miércoles, septiembre 30, 2009

El Factor Humano, 1











"El pañuelo de Manuel"


Era una mañana de sábado.
Hacía sol.
Paseábamos por la Vía Verde.
Nos cruzamos con una familia.
Un matrimonio con dos niños pequeños.
Los dos niños iban montados en bicicleta.
Más adelante, había algo tirado en la senda.
Nos encontramos un pañuelo.
Un pañuelo blanco, doblado, planchado.
Tenía un nombre bordado en azul: Manuel.
Letra inglesa.

—No lo cojas. Lo mismo está lleno de mocos.

Lo dejamos donde estaba.
En el centro del camino solitario.
Terminamos el paseo.
A lo lejos vimos al matrimonio.
Estaban a la espera.
Llegamos a su altura.

—Perdonad. ¿Habéis visto un pañuelo?
Un pañuelo blanco que tiene bordado un nombre.
Manuel. En azul.

Yo estaba situado detrás de mi mujer.
No le veía, por tanto, la cara.
Supuse que había dicho que sí.
O que no. Con gestos.
Ella creía a su vez que yo había dicho algo.
Que sí o que no. Con gestos.
Pero ninguno dijo nada.

El hombre nos miró sorprendido.
Su mujer nos miró furiosa.
Seguíamos en silencio.
Debieron pensar
O que no entendíamos su idioma.
O que éramos sordomudos.
O que éramos idiotas.
O que nos habíamos quedado con el pañuelo.
Nos marchamos sin abrir la boca.
Oímos algo.
Hablaba el marido, resignado.

—Era un recuerdo. Lo bordó mi tía Carmen.

El pañuelo nos pesó como hecho de cemento.
También la mirada de sus dueños.
También nuestro humano comportamiento.
O sea, inexplicable.

Todo el mundo por la tarde vio luego el pañuelo.
El aire lo había desplegado.
Manuel en azul sobre el lienzo blanco.
El pañuelo aguantó otros días de sol.
Tal vez lluvia.
Tal vez viento.
Se ensució.
Perdió el azul del bordado
.
Fernando lo escondió debajo de una piedra.
Una piedra triangular.
Ahora la piedra tiene nombre.
Se llama la Piedra del Pañuelo de Manuel.
Está cerca del puente.
Me gustaría que Manuel lo supiera.
Y que nos perdonara.

lunes, septiembre 28, 2009

"El culpable"


Primero lo acusaron de tomar el refresco demasiado frío. Luego lo pellizcaron porque el refresco se había calentado. Le venían por ambos lados. La madre por la derecha y el padre por la izquierda. Frente a ellos y en un cochecito, su hermano pequeño mordisqueaba un muñeco de goma ajeno a todo. Luego derramó el vaso y le pegaron en el culo. Un matrimonio de padres jóvenes que intercambiaba miradas de rencor buscando el fresco de la noche. En la terraza del bar el niño soportaba la sucesión de tirones de pelo. Cualquier movimiento, cualquier gesto, era censurado con severidad. La discusión entre los padres porque comía o dejaba de comer acabó con un nuevo pellizco que le llegó bajo la mesa. El hermano pequeño chupeteaba su juguete. Seguía el castigo hasta que su joven madre le gritó unas palabras. El padre se levantó provocando un entrechocar de platos y vasos. El niño finalmente rompió a llorar desconsolado escondiendo la cara entre los brazos. Su hermanito abría mucho los ojos achinados y pataleaba alegre. Su hermanito era apenas un bebé con síndrome de Down.

© Sap.
es.humanidades.literatura

viernes, septiembre 25, 2009

"Sólo se mueren los tontos" Álvaro de Laiglesia




Sentía curiosidad por saber si, a día de hoy, una novela del antes famosísimo autor y ahora olvidado por completo Álvaro de Laiglesia, era posible leerla sin mucha molestia. El experimento, el casual experimento veraniego, lo llevé a cabo con una de sus obras más populares y de las de talla grandecita: "Sólo se mueren los tontos", más de 300 páginas de vellón. Finalmente puedo decir que la experiencia no estuvo mal, pero tampoco bien del todo, por lo que trataré de explicarme. Pero para matizar mis impresiones, viajemos primero al pasado un par de segundos:

Cuando era adolescente leí dos o tres de novelas de este autor y desde entonces guardé recuerdo de unos textos desternillantes, de unas páginas de inagotable capacidad para fabricar carcajadas (ah, ese insoportable carcajeo de corral del adolescente en mitad de la noche), por lo que cuando años después y ya con barba crecida, releí uno de aquellos títulos que tanto me admiraron —"Los que se fueron a la porra"— con el inesperado resultado de un atroz aburrimiento y decepción, pensé para consolarme que cuánto había cambiado el Sr. de Laiglesia.

Es ahora —en el bellísimo otoño que comienza a dorar las primeras hojas del no menos bello árbol en que me está convirtiendo la vida—, cuando se me ha metido en los cataplines rescatar al autor para colocarlo si fuera posible, tan alejado de los entusiasmos de niñato como de los bah bah bah de la primera madurez. El resultado del experimento son los sesudos juicios que siguen:

En "Sólo se mueren los tontos" (1955) lo primero que puede apreciarse es que, sin duda, el humorismo moderno hispanocentral se gestó en la cripta del Café de Pombo, donde el ramonismo había sentado sus reales, y que sus reglas de corte y confección fueron transmitidas por diversos intermediarios, Fernández Flórez, Camba o Jardiel Poncela, por ejemplo, a todos los que compusieron el grupo de La Codorniz, ya saben, aquella publicación que decía de sí misma que era la revista más audaz para el lector más inteligente. Con muy pocas diferencias, el primigenio humorismo pombiano se concentró en los nombres de aquella generación: Álvaro de Laiglesia, Mihura, Herreros, Azcona, Clarasó. y posterior y directamente en los de Summers, Chumy Chumez, Gila, Tip y Coll o el Perich. Quiero señalar con esto que el humor —absurdo, negro y disparatado— de "Sólo se mueren los tontos" es un humor acodornizado como no podía ser de otra forma. Y es que Álvaro de Laiglesia no sólo fue el director más longevo de la revista La Codorniz, sino que ÉL ERA la revista.

