lunes, agosto 31, 2009

"Bombones"




La recepción organizada por la Embajada de Filipinas en varios salones del Hotel Plaza fue un éxito, tanto por el nutrido número y calidad de los asistentes como porque al final de la velada, en un aparte que fue más un arrinconamiento, la princesa Losange de Rochè me invitó a subir a la suite que había alquilado en el mismo hotel. Previamente, fui advertido por otros compañeros del carácter audaz de esta mujer que no consentía trabas a unos caprichos carnales que por extravagantes y frecuentes la acercaban a una moderna Mesalina.

Finalizado el ágape y el espectáculo de unas danzas tribales ejecutadas por auténticos indígenas de las junglas de Mindanao, todo el personal de servicio —camareros y camareras, azafatas, chefs y pinches— nos dimos cita en las cocinas para, lo que en mal lenguaje se llama, repartirnos las sobras. Con un poco de suerte en esta clase de eventos, puedes llevarte a casa un par de langostas o media libra de caviar Gold Pearl, pero en aquella ocasión, y siendo tan cercana la hora que fijó la princesa para franquearme su habitación, decidí quedarme tan sólo con una caja de bombones, los mismos bombones que envueltos en papel refulgente parecían esferas de oro y que pocas horas antes, yo mismo había paseado sobre una bandeja de plata, sorteando invitados que no advertían el cono perfecto que premió otra mujer, la esposa del embajador, con un guiño que sospeché lleno de lujuria. Hay días de verdadera suerte, días en que salimos a pescar y la caña se nos convierte en el más inútil de los trastos. Algo parecido ocurrió con la caja de bombones, pues su misión galante quedó en nada en tanto la princesa Losange de Rochè me ofreció su desnuda espalda desde el breve asiento de una peinadora. Al acercarme a ella, levantó su pelo dejando a la vista el broche de un soberbio collar de platino y zafiros que componía toda su vestimenta.

—Pog favog, Mon Chèrie... — fue cuanto dijo.

Nunca antes había visto nada tan bello. El collar... porque la princesa era de una fealdad cercana a lo simiesco aunque insuficiente como para hacerme desistir de amar mi trabajo. Desabroché la joya como preludio a lo que profesionalmente me debía, o sea, hacer aullar a aquella chimpancé durante varias horas, actividad que encontré sorprendentemente fácil, casi tanto como quebrar el débil tallo de su cuello, operación con la que di fin a la noche y principio a una evasión de semanas.

Me detuvieron cuando el expreso paró en Daytona. Nunca hay que fiarse de los cocineros y de sus envidias cuando alguien se adelanta y se lleva una caja de bombones. El inspector de policía que caminó por el pasillo del vagón no tuvo problema en reconocerme, solicitar mi maletín, desenvolver los bombones y comprobar que su relleno, en vez de crema de cacao, estaba formado por zafiros. Respondió a mi sonrisa con otra pero le perdió el orgullo pues mientras deletreaba su nombre con los ojos cerrados por el placer, tuve tiempo de saltar por la ventanilla. Tras de mí quedó el pequeño eco de su voz mezclado con el fragor de la locomotora:

—Inspector Ferrero, Matt Ferrero.


Sap.
es.humanidades.literatura

lunes, agosto 10, 2009

"Carta a mi mujer" Francisco Umbral


Por higiene literaria vuelvo de vez en cuando a Umbral y a su prosa brillante que parece hecha para degustarse en voz alta (confieso que algunas veces lo hago con placenteros resultados, pero en soledad, como un padecimiento contrario de almorranas.) En esta ocasión le ha tocado el turno a Carta a mi mujer, libro póstumo del madrileño en cuanto a su publicación (2008) pero no en cuanto a su escritura ya que el texto estaba terminado en 1985/86. Su mujer, María España, lo estaba pasando al ordenador cuando a Umbral le sobrevino el último y definitivo jamacuco. Cuál fuera la causa que lo llevara a retrasar tanto su publicación ni se sabe ni importa en todo caso, que lo mismo podía ser amoroso regalo que bala final en la recámara de libro/epístola/pistola para sacar unos cuartos y hacer más llevadera la vejez de la señora.

