miércoles, diciembre 30, 2009

2009. Resumen del año lector.


A ver quién tiene repes...

1. “MASARU EN EL OLIVAR” Juan Eslava Galán
2. “EN BUSCA DE UNA PATRIA” Penelope Lively
3. “EL VIAJE DEL ELEFANTE” José Saramago
4. “REY LOBO” Juan Eslava Galán
5. “LA VIDA NO VALE NADA” vv. aa.
6. (*)“LUCES DE BOHEMIA” Valle-Inclán
7. “LA CUARENTENA” J. M. G. Le Clézio
8. “LA VELOCIDAD DE LA LUZ” Javier Cercas
9. “LO QUE SÉ DE LOS VAMPIROS” Francisco Casavella
10. “OTRA VEZ DOMINGO” Francisco García Pavón
11. “ESTUDIO EN ESCARLATA” Arthur Conan Doyle
12. “DESPIERTA Y LEE” Fernando Savater
13. “COMETAS EN EL CIELO” Khaled Hosseini
14. “SEVILLA INSÓLITA” Francisco Morales Padrón
15. “GERMINAL” Emile Zola
16. “¿Y CÓMO ERAN LAS LIGAS DE MADAME BOVARY?” Fco. Umbral
17. “LA AMANTE DE BOLZANO” Sándor Márai
18. “LA INFANCIA RECUPERADA” Fernando Savater
19. “EL LECTOR” Bernhard Schlink
20. “CUENTOS FANTÁSTICOS” E. T. A. Hoffmann
21. “DIVERTIMENTO 1889” Guido Morselli
22. “FANTASÍA, 1” vv. aa.
23. “GOMORRA” Roberto Saviano
24. “LA CIENCIA DE LEONARDO” Fritjof Capra
25. “FABULOSAS NARRACIONES POR HISTORIAS” Antonio Orejudo
26. (*)“ERAN LOS DÍAS LARGOS” José Asenjo Sedano
27. “VENGA A NOSOTROS TU REINO” Javier Reverte
28. “SÓLO UN MUERTO MÁS” Ramiro Pinilla
29. “EL CATOLICISMO EXPLICADO A LAS OVEJAS” Juan Eslava Galán
30. “CARTA A MI MUJER” Francisco Umbral
31. “EL SOCIALISTA SENTIMENTAL” Francisco Umbral
32. “EL ASESINO DE LA CARRETERA” James Ellroy
33. “LA NAVE DE LOS LOCOS” Pío Baroja
34. “LA HERMANA” Sándor Márai
35. “ESTO, LO OTRO Y LO DE MÁS ALLÁ” Julio Camba
36. “INSTIT. Y SOCIEDAD EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS” A. D. Ortíz
37. “SÓLO SE MUEREN LOS TONTOS” Álvaro de Laiglesia
38. “ÁCIDO SULFÚRICO” Amélie Nothom
39. “VIAJE EN AUTOBÚS” Josep Pla
40. “UN ARMARIO LLENO DE SOMBRA” Antonio Gamoneda
41. “EL TIEMPO DE LOS TRENES” Fernando Fernán-Gómez
42. “LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES” Stieg Larsson
43. “LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS” Paolo Giordano
44. “SI ESTO ES UN HOMBRE” Primo Levi
45. “LOS REBELDES” Sándor Márai
46. “GENTE DEL 98 – ARTE, CINE Y AMETRALLADORA” Ricardo Baroja
47. “EL JARDÍN DE LAS DELICIAS” Francisco Ayala
48. “LA DUDOSA LUZ DEL DÍA” Fernando Arrabal
49. “HISTORIA DE MACACOS” Francisco Ayala
50. (*)“HISTORIA DE UN RECLUTA DE 1813” Erckmann-Chatrian
51. “VIAJES CON CHARLEY (EN BUSCA DE EE. UU.)” John Steinbeck
52. “A MERCED DEL VIENTO” Patricia Highsmith
53. “LA TREGUA” Primo Levi
54. “UNA PARTIDA DE AJEDREZ” Stefan Zweig
55. “LAS CIUDADES INVISIBLES” Italo Calvino
56. “SABER PERDER” David Trueba

(*) Relectura

lunes, diciembre 28, 2009

Maravillas del Mundo, 5


"Variaciones en la dieta"

Consignadas ya aquellas hambrunas que a partir de 2086 asolaron todos los Sectores Ibéricos y que llevaron a la población a devorar sus mascotas, incluidos perros, hámsters y periquitos (véase Maravillas del Mundo, 3 del pasado mes de julio), abundaremos en un elemento que ayudó a paliar los sufrimientos de la privación haciendo la dieta un poco más abundante y variada. Aludimos al champiñón.

En efecto, en cuanto algunos avispados apreciaron la facilidad del cultivo de este hongo y lo comercializaron junto con los accesorios para tal industria, el éxito fue instantáneo. Se desató entonces una verdadera fiebre por su cría y para ello se habilitaron todos los espacios imaginables. En los domicilios particulares hasta los bajos de las camas fueron desalojados de cajas de zapatos, arcones con mantas y aparatos de hacer gimnasia para ubicar bandejas con tierra vegetal y aprovechar así tan beneficiosa oscuridad. También fue muy apreciada la humedad de los cuartos de baño, por lo que hasta los más inaccesibles rincones, tal esa terra incognita y molestísima que hay detrás del wc o del bidé, se ataluzó de humus donde en pocos días y sin cuidados aparentes, afloraban los ejemplares de champiñón en tan silencioso como delicioso burbujeo.

Con todo ello podía la necesidad perentoria de variar la dieta, por lo que fue tanta la afición despertada, que los propietarios de apartamentos en la playa y de adosados en la sierra no dudaron en permutar sus inmuebles por lúgubres sótanos que chorreaban humedad pero que producían quintales de hongos a velocidad pasmosa. Fue así que en el apogeo de esta fiebre micológica y por poner un solo ejemplo, al señor Rufino Yang, vecino de Nova Gades 27, le hizo multimillonario la venta de tres plazas de garaje que poseía en el subterráneo más hediondo de su ciudad, cada una de las cuales llegó a reportar diez kuadrakas diarias del mejor champiñón.

Pero como todo, al éxito fulgurante sucedió una decadencia tan sombría como la propia naturaleza del hongo. Tras el par de años en que el champiñón se constituyó en única guarnición para la carne de perro y las carpas de las charcas, cuando no en alimento exclusivo de los más desfavorecidos, el gobierno de Armenia Norte y hasta el mismo emperador de Río de la Plata, inundaron nuestro Sector a partir de febrero de 2088 del artículo que finalmente dio al traste con los champiñones. Nos referimos (lo recordarán todos) al luego despreciado cangrejo de río.

miércoles, diciembre 23, 2009

"Los rebeldes" Sándor Márai


En momentos reseñeantes como éste, en que me entra al copo una novela de Sándor Márai de tan especiales características, me gustaría convertirme en el amigo Coppelius (*) y redactar una reseña tal como esta obra merece (y necesita de sus conocimientos). Ante la imposibilidad del caso opto por servirla a pildorazos, técnica que posee para todos la ventaja de ser ligera de leer y, más todavía para servidor, de redactar.