La impresión que me asaltó a las veinte primeras páginas del libro es que Álvaro de Laiglesia escribe a lo que sale, sin guión premeditado salvo un arranque llamativo. El tío puede pensar que va a escribir una historia sobre un científico que inventa una máquina para descamar salmonetes o las vicisitudes de un guardia municipal que tiene un hijo de tres cabezas y éstos son ya argumentos suficientes para echarse al monte. Luego, a partir de esta débil espina central y lineal, irá desarrollando historietas radiculares que ni llevan a parte alguna ni modifican el hilo, porque los temas son aleatorios: algún personaje dice no sé qué de un gato y acto seguido, el autor se pone a contarnos anécdotas protagonizadas por gatos. Y quien dice un gato, dice socios en una empresa de fontanería o una modista pantalonera. Para expresarlo gráficamente, diría que esta novela de Laiglesia parece un río lleno de meandros en el que confluyen afluentes y arroyuelos igualmente sinuosos. Pero todo delgadito, eh, con poca agua. Esta norma, por una parte, puede parecer sencilla a la hora de escribir, vamos, que todo es ponerse ante el papel a desarrollar una historia cualquiera de manera automática. Sí, sí, sencilla. En seguía. Creo que, aparte de una fecunda imaginación, hace falta escribir muy bien —y ÁdL lo hace y mucho— para mantener la atención del lector sin aburrirlo durante... 150 páginas, pues creo que, en efecto, tal técnica acaba en sí misma, o, dicho con otras palabras, que las más de 300 páginas de la novela son, a todas luces, excesivas, para mantener a flote tal sarta de disparates. Y esta es, al fin, la máxima pega con que me topé: a la novela le sobran casi 200 páginas descaradamente.

Por otro lado, tras la lectura y con el apoyo de mis recuerdos de las citadas lecturas anteriores, llegué a la conclusión de que todas las novelas —novelas que escribía como churros— de Álvaro de Laiglesia son, en tanto ejecutadas con el mismo patrón, IGUALES. Leída una, leídas todas. A tal estilo se le puede aplicar el título de otra exitosa novela suya: "Una larga y cálida meada". En efecto, la escritura de Laiglesia es una larga, larguísima y casi siempre divertida chorrada, cuyos kilómetros de longitud se pueden ir cortando en porciones para ponerles títulos y sacarlos a la venta. Es lo que hizo el tío listo, claro.

Por supuesto, el asunto de "Sólo se mueren los tontos" es fútil, o mejor dicho, puede ser cualquiera. Es imposible la sinopsis. Como mucho puede decirse que trata de las tribulaciones de Rosita, muchacha de humildísimo origen, y su mucho sufrir por abrirse camino en la vida y, como decían los finos, labrarse un porvenir. A su triunfo final contribuirá un hecho muy apreciable: Rosita está muy buena. Como ya digo, a partir de esta línea principal irán surgiendo decenas de flecos de diversas longitudes a cuál más estrambótico. Todo es exagerado, esperpéntico y absurdo, siguiendo, como dije, la tradición española del humor negro (no recuerdo haber leído nada más cargado de ello que la escena donde describe un accidente de tren). Pero a pesar de todo, Álvaro de Laiglesia, con todo el disparate a cuestas, no intenta esconder el atroz pesimismo que se muestra en cada una de las páginas y el desencanto total, la desesperanza mayúscula ante esta rara especie nuestra. Esta actitud sólo la he vuelto a encontrar con tan marcada fuerza en otros dos humoristas: El Roto y otro donostiarra memorable, Chumy Chumez.

Por lo demás y fuera, repito, de su excesiva longitud, "Sólo se mueren los tontos" es sin duda una novela divertida, donde el autor —que escribe muuuy bien, repito— no deja de sorprendernos con comparaciones, juegos de palabras, greguerías y magníficas metáforas. Pese a todo, no encuentro mucho sentido insistir en él. Tal vez, leer un par de cosas de Álvaro de Laiglesia es absolutamente recomendable; pero leerlo mucho, no tanto.

Termino con algunas frasecillas que creo que pueden dar el tono, la clase de redacción, en que se desarrolla la novela:

—"Debajo del jersey el corazón me repicaba alegremente, aunque sin ruido, como una campana de trapo".

—"La vida en la calle Jenaro Benítez continuaba desarrollándose sucia y silenciosamente, como un carrete de hilo marrón".

—"Ernesto tenía una cuñada refinadísima que debía fumar tabaco egipcio porque el aliento le olía a camello".

—"Don José logró escapar a Francia en un tren de ganado, con billete de ternera".

—"Era tan miope que los ojos le chorreaban dioptrías".

miércoles, septiembre 23, 2009

"Mis Melenudos, 5"


"PLEASE, MR. POSTMAN"

A finales de 1961, Las Marvelettes grabaron para el sello Tamla Motown “Please Mr. Postman”, canción compuesta por Brian Holland (y otros, según créditos) llegando a conseguir el primer número uno para la famosa discográfica de Detroit. Un par de años más tarde, e incluida en su segundo LP, o sea, en “With The Beatles”, los Fab Four realizaron una versión de la misma que llegó a convertirse en pieza indispensable de su repertorio en directo.

Grandes versionadores, de lo que pueden dar buena cuenta sus primeras grabaciones, puede decirse sin que me pierda el amor de sobrino, que en muchas ocasiones, los Melenudos superaron con su instrumentación y juego de voces los originales. “Please Mr. Postman”, me parece un buen ejemplo. Su capacidad para entusiasmar siempre me pareció enorme y, tanto es así, que sólo fue escucharla en un viejo casete Sanyo situado en el fondo de una bolsa de deportes, cuando mi amigo Juan se hizo bitélmano ipso facto desde entonces y para el resto de sus días.

