de improviso los ramos de flores de papel que llevaba escondidos en los bolsillos. Incluso yo, cuando trataba de detenerlo, me encontré tirando de una ristra atada de pañuelitos de colores. Finalmente, Marinelli se derrumbó. Cayó de rodillas en el centro del círculo que formamos los que no hicimos de improvisados bomberos. Alzó los brazos y gritó los nombres de su mujer y de su hija entre unos estertores que provocaron la caída de su chistera, la que escondía un conejo blanco que ajeno por completo a la tragedia, saltó de la cabeza de Marinelli al suelo cubierto de naipes mojados. Allí se entretuvo en roer una reina de picas”.

Apenas pudo Don Paquito concluir su parrafada. Una lágrima brillante y minúscula, pero suficiente, le hizo mirar a La Pegaso con cariño: “¿Ves? Soy un sentimental... y como sentimental que soy puedo asegurarte que tu hija te llamará”. La mujer sonrió por vez primera, tal vez ilusionada. Se puso de lado y sus pechos enormes, con bamboleo de gelatina, ocultaron una pierna de Don Paquito. “¿Me lo dice usted de verdad?”, preguntó. Por respuesta, Don Paquito rebuscó en los bolsillos de una chaqueta que colgaba del cabecero de la cama. Sacó dos billetes de mil escudos y los puso bajo la lámpara de la mesilla. “Anda, vamos a echar otro”, dijo colocando el puro en el cenicero. La Pegaso se removió buscando una postura cómoda, esforzándose para que Don Paquito creyera que le abarcaba por completo el cuerpo. El movimiento del abrazo hizo caer el puro encendido que, rodando como un animalito cilíndrico, se detuvo a los pies de unos visillos en el mismo momento en que Don Paquito se adaptaba a los relieves de La Pegaso diciéndole: “Tardó mucho el gran Marinelli en recuperarse, no creas”.

© Sap.
es.humanidades.literatura




viernes, febrero 19, 2010

Pieza de Puzzle nº 7/1.000


Carmen de Burgos “Colombine”, la repolluda señora que ocupa la mitad izquierda de esta pieza, es la considerada primera periodista profesional de España. Aparte de ello también fue novelista, conferencianta y adelantada del movimiento feminista patrio, aunque tan amplio y variado currículo ha sido eclipsado por su tendenciosa fama de mujer lúbrica que fue amante de la intelectualidad del momento, siendo Ramón Gómez de la Serna el más durable miembro a su voracidad.

Vecino de ella encontramos a uno de los seres más misteriosos que han ocupado el panorama musical de nuestro país: Georgie Dann. ¿Sabe alguien algo de él, de su biografía, de su vida privada, de sus aficiones, de sus inquietudes, que no vaya más allá del gusto por los tintazos negros del pelo y la sospecha de recibir trato de favor por parte de las bailarinas de sus shows?

Sea como sea, sobre los amoríos de la rancia doña y las canciones veraniegas del avispado francés, a ambos individuos los une el hecho de haber obtenido el título de Magisterio.

miércoles, febrero 17, 2010

Maravillas del Mundo, 7

"Monstruos Marinos, Monos Marinos"


Todos los que rodeábamos el que luego se reveló lecho de muerte del profesor Aragoun, esperábamos que de entre sus últimos estertores surgiera el regalo de una frase lapidaria, una de estas frases que pronunciadas por algún moribundo ilustre, merecen luego fijarse en mármol y bronce, nobles materiales que las conservan, imperecederas, sin que el paso del tiempo las erosione.

Pero no fue así. En la cama del Hospital Sectorial B35, el profesor Aragoun, víctima del cólera morbo, se desaguaba sin remisión por todos sus esfínteres. Tal vez fuera el carácter, llamémosle acuático de su mal, el que hizo aflorar un viejo recuerdo a la manera de un rosebud cinematográfico, y que finalmente dio pie a su postrera frase: “¡Cómo me engañaron los cabrones!”. Ponunciada la cual, hincó la afilada barbilla en el pecho y entregó su alma.

El estupor que nos invadió ante frase tan enigmática se disipó cuando días más tarde comenzamos a investigar los codiciados Diarios del profesor. En uno de los cuadernos que los formaban encontramos una temprana anotación con fecha de febrero de 2036, o sea, cuando el profesor Aragoun contaba 14 años de edad, por lo tanto, iniciados apenas los conflictos que llevarían al planeta a la Segunda Recesión. A esta primera entrada le sucedieron otras —alternadas con comentarios acerca de sus jornadas escolares—, donde felizmente hallamos solución al misterio.