—"Los rebeldes". Novela de 1930, remozada en 1988. Un año antes de su suicidio. El autor consideraba su obra magna los volúmenes dedicados a la dinastía de los Garren: "Los rebeldes", "Los celosos", "Los ofendidos".

—Un grupo de amigos, señoritos casi todos de la haute bourgeoisie de una ciudad húngara, acaban el bachillerato. Son Ábel, Béla, Tibor, Ernö, Lajos. En cuestión de semanas serán llamados a filas. En Europa se desarrolla la Gran Guerra. Incluiré como Berlanga, las palabras: Imperio austrohúngaro.

—Hay la descripción de un mundo oscuro, sucio, depravado, soterrada en toda la narración. Es el "mundo exterior" que han fabricado los adultos, sus odiados enemigos, sus mezquinos y falsos enemigos. En su círculo sólo dejarán entrar a un adulto, al decadente actor Amadé Volpay. (Mal hecho, muchachos.)

—La pronta pérdida que se les avecina del paraíso infantil, de la edad de la inocencia, los impulsa a seguir jugando. A acumular objetos inútiles en el almacén de una posada, a aprender de memoria párrafos en sueco, a encargar ropa estrafalaria: fracs de lona forrados de raso amarillo, por ejemplo. "Perseguir el fin en sí mismo" es la diversión.

—Juegos literarios. Escribir historias que empiecen forzosamente con la frase: "Esta tarde, cuando pasaba por delante del teatro, me encontré con un cardenal." Improvisan escenas teatrales que pueden llegar al paroxismo. Fuman, beben, roban, empeñan, frecuentan los cafés, son diletantes, pero a pesar de todo, temerosos del sexo. La presencia femenina en la novela es mínima.

—Ante la ausencia de padres, tíos y hermanos mayores, realizan su propio aprendizaje de la vida, libres del control familiar. Luego aparece el actor citado, el que precipitará fatalmente los acontecimientos. Las escenas en el teatro son sobrecogedoras, la guerra, en cambio, es un fragor muy lejano.

—Otro mundo aparte, sensato, es el de las mujeres: "Los hombres hacen la guerra para desertar del hogar y liberarse de las obligaciones y la necesidad de ganarse el pan."

—La sombra de Kafka la creo detectar en todo lo leído hasta ahora de Márai. Aquí el actor, el prestamista Havas, el gran personaje. Visualmente parece cine expresionista de Murnau. El Orson Welles que llevó al cine "El proceso" hubiera hecho una buena adaptación.

—Márai va entregando información al lector poco a poco, como si fuera soltando hilo a una cometa que finalmente se levanta y alza el vuelo, dando razón de ser a su forma y elementos que la componen. La causa de una carta en el bolsillo, de unas palabras, se van revelando a lo largo de los capítulos, encajando todo como una labor de punto de cruz. Maestría absoluta del bordado, dominio total de los recursos.

(Después de esta novela magnífica, vino el pinchazo en hueso que ha representado mi primer Coetzee "En medio de ninguna parte", insoportable un texto como éste, hiperelaborado y de un rebuscado vocabulario donde no falta el badulaque y el añublo. Abandoné en la página 80.)
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(*) Coppelius mantiene el blog del silente Signor Formica:
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lunes, diciembre 21, 2009

Movilgrafías: Necesidades


Los munícipes del pueblo, siempre abnegados en su diaria labor, siempre atentos al bien social, habilitaron este edificio para remediar los apretones que tanto de aguas menores como mayores, asaltan al viandante en los momentos más intempestivos. Lo que llama la atención, lo que singulariza al establecimiento es el bello título en azulejo al que se acoge: “Kiosco de Necesidad”. Título que lejos del vulgar “Servicios públicos” o del sintético e impersonal “WC”, parece indicar que allí dentro, aparte de remediar la más insoslayable necesidad por antonomasia, se facilita al usuario, por lo de kiosco, un periódico, revista o tebeo para amenizarle la evacuación.

El concepto nos acerca al Quevedo del dorado siglo donde, efectivamente, los retretes colectivos eran conocidos como “las necesarias”. Así lo preguntaba su Buscón:

“Diome gana de descomer aunque no había comido, digo, de proveerme, y pregunté por las necesarias a un antiguo […]”

Por todo ello, por tan ilustres ecos y esforzado trabajo, solicito el público reconocimiento para estos concejales instruidos y bien hablados.

viernes, diciembre 18, 2009

Boligrafia 2


En medio de la conversación telefónica mantenida ayer con mi amigo M., en la que me notificaba el fallecimiento de su padre y me indicaba el número y situación de la correspondiente sala en el tanatorio, surgió esta boligrafía donde campea, solitario y abierto hasta el espanto, un ojo.

Lo que no se nos revela es si la boligrafía representa nuestra mirada perpleja ante la muerte, o por el contrario, es éste el propio Ojo de la Muerte, el que nos escruta y nos pone sobre aviso de sus turnos inexcusables.

miércoles, diciembre 16, 2009

Ritual de la tostada

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Si la ceremonia del té se desarrolla por las tardes, el ritual de la tostada pertenece a la mañana. Su prolija liturgia se despliega, claro está, en el bar, durante el desayuno, llegando a concitar el interés tangencial de muchos parroquianos, quiero decir, que son muchas las miradas de reojo que observan con disimulo mis manipulaciones. A continuación, y con abundante apoyo gráfico, trataré de explicar las distintas fases de que se compone el proceso.


Por supuesto todo comienza por el estado primigenio, esto es, la presentación en el plato de la media tostada (pan integral) que corresponde a la imagen nº1. El resto de fases siguen de esta manera:
2) Aplastamiento de la tostada con la mano izquierda, ejerciendo presión de abajo arriba y en sentido longitudinal.
3) Trinchamiento de la misma aunque tomando la precaución de que los distintos cortes no sean completos para facilitar así la ejecución de la fase…
4) Retirada de la servilleta de papel sobre la que descansa el pan. Esta operación debe efectuarse para evitar que la misma se empapuche de aceite, circunstancia definitivamente molesta.
5) Generoso baño de aceite de oliva virgen extra de origen, según informa la camarera, estepeño.
Finalmente, proporciono al curioso la vista nº 6, estado penúltimo de la tostada antes de ser consumida por completo. Aclaro que las porciones se mojan en café de manera alterna a modo de deshoje de margarita, o sea, tira sí, tira no; aunque esto sólo ocurre los lunes, miércoles y viernes.