Los vídeos que he encontrado en el Tubo no son muy buenos. Éste que propongo de origen televisivo sea tal vez y con todo, el menos molesto en su desvanecida grisura:
http://www.youtube.com/watch?v=XcOUOAn_emU&feature=related

La letra de la canción, como no podía ser menos, es consabidamente chuminosa, ganando en bobería a medida que se traduce. Pero bueno, son cosas del pop. A mí que registren. De momento me ha salido ésto:

POR FAVOR, SEÑOR CARTERO

Espere. Espere un momento señor Cartero,
Espere, espere, señor Cartero.

Sr. Cartero, mire si tiene una carta para mí en su bolsa
Porque llevo esperando mucho tiempo
Desde la última vez que supe de mi chica.

Hoy tiene que haber algunas letras
De mi novia que tan lejos está
Por favor, Sr. Cartero mire
Si tiene una carta, una carta para mí.
He estado aquí esperando, Sr. Cartero
Tan pacientemente
Una postal o una carta
En la que diga que vuelve a casa.

Tantos días ha pasado Ud. de largo
Viendo lágrimas en mis ojos
Y sin detenerse para hacerme sentir bien
Por dejarme una postal o una carta.

Así que espere un momento, espere un momento
Y revise su bolsa una vez más.
Espere,
Espere
Entrégueme una carta cuanto antes, mejor.


lunes, septiembre 21, 2009

El llavero


Son ya casi seis años de una condena, en que admitido como regalo y como prenda de apuesta, prometí cargarlo conmigo en todo momento, en todo lugar, impasible a las burlas y a las miradas de sorpresa. Toda esta vergüenza no tendrá fin hasta su propia destrucción por agentes externos pues no vale, como sería mi deseo, destrozarlo a martillazos. La horrenda efigie que lo asemeja a un simio plateado, parece fabricada en un metal indestructible, como el de alguna pieza importante de una aeronave. Espero con paciencia los efectos físicos del rozamiento, pero en seis años sólo han logrado darle más brillo a este ejemplo del kitsch más canalla. ¡Cuánto odio a Camabrón!

viernes, septiembre 18, 2009

"Esto, lo otro, y lo de más allá" Julio Camba

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Nada había leído hasta ahora de Julio Camba que no fuera alguna cosilla suelta en algún manual de literatura, por lo que encontrar en la biblioteca del barrio un ejemplar de "Esto, lo otro, y lo de más allá" me hizo recordar el viejo interés que tuve por el autor. El resultado, finalmente, ha sido un fiasco.

Algunas voces veteranas me lo habían recomendado como indudable maestro del humorismo español, con un sesgo gallego que lo relacionaba con Wenceslao Fernández Flórez y también, en cuestiones gastronómicas (Camba fue un exquisito gourmet), con la retranca galaica de Cunqueiro. Me decían que era un autor muy en la línea de los humoristas ingleses, como Wodehouse o Evelyn Vaughn, con una visión chispeante de la vida y los objetos, que frecuentaba la ironía y la manejaba como nadie, y blablá y blablá y blablablá.

Psch. Pues no sé. No creo haber encontrado en las casi 200 páginas de este libro nada de lo prometido. ¿Chispeante? Bueno, sí; me sonreí dos veces y aprecié alguna de sus paradojas (la paradoja es una constante en los textos) durante seis segundos ¿Ironía? Debe ser la empleada por Camba una ironía tan fina, tan fina, que se me escapó como el agua por el sumidero del entendimiento. ¿Humorismo? No entiendo el humor que no venga aderezado con al menos algún chorrito de vinagre. y el que muestra Camba en estas páginas es un humor siempre blanco, benévolo y complaciente, muy complaciente, desprovisto como digo de cualquier pizca de amargor, de acidez, de mordiente; en suma, textos que podrían adecuarse a la sección de albos chistecitos de una hoja parroquial.

"Esto, lo otro, y lo de más allá" es un compendio de artículos periodísticos publicados en 1945. Agrupados en esta edición por temas variopintos -El Cine, Humo, Bailes, Almas del Otro Mundo, etc.-, lo mejor de estos articulillos ha sido su formato, apenas paginita y media por barba, lo cual, créanme, ha sido una suerte, y al final, único motor que me hizo avanzar en la lectura hasta concluirla. Los temas elegidos, como digo, son muy variados, pero siempre, sus glosas me recuerdan a esos vetustos noticiarios cinematográficos de posguerra europea donde de manera optimista se mostraban los más extravagantes artilugios y gentes: Máquinas adelgazantes, bicicletas acuáticas, elefantes matemáticos, mujeres gigantas que apenas entraban en un utilitario... Pero todo llevado en su redacción de una manera tan sosita, tan sin gracia, que me trae el tufillo de aquellos desangelados escritos de Mingote de cuando no chocheaba; y cito a Mingote porque fue el ABC, el periódico que acogió muchos de los trabajos ¿cambianos? ¿cambistas?.

Inexplicable (bueno, o muy explicable) que a sus 61 años, que eran los que tenía cuando se publicó el libro, no quedara en Camba rastro alguno de su explosivo pasado anarquista, convertido con el tiempo en bon vivant adicto al régimen (al régimen político, no al otro, porque su afición por los placeres de Lúculo lo habían hecho un tipo orondo) y habitante hasta su muerte en 1962 de una habitación en el Hotel Palace de Madrid. Desde el Buenos Aires de su juventud, ciudad que fue escenario de su activismo incendiario, ya no le llegaba apenas la sombra de Gómez de la Serna, que le podría haber prestado algo de surrealismo o negrura al menos a este conejito feliz.