El engaño a que se refería el profesor en su frase se debió a una compra por catálogo, en concreto a unos denominados Monstruos marinos o Monos marinos, criaturas de las que decía la publicidad que nacían casi al instante al sumergir en agua unos “insignificantes cristales” y a las que capacitaban para producir constante diversión. Ante tantas expectativas, anotaba el profesor la magnitud de su deseo, compartible con todos sus amigos y compañeros de clase, pero irrealizable su adquisición por lo oneroso de su precio, nada menos que 975 neokópecs. Pero fuera por unos inesperados beneficios en el negocio de armas de su padre, que se reflejaron en el regalo en metálico por su cumpleaños, más el premio que ganó en un certamen de redacciones patrocinado por una conocida marca de refrescos de cola, el entonces niño Irving Aragoun, se vio en posesión de la cantidad anhelada.

Veintitrés días y catorce horas (como vemos, la conocida prolijidad en los datos del profesor viene de antiguo), según anotó en su diario, fue lo que tardó en llegarle el pedido a su domicilio. E, imaginamos, pocos minutos los que transcurrieron desde la recepción de aquel sobre con olor a comida para peces, su apertura, y la mágica disolución del contenido en el agua de una vieja pecera esférica. El resultado de todo ello fue una… pero no, mejor no… dejemos que sea el propio profesor Aragoun el que tome la palabra según las anotaciones del diario:

“¡Vaya timo! ¡vaya mierda! ¡Estos son unos bichos asquerosos que ni tienen narices, ni colmillos, ni se ríen, ni hacen cabriolas, ni nada, ¡y además son transparentes como las gambas! ¡me han engañado!... Esto no va a quedar así, hablaré con papá y que se lo cuente a Gerardo, el de los bazookas, que vive allí, donde está la tienda, en Cornellá Ziagzú…”

Las últimas palabras del párrafo aparecen emborronadas, imaginamos que por la acción de las lágrimas vertidas sobre la tinta. Posteriormente, la anotación que sigue, escrita tres semanas después, sólo dice: “Ji ji ji ji”





lunes, febrero 15, 2010

Placeres Mundanos

"Patatas (casi, casi, casi) a la riojana"

En la desnudez de su composición, podemos decir que las patatas a la riojana son un guiso de patatas y chorizo. Chimpún. Todo lo demás está sujeto a la normativa e inventiva de los gustos de cada cual. Por ello y pese a partir de la receta de Mar, mi amiga abuelabloguera ( http://labahiademar.blogspot.com ), una vez aprehendido el concepto, al ejecutar el pasado sábado este papeo, cometí toda clase de heterodoxias, o lo que es lo mismo, me divertí y divertí posteriormente a mis rendidos comensales.

Pero vayamos a ello. La cosa empieza…

—...Haciendo un sofrito de cebolla, pimiento verde, pimiento rojo y puerro (soy un incondicional del puerro en los sofritos como ya habrán advertido.) Fig. 1

—Troceamos en pequeño carne de cerdo, no mucha porque aquí el que manda es el chorizo. En este caso utilicé carne de costilla de guarro ibérico desprendida del hueso (Fig. 2) En el mismo aceite del sofrito, una vez trasladado el mismo a la olla exprés, doramos levemente carne (Fig. 4)

—Acabado el corto proceso, agregamos sin miramientos la carne a la olla, donde esperaba el sofrito, junto con una hoja de laurel, media cabeza de ajo y una cucharada de pimentón. Por favor, que sea de la Vera; rechace imitaciones (fig. 5)

—Ahora permítanme un pequeño flashback: Pelamos y cortamos las patatas chascándolas (Fig. 3) y les damos una leve pasadita por el aceite. No vamos a freírlas, vamos a “sellarlas”. Una vez lubricadas, a la olla que te crió. Salpimentamos y ponemos agua hasta cubrir apenas a todos los habitantes del fondo del recipiente. 15 minutos de cocción a medio trapo son suficientes.