A la vista de la liturgia, personas de orden me han llegado a parar en la calle y tras desombrerarse y estrecharme con efusividad la mano, me declaran:
—Señor Sap., debo confesarle que me hice cliente de este bar por el sólo hecho de contemplarle como oferente de la disciplinada operación a que somete su diaria tostada.
Ante confidencias así, un prurito de orgullo me esponja. Y es que si no fuera por estos pequeños detalles, por la sonrisa de un niño, por el olor a tierra mojada… ¿sería vivible la vida, pregunto?
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lunes, diciembre 14, 2009

Pasatiempo

Siguiendo las pautas del clásico juego de los 7 errores, proponemos en esta ocasión la modalidad contraria, o lo que es lo mismo, la que trata de que una vez provisto Ud. de lápiz o bolígrafo, encuentre las 0 (cero) diferencias entre las imágenes expuestas.

viernes, diciembre 11, 2009

Maravillas del Mundo, 4



"Un éxito del futuro"

Cualquier artilugio capacitado para escribir nunca es inocente, así lo dejó dicho Muñoz Benavides. Un lápiz, una estilográfica, una simple tiza, ya contienen el germen del desorden y la revuelta. Ni que decir tiene que si además el artilugio en cuestión toma forma de bolígrafo y alberga en su interior una navaja, la inocencia, por mucho que se empeñe el publicista, es a todas luces inviable, un eslogan, un truco de márquetin.

Pero fuera de estas consideraciones, el éxito de este bolígrafo-navaja como objeto de regalo en las Navidades de 2035 fue clamoroso, aunque culpable posteriormente de haber aumentado el índice de criminalidad de nuestra amada patria en un 300% (datos de la Policía de Gestión Ciudadana). Un simple ejemplo resulta esclarecedor. Si en Nova Toledo, la ciudad más populosa del Sector 4 Manchego, se produjeron 26 apuñalamientos en 2034, un año más tarde, esto es, el de la aparición en la venta por catálogo del celebrado bolígrafo-navaja, el número de asesinatos se elevó a casi 8.000, siendo especialmente llamativo que las muertes por heridas inciso-punzantes se produjeran mayormente entre estudiantes y empleados de banca.

Al éxito de ventas ayudó por supuesto el audaz diseño del artefacto y como no, el asequible precio, 775 neokópecs, que muchos padres consideraron al alcance de sus bolsillos, haciendo frente a los onerosos precios de las bicicletas. Los adolescentes así agasajados se mostraron contentos con sus progenitores, atenuando su natural rebeldía durante unos meses y suavizando el nivel de sus comportamientos tiránicos para con sus mayores. Mantenerlos felices pagando el costo de los delitos, mereció sin duda la pena. Buen año aquél de 2035.

© Sap.
es.humanidades.literatura

miércoles, diciembre 09, 2009

Experimentos con la suerte


He decidido con firmeza que pisar este círculo de madera —en realidad, los restos de un viejo poste eléctrico o telefónico cortado a ras de acerado— me proporcionará buena suerte y protección a lo largo del día y, por el contrario, que si lo eludo al tomar por causa de fuerza mayor otra ruta en mi pedrestre camino laboral, se abatirán sobre mí toda clase de desdichas.

Lo curioso, lo extraordinario, es que nada de esto parece funcionar de forma lógica. Quiero decir, que no noto especial influencia en el devenir diario tanto si piso el círculo como si no lo piso, independientemente además si lo hago con el pie izquierdo o con el pie derecho. Es más, en muchas ocasiones, lances de buena suerte (como puede ser estrenar una tarrina de Tulipán en el desayuno del bar) se presentan cuando tomo un camino alejado del círculo y que en cambio, cuando lo he pisado con convicción, he advertido incordios como pueden ser unas repentinas ganas de mear.

Sospecho, por tanto, que el círculo de madera no ejerce especial influencia en una existencia tan emocionante como la mía, lo que me lleva a considerar no sin horror que su naturaleza no es de amuleto sino de zahír borgiano y que su imagen persistente y perpetua me turbará de por vida.

Sea como fuera, sigo pisando el círculo.

miércoles, diciembre 02, 2009

"Si esto es un hombre" Primo Levi


En 1944, Primo Levi, judío, turinés, químico e inexperto partisano, fue detenido por la milicia fascista, entregado al ejército alemán y posteriormente internado en el Lager (campo de trabajo) de Buna-Monowitz, dependiente del distrito de Auschwitz en Polonia. Allí permaneció diez meses. Fue uno de los 20 supervivientes de su grupo de 650 judíos italianos. Su experiencia la narró en una trilogía de la que "Si esto es un hombre" (1956) es la primera parte. Las otras dos son "La tregua" (1963) y "Los hundidos y los salvados" (1986).

"Si esto es un hombre", aunque publicada como digo en 1956, fue escrita en realidad diez años antes. Posteriormente (1976), la edición se amplió con un compendio de respuestas a las preguntas más frecuentes que dirigieron a Levi los asistentes a sus charlas y conferencias. Esta edición es la que servidor ha leído.

Bien.

Llegados a este punto debo reconocer que el tema me desborda, que me siento incapacitado para reseñar una crónica de estas características. Por lo tanto, solicito la ayuda de los cientos de reportajes, películas, fotografías, entrevistas, etc. etc. que hemos visto y escuchado hasta la saciedad. ¿Los tenemos en mente? Bien, pues esto es lo que cuenta Primo Levi. Quiero decir que en su novela/crónica no vamos a encontrar nada que ya nos sorprenda ni, tal vez, nos apabulle. Su originalidad, a mi juicio, consiste en lo templado de la narración, algo realmente meritorio cuando se está describiendo el infierno de los hombres. De hecho, no atiende a razones bélicas ni políticas, incluso a veces se muestra exculpatorio. Se limita a analizar el comportamiento de nuestra especie cuando se ve desprovista de convencionalismos sociales y el individuo queda reducido al estado de ganado. A Häftling, a hombre-animal.

Todo este proceso será minucioso y pensado hasta el último detalle. Por eso se comprende que aunque, paradójicamente, todo en el Lager (aparte de lleno de eufemismos) es gratuito: la ropa, la comida, la medicación, nada de ello se adquiere con facilidad. Un ejemplo es el del mercado negro de cucharas. Obtener una cuchara cuesta privaciones, turnos de trabajo, raciones de comida; pero hasta que no lo comprendas, comerás como un perro (cuando el campo se liberó había cientos de miles de cucharas almacenadas). Por otro lado, todo se puede robar pero, a la vez, no existe conciencia de robo. Levi, en este caso, divide a los hombres en dos categorías bien distintas: los salvados y los hundidos. Nada más. Otras parejas de contrarios, los buenos y los malos, los sabios y los tontos, los cobardes y los valientes, los desgraciados y los afortunados, son bastante menos definidas, parecen menos congénitas, y sobre todo admiten gradaciones intermedias más numerosas y complejas. En cambio, si sorprende, que en el Lager haya prisioneros felices, perfectamente adaptados. Pese a todo, Levi no cree en la más obvia y fácil deducción, que el hombre es fundamentalmente brutal, egoísta y estúpido, tal y como se comporta cuando toda superestructura civil es eliminada, y es que el Häftling no es más que el hombre sin inhibiciones. De la misma manera, el Lager no es un castigo ya que para los Häftling no se prevé un término, y el Lager no es otra cosa que un género de existencia a ellos asignado, sin límites de tiempo, en el seno del organismo social germánico.

Una anécdota. En el insoportable babel de lenguas, también se escucha el español; pero no por parte de internos españoles, que no había en la Buna, sino por el cohesionado (y temido) grupo de los sefarditas de Salónica. A estos tipos no había quién les chistara.