Se dice de este libro que podría completar una especie de trilogía lírica junto a Mortal y rosa y El hijo de Greta Garbo. No lo sé ya que no he leído el segundo título, pero sí puedo decir que el lenguaje empleado en esta Carta… es muy parecido al que utilizó en su célebre elegía. En muchos momentos, pura prosa poética. Prosa poética pero alejada de toda sensiblería, antes bien, prosa poética llena de arañazos, de brochazos negros, de bragas —Umbral era un fetichista braguista— y con poemas, a veces descarnados, como islas. El resultado es bellísimo.

Desde luego, Carta a mi mujer no es una crónica matrimonial, ni siquiera trata de lo que parece tratar, un jardín, unas fiestas, unas tipas, unos gatos, un citroen GS (lo escribe así, citroen GS), sino tal vez se trate de un compendio conclusivo sobre la madurez —el amor maduro, la mujer madura— la muerte y la vida como un oleaje disperso, asimétrico, tratado con un lirismo muy valleinclanesco que va desde darle por culo a la señora que al llanto de los sauces o a incluir por dos veces en el texto el adjetivo inconsútil. Tiene tela.

Es muy evidente también, o al menos a mí me resulta evidente en parcos ejemplillos, lo juanrramoniano: “El agua es la forma más pura y leve del presente”, “Pero veo, admirado, cómo el presente va tras de tus sandalias, como un alegre perro de oro”… Lo baudelariano: “porque redactar es todo lo contrario de escribir”, “Contra lo que dicen las religiones, la edad (la muerte) no nos va acercando al cielo, sino distanciándonos de él para siempre.”… Lo greguerizante:… “Imposible calcular la edad de una mujer en bicicleta.”, “El anís huele a infancia feliz y novia de pueblo.” Y todo así, en este plan, como él mismo diría.

Al final, digo, Carta a mi mujer emociona y no veas cómo. Pero mejor que yo lo dice el prologuista, su amigo, el poeta Pere Gimferrer:

“Un estilista puede impresionar, pero sólo un escritor es capaz de conmovernos, y, en grado comparable al de los momentos expresivos más altos de su autor. “Carta a mi mujer” nos conmueve, porque en estas páginas hoy al fin restituidas se halla de cabo a rabo, de la primera línea a la última, lo que más auténticamente define a quien las escribió, y su belleza no es sólo estilística, sino que tiene también la desvalida grandeza impávida de la dignidad y la veracidad.”

domingo, agosto 09, 2009

Movilgrafías: Azulejo filantrópico


Todavía quedan en algunos puntos de la ciudad azulejos como este, azulejos que fueron destinados a aleccionar a los niños decimonónicos contra sus prácticas devastadoras, desconocedores las criaturas de las actuales normativas conservacionistas y ecológicas. Azulejos redactados en la hermosa y fraterna prosa krausista de la Institución Libre de Enseñanza y de la que parece ser autor el propio don Pantuflo Zapatilla, padre de los hermanos Zipi y Zape:


"Isleta de los pájaros"


Las aves y los pájaros constituyen un motivo de
recreo para los espíritus sensibles y cultivados.
Quienes no saben amarlos y convivir con ellos,
se hacen acreedores al más duro reproche.
Son criaturas que reclaman buen trato y atención.
Su custodia debe estar a tu cargo al convertirte en su
protector, denunciando cualquier atentado contra ellos.


viernes, agosto 07, 2009

El árbol


Lo llamábamos el Árbol de los Muertos porque conforme crecía, arraigando profundamente en el suelo y extendiéndose en el paisaje cada año, algunas de las más gruesas ramas iban siendo elegidas por personas deseosas de poner fin a sus vidas por el expeditivo método del ahorcamiento.

Dirán entonces que el nombre adecuado para tal árbol no sería el de los Muertos sino el de los Ahorcados, pero comprenderán lo correcto del mote cuando añada que contra su duro tronco se estrellaron también automóviles y motocicletas, produciendo entre sus conductores y ocupantes el fallecimiento inmediato y sin excepción. El Árbol de los Muertos nunca dejaba heridos. Hasta un ciclista se reventó la cabeza a resultas del choque tremendo cuando a su bicicleta se le rompieron los cables de los frenos.

Llegó un momento en que el grupito que formábamos mis amigos y yo encontró entretenido el sentarnos en la cima de un breve montículo situado a unos veinte metros del árbol. Desde allí contemplábamos en directo y a nuestro antojo los suicidios y accidentes continuos. Fumábamos cigarrillos y si no había suerte hacíamos concursos de meadas y de pajas. Pero al menos una vez por semana se nos presentaba alguna desgracia.