—Troceamos el chorizo. Si está curado lo añadimos al resto de ingredientes antes de poner la olla a funcionar. Pero si el chorizamen está fresco es mejor añadirlo después para que no se deshaga. (Fig. 6)

—Previamente habremos puesto a hidratar tres o cuatro pimientos choriceros. Servidor los pone a hervir 10 minutos y va que chuta. Luego los despepitamos y desprendemos el regalo de su carne con una cucharilla. (Fig. 7)

—Ojo, que ahora viene truki de los guays: Una vez transcurrido el tiempo indicado, apartamos la olla del fuego y cuando deje de echar vapor por el pitorro, la abrimos, nos deleitamos con el aroma que de ella sale y extraemos… la media cabeza de ajo. Pelamos con cuidado los dientes de ajo y los mezclamos con la carne de los pimientos. Con la misma cucharilla lo aplastamos todos hasta formar una papilla (Fig. 8) que reingresamos en la olla junto con el chorizazo troceado. Rectificamos de sal y dejamos hervir a fuego lento hasta que el guisote espese y el chorizo se ablande. En seis o siete minutos concluye la cosa.


—El resultado final del fácil y rápido proceso presenta el coloradote aspecto de la foto de arriba, que si es magnífico, más lo es aún de sabor. Hacía considerable tiempo que no me encalomaba un comitre de mejor relación sencillez/gusto/calidad/precio... Ah. Como no, siendo de nacencia riojana estas patatas, nada mejor que acompañar el plato como lo hizo servidor, con un tinto de Valdepeñas bien fresquito. ¡Burp!

viernes, febrero 12, 2010

Movilgrafías: Cuestiones genéticas

Un puñado de genes que hacen variar un poco, sólo un poco, los respectivos mapas, es lo que provoca que esta pata de cerdo que asoma por el contenedor motive tal vez comentarios jocosos o sarcásticos entre los paseantes. De ser una pierna humana, con un pie rodeado por cuerdas, el espanto se apoderaría del vecindario, cundiría el terror y se activarían las miradas de desconfianza. Pero no. Con el hueso y la pezuña surgiendo de la basura, todos seguimos conformes y despreocupados, sin dar importancia a que no hay diferencia notable entre un humano y un cerdo.

miércoles, febrero 10, 2010

Pieza de Puzzle, nº 6/1.000


En la pieza de hoy, tenemos de un lado a José Martí, padre de la patria cubana, llamado El Apóstol por sus compañeros de lucha independentista y aclamado líder espiritual de la misma. Reconocido vate adscrito al modernismo, a él se debe la composición del poema convertido en himno Guantanamera.

A su izquierda (derecha para el espectador) encontramos el rostro de Jesús Janeiro Bazán, matador de toros conocido en su mundo como Jesulín de Ubrique, cabeza visible del que se ha dado en llamar clan de los Janeiro o también clan de Ambiciones, grupo de individuos frecuentadores todos de los más infectos platós televisivos.

Su nexo en el puzzle se debe a que tanto el poeta cubano como el diestro andaluz eran/son monórquidos, o lo que es lo mismo, a ambos les faltaba/falta un testículo en su natura.

lunes, febrero 08, 2010

Placeres Mundanos

"Conozca Grecia por 10 euros"

El plato de esta ocasión es una moussaka, comistrajo griego que, en resumen, se trata de alternar capas de berenjenas con una picada de carne, cubrir con bechamel y queso y hornear. Para realizar esta receta he partido del campamento base que propone el siempre ameno y efectivo chef del YouTube, El Cocinero Fiel (a partir de ahora ECF):
http://www.youtube.com/watch?v=-i2-NpJ6vZU
Bien. Una vez visto el Tubo al que remite el enlace, entiendo que es perfectamente prescindible que el curioso continúe con mis explicaciones. Pese a todo y si aún persiste en ello, iré a lo mío.

—Lo primero que hay que hacer al preparar esta receta es cortar en lonchas longitudinales de 1 cm de espesor las berenjenas. Para quitarles el amargor seguí el método de ECF, o sea, salar las rodajas y dejarlas en posición vertical durante una hora para que rezuman su ponzoña. (Fig. 1)

—A la vez prepararemos un sofrito de cebolla y un par de dientes de ajo (fig. 2). Cuando la cebolla se ponga transparentosa, reservaremos y en el mismo aceite empleado, freiremos la carne picada (mitad cerdo mitad ternera) a la que aparte de salpimentar añadiremos un poco de tomillo, orégano, hierbabuena y un palito de canela que luego retiraremos (fig. 3)

—En otro cazo, claro, preparemos una bechamel. Aquí, este cocinero que tanto os ama, la hizo con margarina, mantequilla, harina de repostería y leche semidesnatada. Se bate todo, añadiendo la leche poco a poco, sin dejar que hierva y en previsión de grumos. La aderezamos con sal, pimienta y unas ralladuras de nuez moscada. Posteriormente a esta bechamel le añadiremos dos huevos batidos.