Tras las amplias dosis de crudeza, señalo algo que me dejó muy mal sabor de boca. En sus respuestas en el epílogo del libro, Primo Levi, llega a mostrar cierta simpatía exculpatoria por el régimen soviético, a suavizar el gulag frente a los campos nazis.
Y para terminar, que ya es hora, copio dos fragmentos de texto que creo podrían aplicarse universalmente en todo tiempo y lugar, algunos bastante cercanos, por cierto:

"La mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber o más; porque quería no saber. En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, quien preguntaba no obtenía respuesta. De esta manera el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice de todo lo que ocurría ante su puerta."

"Hay que desconfiar, pues, de quien trata de convencernos con argumentos distintos de la razón, es decir de los jefes carismáticos: Hemos de ser cautos en delegar en otros nuestro juicio y nuestra voluntad. Puesto que es difícil distinguir los profetas verdaderos de los falsos, es mejor sospechar de todo profeta: es mejor renunciar a la verdad revelada, por mucho que exalten su simplicidad y esplendor, aunque las hallemos cómodas porque se adquieren gratis. Es mejor conformarse con otras verdades más modestas y menos entusiastas, las que se conquistan con mucho trabajo, poco a poco y sin atajos por el estudio, la discusión y el razonamiento, verdades que pueden ser demostradas y verificadas."

Chimpón.

lunes, noviembre 30, 2009

Warts (Verrugas)


Nada hay tan triste como ver llorar a un niño que ha perdido su verruga. (Siempre imagino la escena con la banda sonora de Verano del 42 como fondo). Es un llanto sordo, similar al que emiten los tucanes cuando les roban sus polluelos. ¡Apiadaos de estos niños, por favor!

Aquél fue un niño al que una verruga en la punta de la nariz desgració la infancia. Mil veces la quitaron y mil veces volvió a renacer, como si sus raíces se hundieran en la tierna carne hasta formar una red que ocupara todo el rostro. Inexpugnable a toda clase de específicos, sólo la pericia del doctor Nogales acabó con ella para siempre, pero dejando el estigma de una inclemente cicatriz. ¡Llegó la electricidad!

La pica sobre la nariz electrocutando la excrecencia. Las manos del niño sobre la almohadilla de goma que actuaba como aislante y el olor de la carne quemada. Y el olor de la brillantina del doctor Nogales. Y el olor de la laca de la madre.

Pero antes, las uñas y su labor de zapa. El placer considerable de desmigarla, porque una verruga no es más que una miguita de pan duro (la del niño, unida a la nariz por un corto filamento). Con qué placer le llegaba el sueño entre esa hipnosis de las uñas. En privado.

En público era otra cosa; motivo de chacota o misericordia. Huuy, qué verruguita tan graciosa. Y para colmo, en el programa infantil de la radio el Enano Saltarín también lucía en la punta del narizón una verruga donde se concentraban sus maldades (verruga que posteriormente, era reventada a martillazos por el Hada Buena). ¿Y el fútbol?

Cualquier deporte que se practique con el concurso de un balón es un peligro para el niño verrugoso. Los balones cercenan como cuchillos. Y aquí el patadón de Josemari, la pelota que emprende su raudo vuelo arrastrando en su caída el perfil del niño. El llanto a cuatro patas, palpando el suelo con las manos como quien busca una lentilla. ¿No lo dije antes? Triste espectáculo ver al niño enmoquecido aullando por su pérdida irreparable.

Pero volvió una hermanita a la ceja. Llegó de improviso, como uno de esos familiares que regresan de Australia con los bolsillos agujereados. ¿Otra vez el doctor Nogales y sus chapuzas? ¡No y no y mil veces no! Le aterró el proyecto de la madre para paliar los efectos de la electricidad. Proponía que tras el aseo matutino, rellenase el hueco calvo de la ceja con unos toques de rotulador marrón. Un Carioca reconvertido en Margaret Astor. Todo lo que le quedaba de vida portando un rotulador. Por si acaso.

En dos noches se solucionó la cuestión. Sobre la almohada, un polvillo orgánico. El mismo que aparecía entre sus uñas.

© Sap.
es.humanidades.literatura

viernes, noviembre 27, 2009

Movilgrafías: Decisiones


Me pregunto qué razones —acaso poderosas— llevan a un individuo a tomar la decisión de disfrazarse de canario. Y más en concreto, de canario Piolín, como en este ejemplo de movilgrafía.

Lo que maravilla no es el hecho en sí; acto que puede calificarse de simple gilipollez, sino que el mecanismo de la decisión, esto es, dar una solución o emitir juicio definitivo sobre un asunto, sea EXACTAMENTE IGUAL, tanto para disfrazarse de canario como para determinar la profesión que queremos seguir, elegir un ataúd adecuado, un modelo de pantalón o decidir viajar a Teruel.

miércoles, noviembre 25, 2009

La ceremonia del té


Todas las tardes, de lunes a jueves, tomo una taza de té. Té negro, té verde o té rojo, dispuesto su consumo en determinado orden. El orden que marcan los horarios de verano e invierno.

En efecto, dado que el pasado 25 de octubre dio comienzo al horario invernal, utilizo esta palabra, invierno, para organizar mis ingestas de té. Mejor dicho, utilizo las consonantes de la palabra invierno: N, V, R, N.
Es un viejo truco mnemotécnico.

Es así como queda la tabla adjudicando cada letra al día de la semana:

Lunes, té Negro.
Martes, té Verde.
Miércoles, té Rojo.
Jueves, té Negro.

¿Qué ocurre cuando el horario cambia al de verano? Pues no hay problema en adoptar el mismo ritmo ya que contamos con la ventaja de que las palabras invierno y verano tienen las mismas consonantes, V, R y N. Por lo tanto, a partir del próximo 28 de marzo y aliada de nosotros la casualidad, la tabla, adaptada al verano, quedará así:

Lunes, té Verde.
Martes, té Rojo.
Miércoles, té Negro.
Jueves, té Verde.
En realidad, y así lo admito, el té, en todas sus variedades de sabor, color y temperatura, es una puta mierda. Pero es que que ¡ay!, si no fuera por estos pequeños detalles diarios del té, por los domingos de fútbol, las paellas en el campo, las compras en Carrefour y la esperanza en la Bono Loto, la vida sería invivible. Sería una vida gris. De un gris tirando a verdoso.

lunes, noviembre 23, 2009

"La soledad de los números primos" Paolo Giordano


"...Y Alice sonrió pensando que quizá aquélla sería la primera media verdad de los esposos, la primera de las pequeñas grietas que se crean entre dos personas por las que tarde o temprano la vida introduce su ganzúa y hace palanca."