No creo que ciñéndome a este libro, como no puede ser de otra manera, su escritura tenga vigencia alguna, que sea revisable en este espejo. Julio Camba, si es por artículos como los que he leído, repito, y que deben ser buenas hojas donde agarrarse a su rábano, con perdón, en tanto los ha publicado Cátedra, es una caja vacía. No dudo que tal vez hubiera que picotear en sus muchos libros de viajes o en sus crónicas/críticas de gourmet tan celebradas para tener una visión más completa del individuo, por supuesto; pero, de momento, qué quieren que les diga, conmigo que no cuenten, ¿algún voluntario para hacerlo y que luego opinañee? (Aclaro que el verbo opinañear resulta de opinar y reseñar.)

¿Qué subrayar para ir terminando?... En fin, dejémosle en la boca aunque sea un pensamiento-aceituna a este cacho de pan: "El hombre no es fundamentalmente malo ni fundamentalmente bueno, sino sencilla y fundamentalmente absurdo."
Diga usté que sí, caballero.
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martes, septiembre 15, 2009

"Manual de entomología"


Por aquel tiempo había empezado a amar a los insectos. Aprovechaba cualquier rato libre para escapar al jardín y tenderme en la hierba. Allí enterraba la cara entre las briznas que se deformaban tras el cristal de la lupa y me sentía muy feliz cuando un insecto, cualquier insecto, se paseaba ante mi mirada crecida durante segundos o minutos.

En muchas ocasiones incluso fui capaz de asociar el insecto observado con su correspondiente dibujo de mi manual de entomología. No perseguía, sin embargo, un afán clasificatorio de orden científico. Sabía, o al menos intuía, que en el breve espacio que conformaba el jardín delantero se desarrollaba una vida inasequible a la tabulación. Y no sólo eso. Tal vez bajo mis zapatos transcurría la existencia de seres desconocidos aún. Últimos ejemplares de especies a los que se les acabaría el tiempo dado a vivir y que agotarían su ciclo sin ni siquiera haber sido nombrados. Pero nada de esto me preocupaba realmente. Mi disfrute consistía en la simple vigilancia, premiada de vez en cuando como digo, con la coincidencia de lo visto y las imágenes del libro.

El caso es que esta actividad llegó a ser obsesionante. Así, cuando regresaba del bufete para comer en casa, no dudaba en sacrificar este rato para dedicarme durante casi hora y media a la placentera observación.

Tumbado en el césped, devoraba un bocadillo en aquella postura incongruente y giraba el cuello para beber una lata de cerveza. La llegada de la noche y su falta de luz no aminoraban mi entusiasmo, al contrario; lo llenaban de interés, pues era durante la oscuridad nocturna y ayudado de una potente linterna cuando pude observar los ejemplares más curiosos, los más bellos, todos inmersos en la frenética actividad que les suponía la excitación de la luz eléctrica.

Volver al trabajo representaba un sacrificio pagado tan solo por la certeza de que el diminuto jardín y sus habitantes permanecerían en su sitio. Sucedía igual que Waltraud y sus noticias, siempre iguales, siempre en su lugar en el momento que dedicaba a pintarse las uñas de los pies. Su voz llegaba desde el interior de la casa, rotunda como los algodones que se colocaba entre los dedos: "Cariño, te recuerdo que los Spitzer vienen hoy a cenar".

No soy de esos hombres absurdos que escapan de la consideración que de mí puedan tener los demás. Me hago cargo del rechazo que en la mayoría producían mis actividades. Sí. Para qué dar más vueltas. La opinión general es que estaba trastornado y achacaban mi insania a lo evidente: a las muchas horas dedicadas a la contemplación y estudio de los insectos. El argumento era insostenible, por supuesto. La incapacidad de mi esposa, por ejemplo, y su simplicidad al extraer consecuencias de una acción, de una actitud, la abocaban a la falacia. Decía: "Los insectos me dan asco; te pasas el día mirando insectos". Faltaba que añadiera: "Luego me das asco, cariño". Nunca acabé de acostumbrarme a los sofismas de Waltraud. Ni a sus noticias sobre los Spitzer, ni a su pintura de uñas entre algodones. A pesar de todo, agradezco a los tres que me dieran la oportunidad de conocer y observar especímenes de entomología forense. Fascinantes casi todos.

© Sap.
es.humanidades.literatura

domingo, septiembre 13, 2009

"La hermana" Sándor Márai


Tal vez para muchos lectores actuales, acostumbrados a las ligerezas literarias de estos tiempos donde cualquier chisgarabís pone su pica en el Flandes editorial, la escritura de Sándor Márai pueda parecer un tanto demodé e incluso presuntuosa por ser una escritura seria, profunda, la propia de un autor que cuando se encabezona y se pone a analizar algún asunto, no deja ningún cabo suelto ni ningún matiz que señalar..."¡Hombre, claro, es que Márai era húngaro y con los magiares ya se sabe, son muy jartibles!", dirá alguien. Sí, es cierto. Márai tiene ese aroma denso de los centroeuropeos y su estilo puede recordarnos a muchos autores de tal ámbito y de visibles influencias en su obra: Hesse, Mann, Kafka, Dürrenmatt... Por lo que no es de extrañar que en La hermana aparezcan los ingredientes habituales en la lite de esta clase de individuos: la culpa, la autoacusación, el castigo, la expiación, la clemencia... aliñado todo con las tormentosas relaciones entre los protagonistas y Dios... ¿Eeeeehhh? Un momento... ¿Pero qué hacen, malditos?... ¡No huyan, cobardes! ¡Vuelvan, vuelvan! ¡Tengo una buena noticia!... ¡Vuelvan!... (Qué gente y qué poco aguante)... Síiiii... ¿Estáis juntos de nuevo?... Veamos. La noticia es que no sólo tal gazpacho es digerible, sino algo mejor todavía, señoras y señores: ¡Sándor Márai es AMENO! ¡a-me-no! ("¡¡¡Aaaaahhh!!!", suspiro de alivio de los lectores.)