Al principio impresionaban. Sobre todo el ver cómo tras el impacto, un coche se convertía en un amasijo de metales y plásticos que se volvían dientes feroces. Como si los pasajeros murieran a dentelladas. Pero con el tiempo nos acostumbramos al espectáculo y al final acabamos aburriéndonos. De todo se aburre uno.

Así ocurrió la tarde en que vimos acercarse al árbol a Rafael el de los Bichos, el panadero del que muchos se burlaban a causa de los continuos engaños de su mujer con otros hombres. El tío nos saludó con la mano y seguidamente se subió a la misma rama donde tres días antes se colgó Esperancita Luna. De un morral sacó una soga de esparto. Anudó uno de los extremos a la rama y el otro, hecho un lazo, se lo pasó por el cuello. Pudimos ver que era un nudo como los de las pelis del oeste. Lo traía ya hecho de casa. Luego saltó al vacío y se le cayó la gorra. Para mí que nos miraba sonriendo durante toda la preparación y que no perdió la sonrisa en su breve descenso.

Cuando lo vimos pendulear en silencio, con la lengua fuera y la cara congestionada (el Zito dijo que tenía cara de estar cagando), nos levantamos de nuestra privilegiada atalaya, nos sacudimos los fondillos de los pantalones de la tierra adherida y alguien dijo de ir a lo de Manolo a echar unas partidas al futbolín. En aquella ocasión no nos acercamos al ahorcado. Ni siquiera le registramos los bolsillos. Comprendí en aquel momento que nuestros días como espectadores habían llegado a su fin. También fuimos víctimas. Del tedio, pero víctimas.

© Sap.
es.humanidades.literatura


miércoles, agosto 05, 2009

"El catolicismo explicado a las ovejas" Juan Eslava Galán


El prolífico polígrafo polimorfo Juan Eslava Galán demuestra con su último trabajo “El catolicismo explicado a las ovejas” que estos tiempos nefastos donde la especie humana se ha abandonado a la molicie, a adorar al oro del becerro, a fisgonear en la perniciosa Internet, a engolfarse con el fútbol y los programas del corazón, e incluso, ¡ay!, los que pueden, se han entregado al fornicio desmedido y sin tasa, son campo abonado para que individuos como él entren a saco en el panorama editorial con la aviesa intención, no sólo de poner en duda los cimientos del Sacratísimo Edificio que la Santa Madre Iglesia ha ido construyendo durante milenios sino sumarse a esa chusma de desalmados que provistos de barrenas, taladros, berbiquíes y otros ingenios perforantes, tratan de horadar la nave de San Pedro para echarla a pique, siendo su sobresaliente ataque más pernicioso que los de otros destacados enemigos de la fe, ya que lo realiza de manera taimada e incluso convincente para el poco avisado, esto es, disfrazado con una piel de oveja sobre sus lomos de terrible lobo. Con esta burda engañifa y haciendo creer a los crédulos, digoooo, a los creyentes, que su posición moral es solidaria con el aprisco celestial, engarza uno tras otro, párrafos de tal irreverencia que uno sólo de los renglones que lo componen hubieran bastado para conducirlo a la hoguera en otros siglos donde imperaban la decencia y el temor de Dios.

A lo largo de sus 500 páginas —que incluyen aberrantes ilustraciones—, este sujeto, que sin duda debe estar pagado por Al Qaeda o por el lobby judío norteamericano o por el oro de Moscú, que algo de calderilla habrá quedado, o por los tres a la vez, que no hay más que ver las barbazas levíticas que gasta el mozo (¡y qué digo levíticas! ¡deuteronómicas!) para darse cuenta que sabe poner el cazo sin mirar quién aplica el soborno; este sujeto, vuelvo a decir, se pasea por la historia de nuestra verdadera fe como Pedro (no el de las llaves sino el otro) por su casa intentando demostrar que millones de habitantes del planeta están equivocados, enfangados como se encuentran en la enorme falacia, la patraña inmensa, el más grande cuento de vieja jamás contado, con que les han engañado unos negociantes embaucadores que a lo largo de los últimos veintiún siglos según él, aparte de vender humo, han mezclado en tal gazpacho espiritual las religiones sincréticas mediterráneas, los ritos mistéricos, los hechos nimios convertidos en mito, el toletole de reliquias, milagros, apariciones, estampitas y santos lugares, y situándose con chulería al lado de ese turista que contaba el gran Gila, que visitando el Vaticano exclamó: “¡Y empezaron con un pesebre!” Y es que para mayor inri, y nunca mejor traída la expresión, el tío lo hace sin ahorrar humorismo y abierto sarcasmo en un despliegue de poca vergüenza tan desaforada como insistente. Por todo ello nos cuesta creer que para realizar este gordo libelo haya manejado una bibliografía de ¡ciento treinta y siete entradas!, pero que suponemos todas más falsas que los milagros de Mahoma, al igual que los numerosos apéndices que los epígonos de este individuo han calificado de sabrosísimos. ¡Pero si es que incluso el tío ha tenido la desfachatez de derivar los emolumentos que por derechos de autor le correspondan por sus morcillas evangélicas a la Conferencia Episcopal!