Queridos feligreses, tras este introito, debo explicar que llegué a esta novela por el expeditivo método que tanto facilita el lector electrónico, quiero decir, el piscinazo. Método que cuando depara sorpresas como ésta, a nada puede igualarse. Alguien —¿mi hermana, mi cuñado, mi amante bielorrusa la Gran Duquesa Svletana?— la había insertado en la tarjeta SD y su título, entre el marasmo de otras decenas, me llamó la atención: La soledad de los números primos. Bello. Junto con el nombre del desconocido autor era cuanto sabía de la obra. Ha sido después cuando me he enterado que es un galardonado éxito editorial y que se vende como churros en los comercios del ramo... o sea, como la trilogía del sueco. ¡Ay!, nunca entenderé nada.

Pero veamos:

Pequeños azares se dan cita para determinar fatalmente la vida de Mattia y Alice, condenándolos para siempre a la soledad, o lo que es lo mismo, convirtiéndolos en números primos gemelos, cercanos pero sin contacto (guuuuuaaaauuuu, ya escribo como un solapista al uso). Bien, pues esto es lo único que puedo adelantar como sinopsis, pues desearía que el que se sienta animado, llegue a la novela como servidor, in albis, con menos papeles que una liebre, para que nos asalte de golpe la certeza de que somos circunstancia de la casualidad y presas del nimio detalle. Lo que sí añado es que a la novela la recorre como un espinazo un muelle comprimido que hace que todo el texto se mantenga en tensión, tensión de media intensidad pero constante y que sólo se aliviará en las últimas páginas, algo así como contemplar a un niño acariciando con las uñitas un globo inflado en exceso del que luego se aburre y abandona. Como lector, a este "sostenido" sin tregua que ha fabricado Paolo Giordano, le concedo un enorme mérito.

Damas, caballeros, si está en mí y tras varios pinchazos en hueso, no sólo recomiendo esta novela, es que llego a considerarla de obligada lectura. Luego, ustedes verán qué es lo que hacen, que ya son mayorcitos.

jueves, noviembre 19, 2009

Boligrafía 1


Sucede que a veces, junto a los acostumbrados símbolos y a las caligrafías que reiteran una palabra, aparece en la boligrafía —dibujos que se realizan a la vez que se conversa por teléfono— algún detalle naturalista: la cabeza de un caballo, un pez, un paquete. O es, como en este caso, el perfil de un individuo anónimo el que surge como una psicoplastia en el papel. No tiene su aparición, por supuesto, importancia alguna. Sólo inquieta, o maravilla no ya la posibilidad sino la absoluta certeza de que en el mundo, tal vez a cientos de miles de kilómetros o ahí al lado mismo, existe un hombre cuyo perfil se ajusta milimétricamente al dibujado. Uno solo (no hay dos caras iguales), que desconoce por completo que alguien lo retrató con maestría involuntaria mientras por teléfono comentaba no sé qué cosa de comprar unas zanahorias y de arreglar un enchufe… Y a todo esto, ¿alguien conoce a este sujeto?

lunes, noviembre 16, 2009

"Días sin televisión"


Excepción hecha de la muerte de seres queridos, abortos espontáneos, operaciones a corazón abierto o amputaciones tanto fortuitas como prescritas por los médicos, la mayor desgracia que podía acaecer en el seno familiar era que se estropease el televisor.

Acostumbrados a mantenerlo conectado desde que comenzaba la emisión a la hora del almuerzo hasta que la misma finalizaba bien entrada la medianoche, la falta de imágenes nos sumía en una congoja a la que era difícil encontrar paliativos. Las jornadas sin películas, series, concursos o simples anuncios comerciales se hacían interminables, y lo que aún era peor: la extrema dificultad que representaba hallar actividades que nos ayudasen a sobrevivir durante las noches frente a una pantalla tan negra como unos negros zapatos nuevos.

La tarde era más llevadera porque a los niños siempre nos quedaba como último recurso el salir a la calle a jugar. Otro tanto sucedía con la abuela que, en compañía de mamá, se echaba la toquilla por lo alto y ¡hala! a consolarse haciendo visitas a las vecinas. El abuelo, acaso más pragmático, se entretenía echando una partida de tute en el bar o haciendo torres eifeles con palillos de dientes. Una solución hubiera sido desde luego el convertirnos en espectadores de televisores ajenos, pero tal posibilidad siempre fue desechada. Capitaneados por la abuela, albergábamos la sospecha de que la programación emitida era distinta entre nuestra casa y las demás. Similares actores, locutoras parecidas, pero envueltos todos en el distanciamiento y frialdad que suponía observarlos en casa de la portera, por ejemplo.

¿Y las noches? ¿Qué decir de esas noches privadas de los infinitos grises en movimiento de nuestro Marconi? Cuando papá volvía del trabajo y nos sentábamos en torno a la mesa a la espera de la sopa nos materializábamos en una familia espectral. Cabizbajos, nos entregábamos sin entusiasmo al trasiego de fideos en un silencio solo roto por el chapoteo de las cucharas. A veces, a algún comensal se le olvidaba el peso agobiante de nuestra tele estropeada y se animaba a iniciar una conversación, pero entonces las palabras sonaban extrañas, nimbadas por un eco propio de habitación que se ha vaciado de muebles para ser pintada. En cualquier caso, esos inicios de charla podían dar sus frutos y con engañosa vivacidad nos enfrascábamos en un parloteo que las más de las veces recurría al recuerdo de familiares fallecidos y su anecdotario. Pero poco a poco, la tertulia que con tan buenos augurios comenzaba iba decayendo lánguidamente ante la cada vez mayor frecuencia con que los hablantes dirigían sus tristes miradas de soslayo a una pantalla ciega, como esperando un milagro electrónico que echara a andar el aparato.

Luego, durante la sobremesa, el abuelo —más ingenioso y también más desapegado al consumo de imágenes— organizaba al igual que en las noches de tormenta en que se iba la luz, pequeños espectáculos de sombras chinescas proyectadas ante una sábana. Reconocemos que a los niños nos admiraba en un principio su habilidad para, ejecutando sencillos escorzos manuales, crear gracias a la breve llamita de una vela, cabezas de perros, águilas en vuelo y conejitos de nerviosos movimientos. Pero, con suerte, el teatrillo de sombras no podía durar más allá del cuarto de hora por mucho que se esforzara el abuelo en la creación de nuevos personajes, pues su arte era limitado y conocíamos de memoria su repertorio animalesco. Claudicantes y cariacontecidos ante la inutilidad postrera del parchís, la lotería o la ronda de chistes, se decidía entonces que lo mejor era irse a la cama para buscar en la narcosis del sueño el olvido a nuestros males. La tele, en su mudez, parecía darnos las buenas noches desde su mesita de formica.

La ciencia exigua del abuelo, fruto de un curso por correspondencia en Radio Maymo, era a todas luces insuficiente para arreglar cualquier avería que no pasara más allá de golpear ruidosamente los costados del televisor. Sus venerables manos de viejo temblaban de impotencia mientras nosotros, expectantes, lo mirábamos con caridad. La abuela, apiadada de su inútil esfuerzo, le dedicaba entonces palabras de consuelo en el mismo tono con que las hubiera dirigido a un socorrista incapaz de rescatar a un caballero que se ahogase en la piscina.