La hermana (1946) fue la última novela que publicó Márai antes de abandonar Hungría e iniciar su exilio. El título, que en un principio me hizo pensar en aquel tema de los Stones, Sister Morphine, por lo que ya se verá, hace referencia a una de las monjas-enfermeras que atiende al protagonista durante su hospitalización. Y es que durante una gira por la Italia fascista, un prestigioso pianista húngaro -llamado simplemente Z. en la novela el muy zorro- es víctima de una fulminante y grave enfermedad que lo llevará a un hospital en Florencia. Allí permanecerá ingresado en soledad durante varios meses. Pero antes de que esto ocurra, el primer narrador de la historia contará su encuentro con el pianista años después, en un albergue de mala muerte situado en un inhóspito paraje de los Cárpatos. Allí la atmósfera cargada y el ambiente de pesadilla, claustrofóbico, junto con un suceso trágico, creados por el autor en las cien primeras páginas, se verá continuado en los capítulos del sanatorio, abierto ya el primer camino. En realidad, el relato que se desarrolla en el hospital italiano es el manuscrito que el músico hace llegar al narrador y es en cierto modo, como digo, paralelo a los sucesos que acaecen en la posada. Vale, no es tan lioso en el libro, soy yo el que se hace un lío explicándolo...

De todas formas, la verdadera protagonista de la novela es la morfina, único paliativo que puede calmar los fuertes dolores que asaltan al músico, que como es natural, acabará sucumbiendo de amor por el ambarino inyectable. Junto a ella está el piano, segundo instrumento que no deja de sonar a lo largo de las páginas desgranando composiciones de Liszt, Rachmaninov, Beethoven. A partir de este punto, todo girará en torno al líquido opiáceo y sus efectos, contado desde el permanente estado de sopor musical del morfinómano, para convertirse la crónica, con la participación de los médicos y de las monjas-enfermeras (una de ellas, sor Carissima, a la que hace referencia el título de la novela) en un análisis sistemático del dolor, la enfermedad y la adicción sin que el piano deje de escucharse. Tal vez un punto atractivo para el lector actual sea el hecho de que la dependencia se desarrolle fuera de los paisajes de chabolas y basureros adscritos a los drogotas al uso, algo que descarga de morbo callejero al relato para centrarlo en los aspectos más devastadores pero sin necesidad de recurrir a la tópica mugre, aunque los monstruos que habitan bajo la asepsia hospitalaria sean los mismos, claro. Sin duda, y por otro lado, La hermana es un texto donde los especialistas en Márai habrán encontrado los orígenes y tal vez la explicación de su suicidio.

...Y hasta aquí llegué para no destripar. Fuera ya de la recomendación, considero que La hermana, novela tejida en la urdimbre del dolor, la esperanza, la creatividad, la enfermedad y el amor, no hace sino acrecentar mi curiosidad por la obra de Márai. Seguiré con nuevo material en cuanto pueda.
Hapiness is a warm gun.

viernes, septiembre 11, 2009

Movilgrafías: Bicicleta


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Con mi torpe pedaleo, montar en bicicleta, aunque sea en este cómodo modelo holandés con freno de tambor, se convierte en un ejercicio parecido a domar un caballo appaloosa. A pesar de todo, durante este verano y a la caída del sol, cumplí con mi propósito de observar la belleza de su sombra proyectada. Así decía la vieja greguería ramoniana: “Lo más bello de la bicicleta es su sombra.” Tan cierto como su capacidad rejuvenecedora.
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miércoles, septiembre 09, 2009

"Mis Melenudos, 4"



"LOVE ME DO"

Hoy miércoles 09/09/09, jornada que la industria discográfica ha marcado como día D para dar un nuevo apretón a la inagotable ubre de la vaca que bebe en las aguas del Mersey, contrarresto la desaforada operación con la sencillez extrema de una canción. Pocas veces, una composición tan simple en música y letra, llegó a ser tan efectiva. Me refiero, claro está, a Love me do.

Y como el tema está muy documentado, qué mejor que remitirles a la Wiki: http://es.wikipedia.org/wiki/Love_Me_Do

y a un Tubo donde se incluye la letra en castellano con el consiguiente ahorro por mi parte:http://www.youtube.com/watch?v=zwqzRXDibeM

A ver quién produce más con menos. Disfruten.

martes, septiembre 08, 2009

"La nave de los locos" Pío Baroja

Un año después de que Benito Pérez Galdós (BPG) pusiera fin con Cánovas a su serie de los Episodios Nacionales, o sea, en 1913, Pío Baroja (PB) publicaba la primera entrega de Memorias de un hombre de acción, cuarenta relatos de mayor o menor extensión, escritos en épocas diversas y agrupados luego en veintidós volúmenes. Uno de ellos es La nave de los locos.

El objetivo tanto del bigotudo como del de la boina capona será similar: Novelar el siglo XIX transcurrido en unos territorios que algunos han dado llamar España. Pese a todo y como no podía ser menos, las diferencias entre ambos proyectos son sustanciales, siendo la primera de ellas que la escritura de BPG es la propia del siglo que retrata mientras que la de PB está ya despegada y desapegada del realismo/naturalismo decimonónico (Baroja nunca sintió aprecio por BPG, ni como persona ni como escritor, el otro ya era un antiguo). En todo caso, ambos trabajos y ambas posturas, lejos de repelerse, se complementan y ultiman, por lo que juzgo que el interesado que con atención se meta entre pecho y espalda las dos series, tendrá una visión de lo que fue el desdichado siglo XIX bastante completa. ¿Alguien conoce a tal esforzado? Debe haber pocos, sin duda.