—Una vez acondicionada la carne que teníamos en la sartén, la regamos con una copita de vino blanco. Cuando reduzca un poco añadimos el tomate natural triturado y dejamos tranquila la mezcla, removiendo de vez en cuando. Rectificamos de sal y ponemos una pizca de azúcar.

—Seguidamente lavamos las rodajas de berenjenas en abundante agua fría y las secamos con papel de cocina. Las freímos en abundante aceite (fig. 4) Una vez fritas y a temperatura manipulable, pasamos a preparar el plato en sí. En este caso elegí cuatro cazuelas individuales de barro. Craso error porque al final me quedé sin berenjenas suficientes para cubrir, por lo que esta moussaka puede subtitularse “moussaka cortita con sifón”. Pero a pesar de ello adelanto que el resultado fue espectacular.

—Bien. En el fondo de la cazuela, de la fuente o de lo que sea, ponemos una capa de estas berenjenas fritas. Encima añadimos la entomatada carne picada, cubrimos con otra capa de berenjenas e inundamos la superficie con la bechamel a la que, recuerden, hemos añadido los huevos. Para terminar ponemos queso rallado, en esta ocasión un filatto especial para gratinar, pero como enseña ECF, cualquier cosa puede sustituirse por otra. Y es que, ¡ay!, nadie ni nada es imprescindible, amigos. (fig. 5)

—El resultado, después de hornear el preparado a 150 grados durante 45 minutos, es esta vistosa maravilla que complació hasta las lágrimas de agradecimiento a todos cuanto tuvieron la dicha de fagocitarla.

viernes, febrero 05, 2010

Pieza de Puzzle, nº5/1.000

En esta ocasión, la pieza del universal puzzle empareja a un hombre y una mujer. En un lado, tenemos a Leonardo Woolf, autor, editor y político británico, esposo que fue de la célebre escritora Virginia Woolf y miembro, al igual que ella, del exclusivo círculo de Bloomsbury .

Por el contrario, en el otro lado nos encontramos con Mary Santpere, actriz cómica catalana cuya presencia tanto en el cine, el teatro, la televisión e incluso en el circo haciendo de payasa, la hizo popular para al menos dos generaciones de españoles. Popular, familiar y querida.

Un punto une a Leonardo y Mary. Y es que sus respectivos cónyuges eligieron para suicidarse el método del ahogamiento. La una, Virginia, arrojándose al río Ouse con los bolsillos de su abrigo llenos de piedras. El otro, Francesc Pigrau, se tiró al mar desde un barco que hacía la travesía entre Barcelona y Mallorca.




miércoles, febrero 03, 2010

Damero Mardito, nº 10

Se comunica a las Sras. y Sres. que conforman nuestro distinguido grupo de suscriptores, que ya tienen a su disposición el Damero Mardito nº 10, correspondiente al mes de febrero. Como ya es habitual, la descarga del mismo la pueden realizar aquí:

http://www.vecindiario.es/news.php

Muchas gracias por su fidelidad.

lunes, febrero 01, 2010

Pieza de Puzzle nº 4/1.000


Aunque no parezca corresponder a su iconografía tradicional, el robusto caballero de la izquierda es Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, el cultivador de una de las líricas más sensibles e influyentes de la literatura española.

Lo acompaña a la derecha Dionisio Rodríguez Martín, alias El Dioni, sujeto que en 1989, tras atracar el propio furgón de seguridad que conducía, cobró fama por las peripecias a que dio pie su reprobable acción. Vuelto a España, paseó su figura por todas las televisiones siendo celebrado incluso por gente de orden. La vida nocturna y disipada lo han convertido, tal vez, en un ser desgraciado.

Mas un punto los une, los convierte en otra pieza del inabarcable puzzle. Y es que ambos eran bizcos. Padecía el caco un estrabismo horizontal del que fue operado con discutible éxito, mientras que la del excelso poeta era una extraña bizquera vertical producto quizá de una latente sífilis.