Mientras, y con las mentes lúcidas por el descanso, la discusión continuaba en torno a si lo último que vimos fue un fogonazo que se convirtió en un puntito tal como sucede con las supernovas cuando devienen enanas blancas, o bien justo lo contrario, un repentino pantallazo negro que terminó en el silencio, la quietud, la nada, como si uno de ambos finales pudiera dar al abuelo una pista certera. Sabíamos que nuestra polémica sólo pretendía retrasar lo inevitable.

Con todos los recursos agotados, mamá acercaba al abuelo un papelito con unos números emborronados. Era la claudicación. Así que el abuelo, arrastrando sus zapatillas, se dirigía a nuestro impactante teléfono rojo, levantaba el auricular y guarismo a guarismo marcaba el número correspondiente al Técnico de reparaciones a domicilio. La congoja entonces nos volvía a atenazar al vislumbrar un horizonte de otras veinticuatro horas sin televisión. Las mismas que tardaría el Técnico en llegar a casa.

¡Ah, el Técnico! Una mezcla ideal entre chamán amazónico y buhonero, y aderezado el personaje por conocimientos científicos superlativos, hacía que su sola presencia nos convirtiese en cretinos. Ni siquiera un Nuncio del Santo Padre de Roma hubiera recibido por los integrantes de la familia una acogida tan respetuosa y ceremonial. Las mañanas en que ansiosamente esperábamos su llegada, la casa se convertía en un continuo ir y venir por los pasillos, de trapos que quitaban el polvo, de escobas velocísimas, y de manos que colocaban sillas y cojines en su sitio. Como colofón, el bayetazo final que limpiaba de huellas la falsa madera que circundaba nuestra tele. Luego venía el zipizape de cambio de ropas, de peines, de horquillas y corchetes, de niños adobados en agua de colonia, al igual que acontece en una mañana de boda en la casa de una novia.

Era el nuestro un afán contemporizador, un vehemente deseo de agradar a base de higiene a un hombre que nos tiranizaba hasta la humillación dados sus saberes en torno a los arcanos electrónicos. Ni siquiera se jactaba de ellos; simplemente nos examinaba en silencio de arriba a abajo cuando le franqueábamos la puerta, daba un apenas audible buenos días y se colaba en nuestra salita de estar con el desprecio e ímpetu de un maderero que tomara posesión de un poblado yanomami. Depositaba sobre nuestra mesa su maletón de cuero con estruendo de cachivaches y acto seguido desaparecía tras la tele armado de amperímetro y destornillador. Cohibidos, formábamos en torno a la mesa con la actitud de quien asiste a la liturgia de un oferente. Sólo el abuelo osaba romper el silencio con tecnicismos recordados de su curso a distancia, y así, intentaba un acercamiento al parapetado diciendo a media voz superheterodino o semiconductor. Grave error porque lo que más llegó a conseguir fue que el Técnico asomara su cabezota de ogro y con mirada álgida lo conminara al silencio.

Sin matices, como un nocturno de Chopin cuando se interpreta en un piano de una sola tecla, el Técnico nos sorprendía al salir tras de la tele despanzurrada pinzando con sus diminutos alicates y con pretensiones de dentista una escuálida bombillita alargada. El instante en que asombrados de que una cosa tan pequeña fuera la culpable de nuestras desdichas, era aprovechado por el Técnico para extender su factura, recoger la impedimenta, cobrar y largarse haciendo supino desprecio a la cerveza y porciones de chorizo del pueblo que con servilismo había dispuesto la abuela. Pero tranquilos ya sin su presencia agobiante, examinábamos de nuevo la lámpara fundida pasándola de mano en mano. Lejos de sentir hacia ella rencor por el estropicio y las consiguientes jornadas sin imágenes, su desnudez —mancillado el cristal por el negro humazo— nos movía a compasión. Luego, emocionado, el abuelo hacía uso de su prerrogativa ancestral y encendía la tele. La carta de ajuste nos sorprendía de súbito como la imagen más bella del mundo mientras la lámpara siniestrada iba a parar al cajón donde haría compañía a sus hermanas inválidas, a las cremalleras desgobernadas, a los vacíos frascos de grageas, a los capuchones de bolígrafos y a las llaves antiguas que un día abrieron y cerraron puertas.

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miércoles, noviembre 11, 2009

"Los hombres que no amaban a las mujeres" Stieg Larsson


Empecemos con unos adjetivos:
Impresionante, insólita, inefable, asombrosa...
Sí. Pero ojo, que me refiero a la cantidad de café que llegan a beber estas criaturas suecas, que es sencillamente increíble. Ya sabía de la afición cafetera de los escandinavos pero nunca imaginé que podía ser tanta. Y si estas cantidades industriales que se reseñan en la novela toman los suecos, ¿qué será de los finlandeses, que según las estadísticas son el pueblo más cafetero del orbe ? No me lo quiero ni imaginar. De hecho, tras respirar y parpadear, tomar café es la acción más veces realizada al cabo del día por estos personajes. Después le sigue el sentarse en el "arquibanco" de la cocina. Tras ello viene el caminar, el trabajar, el comer sandwiches, el hacerse el sueco, el practicar la caidita de Roma y el hablar. En último lugar, ocupando el puesto sesenta y siete, se encuentra el reír.

Pues eso, beber café, sentarse en el arquibanco, beber café, sentarse en el arquibanco, beber café, sentarse en el arquibanco, etc. es uno de los ritmos más reiterativos que encontraremos en este novelón que se ha leído en el mundo con verdadera fiebre libresca. Sin duda era cosa de llamar la atención el ver sacar de los bolsos y mochilas el gordo librazo en las paradas de metro y autobús, en las consultas de la SS, en la playa y en la cola del paro a lectores, (pero sobre todo a lectoras que son las que mantienen viva la industria editorial), a las que le importaba un pimiento lo engorroso de manejar tal tocho. Como las mismas conductas ya las encontré asociadas a bodrios tan notables como El Código da Vinci o La sombra del viento, pues me dije, tate, tate que aquí hay tomate. Lo normal. Pero como a veces me siento benevolente, recordé que también el Quijote se leyó con interés y fue festejado entre todas las clases y edades, lo que junto a la liviandad de la versión electrónica hizo que me decidiera a emprender la lectura de este Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson, el escritor que no llegó a conocer su éxito porque un infarto lo mató tras subir a pie siete pisos de escaleras en el edificio de su editorial. ¡Seguro que el café tuvo mucha culpa! ¡y el no haber tenido cerca un arquibanco para descansar un ratito, también!

Bueno, yendo ya al lío, diré que la novela se fundamenta en uno de los más antiguos armazones, o sea, adivinar quién es el asesino de una mushasha. A tan vieja como efectiva idea, el autor sueco le ha dado varias manitas de pintura para adecuarla a los tiempos, y así habilita espacios para encajar esoterismos religiosos y mostrar las características de los últimos cacharros de tecnología punta, algo que dará mucha risa a los lectores de dentro de unos años. También como elemento pretendidamente actual aparece el mejor personaje del elenco, Lisbeth Salander, una anoréxica góticaneopunk con físico de preadolescente y privilegiado cerebro. Será ella la que aplique y reciba las altas dosis de violencia (violencia de cinematografía escandinava, tan suya) que de vez en cuando se despliegan en la historia. Para mi gusto, como digo, el elemento más interesante de la novela.