Pero como digo, las diferentes maneras de atacar el asunto pueden resumirse en (¡Atención escolares, que lo que sigue os puede servir de chuleta el día de mañana!):



A) BPG escribe, justamente, para la burguesía liberal a la que pertenece. Confía en la regeneración humana por el progreso desde una mirada amable y confianzuda en la bondad social. Antepondrá el pueblo sobre el individuo. Por el contrario, PB es un anarquista que escribe para él. Su concepción pesimista está presente en cada una de sus páginas y hace primar las acciones individuales entendiendo que son unos pocos animosos y valientes los que rigen los destinos de la indolente masa.

B) Los personajes de BPG serán protagonistas directos o espectadores de los más significados hechos históricos: Trafalgar, las batallas de Bailén o Arapiles, el abrazo de Vergara, los cuescos de Fernando VII, las cachondeces de la Isabelona o la Revolución del 68. Por el contrario, las criaturas de PB siempre se encuentran lejos de estos focos, de tal manera que más que protagonistas son receptores de las consecuencias, inmersos en la intrahistoria unamuniana.

C) BPG tiene un afán didáctico, PB siempre se muestra escéptico.

D) BPG es urbano, PB rural.

E) BPG centra su crónica en Madrid, es madrípeto, mientras que PB es madrífugo y desarrolla sus novelas en la periferia. De hecho, en esta de La nave de los locos, la estancia de meses del protagonista en la capital, la resuelve el escritor muy de pasada en pocos renglones. Muy importante también es el ámbito internacional. En efecto, PB se ocupa de la influencia de otros países sobre España (influencia tanto ideológica como política y económica) y especialmente durante el periodo de las guerras carlistas. En cambio BPG no lo hará hasta que estudie la revolución septembrina. Como dijo PB de su colega: "Para él, España durante la primera parte del siglo XIX fue un feudo separado de Europa." Home, si el muchacho lo dice...

F) BPG es riguroso en cuanto a hechos y fechas. La cronología de PB es descuidada o, simplemente, falta o es errónea. El tío pasa de todo lo que no sea pura y dura acción.

Pero yendo ya al meollo del asunto, o sea, a la reseña, diré que La nave de los locos (clásico asunto pictórico tratado por cientos de artistas y que en esta ocasión es metáfora de España) es una novela que, a pesar de encontrarse en medio de una especie de trilogía, antecedida por Las figuras de cera y seguida de Las mascaradas sangrientas, se puede leer de manera independiente sin conflictos comprensivos que no vayan más allá de unos cuantos pasajes.

Desarrollada la acción al final de la primera guerra carlista, se estructura en dos historias paralelas cuyos protagonistas son por un lado don Eugenio Aviraneta -personaje real que fue pariente de Baroja-, conspirador a tiempo total, mantenedor de complejísimas relaciones diplomáticas y labores de espionaje desde diversos países extranjeros (no se olvide que en aquel conflicto llegaron a intervenir en ambos bandos fuerzas polacas, alemanas, italianas, austríacas... como una especie de Brigadas Internacionales) y por el otro lado, un tal Alvarito, muchachuelo que debe cruzar España en busca de una persona. Estas jornadas de Alvarito se componen de una primera parte cuyo escenario es el territorio vasconavarro y una segunda donde se relata el trayecto entre Vitoria y Cañete (Cuenca.) En medio de aquella geografía desolada y asolada nos vamos a ir encontrando con un desfile de tipos que poseen hasta enorme interés antropológico, pero sobre todo, con descripciones de las consecuencias bélicas de una notable ferocidad y relatos de los hechos más terribles (imposible no recordar los grabados goyescos de Los Desastres de la Guerra) con normalidad cotidiana. Tremendo todo e insospechado porque parece que por "guerra civil" sólo hay referencia a la del 36. Y desde luego, no. Hubo más y de una crueldad pasmosa.

Lo cierto es que para mi ignorancia histórica me ha venido muy bien esta lectura tan llena de sucesos que debieron ser famosos unos y pintorescos, otros. Por ejemplo, no tenía ni idea que cuando Napoleón proyecta la fragmentación de España, atenderá un arbitrio de uno de sus senadores, un tal Garat, que proyecta para "Vasconia" -a cuyos habitantes por entonces se les atribuía origen fenicio- la escisión en dos estados independientes y agrupados bajo la denominación de Nueva Fenicia y que serán, al sur, Nueva Sidón, y al norte Nueva Tiro. Oye, pues ya que el asunto quedó en nada, podría ser un bonito tema de conversación en una herriko-taberna, ¿no?

Para terminar, apuntar que Baroja, a pesar de la mucha documentación que manejó para armar su puzzle, escribe "a sentimiento", según le da y como le viene, importándole un huevo las cuestiones de ritmo, tempo y demás zarandajas. O sea, su estilo acostumbrado. La verdad es que no creo que pudiera afrontar la lectura de Memorias de un hombre de acción al completo y con entusiasmo, pero tres o cuatro novelitas no estarían mal. De momento con esta Nave ya he cumplido tanto como lector novato como aprendiz de reseñador. En mi disculpa no lo olviden: "En el fondo, toda opinión, toda tesis, es un alegato de defensa de sí mismo, de lo bueno y de lo malo que uno tiene." (Pío Baroja.)

lunes, septiembre 07, 2009

"Hormigas"


El niño observaba con atención la procesión de hormigas que discurría bajo sus zapatos. El banco era alto y él lo suficientemente pequeño como para no tocar el suelo con los pies. El sol había empezado a fabricar sombras alargadas.

Las hormigas transportaban el cuerpo de un saltamontes o una mantis. Formaban dos filas que caminaban en direcciones opuestas, dos rectas paralelas que se engrosaban como un tumor negro y bullente en el tumulto que rodeaba al cadáver.

El niño apoyaba la cara entre las manos, fija la mirada en el desfile. Imposible adivinar si su gesto era de fastidio o admiración ante lo que veía. Pasaba un chicle de un lado a otro de la boca y de tanto en tanto hacía globos que aparecían y desaparecían de súbito tras una mínima explosión rosa.