Por todo ello, y siempre que consideremos al lector como persona formada y de bien cimentada fe, aconsejo vivamente la lectura de este volumen, “El catolicismo explicado a las ovejas”, no sólo para demostrar cuán burdos e infructuosos llegan a ser los argumentos de este ateazo hijo de Satán para echar abajo lo que muchos llaman invención de Pablo de Tarso, sino para salir más edificados si cabe tras la experiencia, sustitutoria en muchos casos de un cilicio en el muslamen. Y es que estamos seguros que el hijo del carpintero, cuando suceda la parusía y felicite vivamente a la Curia Romana después de girar gozosa visita por el Estado Vaticano, sacará de su inconsútil y tosca túnica el látigo con que expulsó a los mercaderes del templo para zurrarle bien zurrada la badana a este Eslava Galán de los infiernos.

martes, agosto 04, 2009

"Mis Melenudos, 2"




"HEY, BULLDOG"

Para esta semana he elegido una canción potente, el “Hey, Bulldog” que compuso John Lennon y que grabaron los Beatles en febrero de 1968 una vez finalizado el vídeo promocional de “Lady Madonna”, constatándose una vez más que los Melenudos eran unos trabajadores incansables que aprovechaban el mínimo momento para ir dando forma a sus ideas.

“Hey, Bulldog” se incluyó en el L.P. “Yellow Submarine” con ese carácter de relleno que parecían tener los temas inéditos que compusieron la banda sonora de la magnífica película de dibujos animados. A pesar de todo, la secuencia animada correspondiente a esta canción no se incluyó hasta la remasterización y comercialización del film en 1999.

Tal vez porque su gestación transcurriera a la sombra de la macartiana “Lady Madonna”, el piano —que en esta ocasión interpreta el propio Lennon— sigue presente y en forma de un riff curioso por lo poco habitual en el grupo. La letra de la canción una vez más, parte del nonesense que se adecuaba a los tiempos musicales y que iba transformándose y afinándose a medida que transcurrían las tomas, dejando en muchos casos partes enteras en su estado primitivo. De hecho, su título, “Hey, Bulldog” se origina de los ladridos de Macca al final, pues si el muchacho en vez de ladrar se pone a hacer pío-pío, lo mismo la canción se hubiera titulado “Hey, Chicken”. Da igual. Lo importante no son sus ladridos sino el potente bajo con que acompaña a las brillantes guitarras y al riff pianístico.

Para la ocasión, enlazo a la secuencia antes aludida por su condición de cuasi rareza:
http://www.youtube.com/watch?v=G_fSLuWwS2c
Y como siempre, os ruego generosidad con el volumen de los altavoces.
La traducción de la letra es mía y, por lo tanto, se admiten sugerencias:

“EH, BULLDOG”

Un perro pastor bajo la lluvia
Una rana toro haciéndolo de nuevo
Una clase de felicidad que se mide en kilómetros
¿Qué te hace pensar
que eres alguien especial
cuando sonríes?
Nadie entiende la inocencia infantil
Una navaja en tus manos sudorosas
Una clase de ingenuidad que se mide en años
No sabes que es como escuchar tus miedos

Puedes hablarme
Puedes hablarme
Puedes hablarme
Si estás solo
Puedes hablarme

Un hombretón se pasea por el parque
Una tienda india temerosa de la oscuridad
Una clase de soledad que se mide contigo
Crees que me conoces
Pero no tienes ni idea.

Puedes hablarme
Puedes hablarme
Puedes hablarme
Si estás solo
Puedes hablarme

Eh, bulldog…