La trama se puede dividir en cuatro partes. Introducción con un episodio de corrupción financiera (cortito), caso policial a investigar (el largo meollo), vuelta a lo del tío corrupto (corto y tal vez lo más interesante) y epílogo chorra donde a lo mejor el autor echa las primeras miguitas de pan para que los incautos sigan el caminito del bosque que los lleva al segundo libro. No lo sé, pero desde luego no voy a perder un minuto en recorrerlo así me eche patanegra cinco jotas en vez de migas.

Así en cuatro líneas, la historia que plantea Larsson es la de un periodista caído en desgracia que es contratado por un potentado de la industria para que averigüe el paradero —¿huída, asesinato?— de su sobrina nieta, acaecido así como cuarenta años atrás. En la resolución del caso (que finalmente será solucionado aunque advierto que es muy fácil saber quién es el malo/a) el periodista tendrá como ayudante a Lisbeth, la extravagante andoba de los tatuajes. Con estas varillas construye Larsson el lío que ha formado, utilizando para ello una escritura sin complicaciones aunque empleando alguna que otra vez malas artes, como puede ser el omnímodo poder del narrador y la ocultación de información al lector, algo muy feo dentro del género negro y que haría agitar en su tumba el esqueleto de la Highsmith... Sin problemas. Como ya le dije a un amigo, si la novela de Larsson equivaliera a una pelota de tenis, unas cuantas páginas de la serie de Ripley de doña Patricia vendrían a ser un balón de Pilates.

Resumiendo, que Los hombres que no amaban a las mujeres, primero, me confirma que la sociedad sueca me atrae muy poco, siempre todos de mala hostia, incapacitados sus miembros para la sorna y cultivando una violencia soterrada pero de alta intensidad que junto a la malaje climatología, y ya se sabe que somos animales climáticos, hace que los únicos suecos simpáticos me sean Pippi Calzaslargas, Sigrid, la novia del Capitán Trueno y aquellas macizas de Abba. Aunque por otro lado, mucho ojo, me ha parecido una perfecta novela para cubrir uno de los más loables cometidos de la literatura, esto es, el entretenimiento, la pura evasión; pero en su caso, sin ningún otro valor añadido, lo cual, por supuesto, es perfectamente honorable. Literatura clase turista, literatura low cost. Una novela para leer, olvidar y regalarla porque no creo que merezca el espacio que ocupa tan gordo tocho ni que tenga sentido alguno el releerlo. Pero si alguien se siente con ganas de meterle mano, no se olvide de mí cuando le llegue a través de las páginas el divertido meneíto de beber café, sentarse en el arquibanco, beber café, sentarse en el arquibanco, beber café, sentarse en el arquibanco... verán que bien se lo van a pasar.

lunes, noviembre 09, 2009

Movilgrafías: Saber mirar


En esta jaula sin fondo ni techo habita un pájaro de plumaje irisado. Pájaro incorpóreo que regala sus trinos inaudibles a todo aquel que sabe alimentarlo con invisibles gránulos de oro (pero, atención; es peligroso que lo vean a uno haciéndolo, eh.)

viernes, noviembre 06, 2009

La posibilidad del prodigio (Divagación)


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De niño tuve un amigo que se llamaba Miguel. Tendríamos ocho o nueve años. Íbamos al mismo colegio. El Miguel vivía en el barrio de enfrente, en el de los Transportes Urbanos, llamado así porque el vecindario se componía de familias relacionadas con los autobuses municipales: conductores, cobradores, mecánicos. El padre del Miguel era mecánico. El Miguel me contó con mucho secretismo y bajo juramento de no decírselo a nadie que su padre le había fabricado un cohete. Un cohete espacial. Un cohete que él mismo pilotaba y con el que viajaba por el cosmos cuando su padre "le traía gasolina". En pago a nuestra naciente amistad y a los lazos que estrechaban las confidencias, me prometió que un día lo acompañaría en alguno de sus viajes. Aquella promesa de aventura me tuvo inquieto durante semanas. Ni siquiera el que se negara a enseñarme el cohete —que decía tener guardado encima de un ropero y tapado con una sábana—, me hizo dudar jamás de la veracidad del artefacto. Tampoco que mi tío o mi padre se rieran cuando incapaz de mantener el secreto de la maravilla, lo conté todo. Solo pudo el tiempo acabar con mi ciega confianza. Los continuos aplazamientos del viaje por parte del Miguel comenzaron a desilusionarme. También el que fuera rebajando las prestaciones de su cohete. Un día me confesó que bueno, que en realidad su cohete no subía hasta lo más alto del cielo sino que todo lo más alcanzaba la altura de un quinto piso. Aún así, el viaje proyectado me seguía pareciendo el mayor de los sueños. Pero la rebaja continuó en días sucesivos y así el cohete ya no llegaba ni a un tercero, ni luego a un primero, ni luego a medio metro... El Miguel y yo dejamos de ser amigos. Nuestra amistad se diluyó en la misma medida que el cohete fue perdiendo capacidad de ganar altura.

Sirva esta anécdota para ilustrar una pauta tantas veces repetida, el contemplar en algún momento de nuestras vidas la posibilidad del milagro, el tener al alcance de la mano, certera, tangible, la posibilidad del prodigio. Es lo que le sucederá a Sancho Panza —un poco ensuciado por el interés a diferencia de otros crédulos como El Primo o la dueña Doña Rodríguez— cuando don Quijote le prometa el gobierno de una ínsula, que su hija se casará con un duque o que su hijo llegará a ser arzobispo. Sí, todo terminará finalmente en burla y ridículo, pero antes de que llegue la chacota, la POSIBILIDAD del prodigio existió, y por tanto su gozo pleno tanto mayor en las vísperas del suceso como el propio suceso. Y es esto mismo es lo que encuentro en la relación del personaje de Javier Cámara y su admirado Torrente. La sorpresa que recibe el muchacho tímido, ayudante en una pescadería familiar, insignificante, ante lo verosímil que pueda resultar un cambio en su vida, es uno de los fondos que más me interesó de la película. Con la misma intensidad con que el recuerdo de los amores adolescentes a veces nos asalta, o el cómo era la vida cuando aún las leyes de la física no lo ordenaban todo, es lo que pude percibir en esta relación del personaje con su héroe en medio del fangal en que se encuentran. Pero después de todo este rollo, ¿qué tiene Ignatius Really de Lazarillo? No, si ya me estoy viendo intentándolo de nuevo...

© Sap.
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martes, noviembre 03, 2009

"El tiempo de los trenes" Fernando Fernán-Gómez


Entre que me metía o no me metía con el primer tomazo de lo del sueco (que al final me he metido y llevo ya ¾ partes del volumen), se me presentó ante la pantalla este título de Fernando Fernán-Gómez, y quieras que no, ya fuera por retrasar el echarle las gafas al libraco y el darle otra oportunidad al eximio actor junto con lo breve de la obra, me decidió a leerla. También, la inmediatez que representa tenerla almacenada en el lector electrónico, sea todo dicho.