A su lado, también en el banco pero recostado, el hombre encendió un cigarrillo. Agitó el fósforo y lo arrojó al suelo. Fatalidad. Cayó entre las filas de hormigas y allí la diminuta llama recobró la viveza necesaria para dispersar el cortejo. Las hormigas abandonaron por un momento el saltamontes o la mantis y rodearon la cerilla como espectadoras hieráticas y sabias. Cuando finalmente el fuego consumió la madera y se extinguió, volvieron a su trabajo.

El niño dijo entonces:

—Nos contó la señorita Albers que la queratina las protege del fuego.

Por toda respuesta, el hombre gruñó un poco y se tapó los ojos con el ala del sombrero. La atmósfera estaba tan caliente que el humo del cigarrillo apenas subía al aire y rodeaba al hombre como la aureola de una aparición fantasmal. A su lado había dos botellas vacías de Budweisser y otra de Pepsi.

El niño separó la cara de las manos y giró la cabeza con un gesto brusco hacia el hombre:

—¿Entonces no volveré a la escuela de la señorita Albers?

El hombre permaneció quieto y mudo. Tal vez trataba de dormir. Su aspecto, desde luego, era el de un hombre que llevara sin dormir muchas horas. El traje de rayas arrugado y la corbata aflojada no indicaban lo contrario. Tampoco la barba de un par de días que se confundía con las sombras.

El niño retomó su posición anterior y la observación de las hormigas diligentes, imperturbables. Dos ritmos se acoplaron: el discurrir de las filas y el leve ronquido que emitía el hombre. Luego, aburrido tal vez o furioso o ambas cosas al mismo tiempo, el niño se levantó del banco y comenzó a pisotear la caravana y su preciosa carga. Fue el colapso. A conciencia, fue arrastrando las pequeñas suelas de goma sobre decenas de hormigas que trataban de proteger su tesoro del caos y la destrucción ofreciendo sus propias e insignificantes vidas.

Todavía de pie, agitó una pierna del hombre para despertarlo:

—¿Y mamá? ¿qué pasa entonces con mamá?

El hombre se revolvió y cambió de postura con lentitud. Escondió aún más los ojos dando un fuerte tirón del sombrero y se apoyó de lado contra la gran, la enorme, la hinchada maleta forrada de piel de vaca que olía tan mal.


© Sap.

es.humanidades.literatura

viernes, septiembre 04, 2009

Movilgrafías: Insuperable

La exposición de pintura de Andrés Rábago, “El Roto”, se abría con un texto que me vi obligado a fotografiar como prueba de su existencia. Se hace raro que, de conocerlo, un tipo como el genial Roto lo haya permitido, porque es absolutamente imposible condensar tanta pedantería en tan pocos renglones.
Así decía:

“La obra de Rábago está concernida por una nueva clase de relación entre niveles de conciencia y es un ejemplo de que todas nuestras acciones no son más que fragmentos de un espíritu universal.
Pensar de otra manera a la hoy dominante sobre el medio ambiente es, ante todo, pensarnos de otro modo para traspasar este umbral que nos permita fundirnos y confundirnos en un todo cósmico más real que la realidad de nuestra celda mental.”

A ver quién es el guapo que supera tanta idiotez…

miércoles, septiembre 02, 2009

"El asesino de la carretera" James Ellroy

Me las prometía muy felices de encontrar en este primer Ellroy que cae en mis manos la famosa concisión de estilo que ha hecho célebre al autor. Concisión que ha alcanzado en los últimos tiempos niveles abstractos según me contaron. Pero a pesar del alentador título, por seco, en “El asesino de la carretera” y chimpún, se puede tropezar uno con muchas otras cosas, pero en absoluto con la concisión. Tal vez sea éste fenómeno que se ha decantado en los últimos tiempos ya que la novela que nos ocupa aunque escrita en 1986, llega este año a los escaparates patrios con carácter de estreno preferente.

La traducción de mi ejemplar es cosa de la pareja formada por Hernán Sabaté y Montserrat Gurguí, por lo que es a ellos, a su intermediación, a quien debo el —imagino como mucho— 75% captado de lo que escribió Ellroy. Esto sin duda es un problema que cada vez me atormenta más, saber que lo que leo es un más o menos pálido reflejo de la realidad. Pero habrá que joderse y asumir como inevitable que traducir es siempre conducir un texto a través de una tubería agujereada que no hay fontanero que la arregle. (¡Niños, haced caso de vuestros papás y estudiad, estudiad mucho!)

El argumento de la novela no por trillado es menos contundente: Martin Plunkett, asesino en serie encarcelado en una prisión de alta seguridad, vende a una editorial los derechos del relato de sus tropelías. Esta crónica junto con material diverso dentro de la técnica del cortipegacolorea como pueden ser recortes de periódicos, informes policiales y notas del inspector Dusenberry, su captor, empleando para ello distintas tipografías, conforman el texto. Como no podía ser menos, la violencia y la justificación de esta violencia por el autor es el hilo argumental a través del que paseamos en plan road movie por un amplio territorio de los Usa al ritmo que marcan las fechorías de Plunkett y su rastro de amarga memoria. Por supuesto, en el delirio del protagonista de inasumida condición homosexual, no faltan otros personajes de ficción que parecen empujarlo a apiolar al primero que se le pone por delante, en este caso nuestro hombre sigue órdenes de sus personajes de cómic favorito, el Hombre Puma, Lucretia y, sobre todo, la Sombra Sigilosa.

El relato cuasi periodístico de los crímenes se acompaña del normal “monólogo interior” donde el protagonista nos hace conocer su infancia, sus tormentosas relaciones familiares y sociales, etc. y todas las cuestiones que por un quítame allá esas pajas traumatizaban al nene (Nene que por supuesto y para seguir la pauta es un lumbreras en los estudios). O sea, como Dexter pero sin hermana. De hecho, comencé a disfrutar de verdad la novela desde el momento que decidí visionarla como una serie televisiva… y es que apuesto seis de los grandes que harán de ella esto mismo de aquí a poco. En todo caso, ese monólogo interior me pareció a veces algo grotesco, inverosímil, hasta desembocar en el muy tópico: “—¿Qué se siente al tener una familia?”.

Lo que no logro entender, o si lo entiendo es achacando al relato autobiográfico de Plunkett que se nos pone por delante es el que ha presentado la editorial a sus lectores, es cómo un tipo de la enrevesada personalidad de Plunkett pueda escribir “normal”, quiero decir que en su escritura abundarían los pasajes incomprensibles, de extraña ortografía y sintaxis, que emplearía un código propio e incluso una florida caligrafía esquizoide (que hubiera estado bien incluir). Desde luego que el texto hubiera perdido en cuanto a claridad, pero sin duda hubiera ganado en verosimilitud y fuerza.

Con todo, la novela posee un grado de absorbencia bastante considerable y está repleta de todos esos giros que nos resultan tan familiares en el Black Style. Un poné: “Borchard masticaba y se reía a la vez, la hazaña más compleja que era capaz de hacer.” Porque en efecto, en la galería de personajes que desfilan por las páginas no falta el poli gordo y sudoroso, el poco avisado autoestopista, la candorosa adolescente de esas que no hay manera que la inviten al baile de graduación en el gimnasio, etc. Eso sí, es muy interesante la colaboración como estrella invitada del viejo Charlie (Manson) y las chavalitas de La Familia: ¡¡¡Helter Skelter!!!

Finalmente, las consideraciones del inspector Dusenberry sobre la persistencia del mal y su extensión por parte de individuos como Plunkett incluso estando ya enchironados, desembocarán en un acabóse que por supuesto me abstengo de anunciar porque seguro que tras leer esta reseña serán cientos y cientos los lectores los que correrán a hacerse con un ejemplar de “El asesino de la carretera”, novela a la que califico con un 6 sobre 10 en esta época de exámenes.






martes, septiembre 01, 2009

"Mis Melenudos, 3"



"HELTER SKELTER"

La versión definitiva que apareció en el Álbum Blanco de Helter Skelter, se grabó el 9 de septiembre de 1968 tras desechar por comprensibles razones de espacio la primigenia de más de 27 minutos de duración interpretada durante una yamsesion que imaginamos felicísima y de la que quedó registrado el famoso gritoqueja final de Ringo: “I’ve got blisters on my fingers!!” Pobrecillo.

La composición tantas veces versionada luego de McCartney tuvo su origen en la crítica a un tema de los Who (“I can see for miles”) y sus deseos de explorar otros sonidos. El resultado final —Macca no había escuchado el tema— resultó de tal potencia que muchos no han dudado en calificarlo como primer hito del heavy más metal. Pero si por algo se hizo célebre la canción fue porque su título apareció escrito en las paredes de la mansión del director de cine Roman Polanski, escenario donde los miembros de La Familia de Charles Manson asesinaron a los invitados a una fiesta, entre ellos a la propia anfitriona, la embarazada esposa del director, Sharon Tate. La pintada mural se realizó con la sangre de las víctimas para anunciar lo que según Manson se aproximaba, una hecatombe de origen racial, un Helter Skelter apocalíptico. Vamos, cosas de pirados.

En realidad Helter Skelter designa a esos toboganes gigantes que se plantan en las ferias junto a otras atracciones y donde la clientela se desliza por su vertiginosa espiral sentados en un trozo de costrosa moqueta. ¡De moqueta o de cintasol guarrindongo! Otrosí, la expresión también podría ser equivalente a desorden, desbandada, follón… Como no podía ser menos, en el ámbito hispano llegó a presentarse como “A troche y moche” (sic) y hasta como “Ni crudo ni cocido” (¡lo juro!), que es como aparecía en la pegatina circular del disco original dentro de una risible tradición adaptadora. A ver si cualquier día de estos me encargo de presentar las versiones que hacía un tal Córcega de las letras de los Beatles en castellano. Carcajeo garantizado.

En el costroso vertido que presento a continuación he preferido dejar tal cual el título original. El Tubo que lo acompaña http://www.youtube.com/watch?v=aMfkVGCU_BA
se apoya en imágenes que nada tienen que ver con el tema pues son trozos de la filmación de la peli Let it be. Pero es lo que hay, así que ni caso. Arriba los altavoces y aguanten hasta el quejío final después de la paradiña.


“HELTER SKELTER”

Cuando llego abajo vuelvo a lo más alto del tobogán,
Allí me detengo, doy la vuelta y me deslizo de nuevo
Hasta que llego abajo y te veo otra vez.

¿De verdad que no quieres que te ame?
Me deslizo a toda velocidad pero estoy a kilómetros de ti.
Dime, dime, vamos, dime la respuesta.
Puede que sepas amar pero no sabes bailar.

Helter skelter, helter skelter…

¿De verdad que no vas a querer que te lo haga?
Me deslizo a toda velocidad pero no dejes que te destroce.
Dime, dime, vamos, dime la respuesta.
Puede que sepas amar pero no sabes bailar.

¡Cuidado! Helter skelter, helter skelter…
Cuidado porque aquí viene ella

Cuando llego abajo vuelvo a lo más alto del tobogán,
Allí me detengo, doy la vuelta y me deslizo de nuevo
Hasta que llego abajo y te veo otra vez.

¿De verdad que no vas a querer que te lo haga?
Me deslizo a toda velocidad pero no dejes que te destroce.
Dime, dime, vamos, dime la respuesta.
Puede que sepas amar pero no sabes bailar.

¡Cuidado! Helter skelter, helter skelter…
Baja muy rápido.
Sí, es ella.
Sí, es ella…

(¡Tengo ampollas en los dedos!)