La cosa tenía su aquél dado que la única novela que leí de Fernán-Gómez -"El mar y el tiempo"- no me gustó nada. En ella me encontré con una forma de narrar, un estilo si se quiere llamar así, que también era el mismo empleado en sus colaboraciones periodísticas y que me cansaba, me aburría. Una manera de ir dando rodeos para explicar algo tal vez baladí. Demasiadas puntualizaciones, demasiados circunloquios, demasiadas comas separando simples palabras, demasiado frenar el discurrir de la lectura. Para mi congoja, fue el mismo estilo que encontré en el largo prólogo que antecede a esta "especie de novela" como la llama el mismo autor. Pero el ánimo de encontrar tal vez allí parecidas satisfacciones a las que me produjo su memorable película, "El viaje a ninguna parte", pues el libro trata de compañías teatrales y sus peripecias, me animó a seguir. Ahora puedo decir que fuera del prólogo, la especie de novela "El tiempo de los trenes" (su última narración, 2004), me ha resultado una lectura deliciosa, absorbente y, por supuesto, recomendable.

Como digo, "El tiempo de los trenes" cuenta, empleando esta vez un lenguaje suelto, inmediato, fresco, los éxitos y tribulaciones de varias compañías teatrales y de los miembros que componen sus elencos. La narración no se desarrolla de manera lineal sino que se alternan las voces de unos y de otros en cortos capítulos donde se emplea incluso la notación dramática. El conjunto, claro está, llega a recordar la factura de "La colmena" de Cela. La historia arranca al nacer el siglo XX y termina a principios de la década de los 60 por lo que, en gran parte, coincide en el tiempo de la película citada aunque se diferencia de ella en su carácter más urbano, menos itinerante de pueblos, y a la calidad que, en general, presentan los cómicos. Quiero decir que las compañías retratadas tienen cierta categoría, las adscritas a la llamada alta comedia que representaban a Benavente y a Wilde y que llegaban a debutar en Madrid y Barcelona antes de comenzar sus giras -y aquí una de las más odiosas expresiones centralistas- "por provincias".

Los personajes son muchos y quedan consignados en un quién es quién al principio del libro. Aparte del narrador, cada uno tendrá voz propia, desde el niño hijo de actores Andresito Valle (que parece trasunto de Fernán-Gómez), al viejo actor Cuartero que se pasea por los cafés de contratación buscando faena; desde el caricato Miguelón al prestigioso primer actor Eduardo Esteve, etc. Pronto quedará consignado lo estamental, por así decirlo, de la profesión en aquel tiempo donde los papeles estaban asignados a la especialidad de cada uno: galán joven, actriz de carácter, galán cómico, meritoria sin sueldo. Algo obligado desde el momento en que eran los propios actores y actrices los que debían sufragarse, por ejemplo, el vestuario. Junto a estos protagonistas, el lector será testigo de un periodo histórico de los llamados convulsos, ya se imaginan, aunque sean tiempos buenos, malos o regulares, será ineludible la presencia que como hilo conductor durante toda la lectura representan los vagones de segunda y tercera a los que se refiere el título, las esperas en las estaciones, los abrigos con las solapas subidas y el ser todos carne de pensión barata con olor a col hervida y a pescadilla frita. A los cómicos, ya se sabe, se les tenía vedada la entrada a los hoteles de postín.

Pensándolo para mí, no creo mal destino haber sido picado por el bicho del teatro y haberse enrolado en una de estas compañías de medio pelo itinerantes, y vivir en ese espacio entre la bohemia y la literatura. Ese contrato lo hubiera firmado sin dudarlo un momento. Pero como no puede ser, me conformo imaginándolo y para ello, nada mejor que este "El tiempo de los trenes" tan ameno, breve, agridulce y evocador.

viernes, octubre 30, 2009

Movilgrafías: Azahares de octubre


En este octubre que acaba lozano y primaveral, ha estallado fuera de tiempo la silente cohetería blanca del azahar (se me perdone la cursilada). Un naranjo florecido como una sorpresa en mitad de la calle, en mitad del otoño, y cuya fragancia y porte son los de una muchacha adolescente que no se decide a guardar sus vestidos de tirantas.

martes, octubre 27, 2009

"El abuelo, guitarrista"


La guitarra del abuelo se constituyó con el tiempo en un elemento molesto por su omnipresencia. Si queríamos descargar los bártulos del veraneo que se guardaban en una alacena, allí la encontrábamos ante las sillas plegables y el saco de herrajes de la tienda de campaña. Si por el contrario comenzaba la temporada invernal, la hallábamos sobre las mantas y los edredones dificultando la extracción. Así que la quitábamos de enmedio, aparecía bajo una cama estorbando el alcanzar los enseres allá dispuestos o se corporeizaba en los rincones más inauditos criando polvo como aquella arpa becqueriana, o nos asustaba en mitad de la noche con su desplome ruidoso de armario.

Su origen fue uno de los sueños incumplidos del abuelo, en este caso el haber formado parte de una rondalla. El abuelo manifestaba una gran admiración por todo aquel capaz de ejecutar una melodía con algún instrumento de pulso y púa y aunque confesaba que en su juventud había tenido devaneos con una bandurria, disimulaba su fracaso de instrumentista arguyendo la poca seriedad que ofrecía esa especie de guitarrita jibarizada donde todo lo más que se podía tocar era “Clavelitos”. Cercano ya a la jubilación, su alegría fue enorme cuando el boleto que habíamos comprado en una tómbola, resultó premiado con una guitarra. ¡Qué mimos, qué cuidados en su traslado a casa! Con sus hábiles manos logró transformarla en un objeto donde al menos Andrés Segovia no habría vomitado la primera papilla que le dieron. Adornó los trastes con puntos de nácar, cambió las cuerdas que de origen eran infectas, colocó un pulsador, lubricó clavijas e incluso barnizó a muñequilla las zonas donde las superficies aparecían mates. Pertrechado luego de plectro y cejilla, adquirió en un comercio del ramo un método de aprendizaje con acordes cifrados dispuesto a llenar con el estudio las largas horas de ocio que se le avecinaban.

Todo fue inútil. El que el abuelo combinara tres acordes seguidos era imposible; el hombre se hacía un lío con los dedos, le aburría su propia descoordinación y acababa desmoralizado. Nosotros, inclementes, le hicimos ver además que lo de tocar la guitarra como él quería no sólo era soltar una ristra de acordes como si fuera un cantautor cansino sino que debía acompañarse de una melodía reconocible y usar de los arpegios y punteos. Estas aseveraciones lo hundían ya por completo, así que por fin apiadados, le sugerimos que obviara los acordes y que directamente atacara musiquillas con el concurso de las cuerdas más finitas. Iluminado por esta posibilidad, prescindió de métodos liantes y a partir de entonces se dedicó a plasmar de oído sus canciones favoritas. Aquello, desde luego, fue un disturbio familiar pues los ensayos continuos distraían nuestra atención del televisor y le ordenábamos el silencio entre chisteos de lechuzas. Irredento, el abuelo no cejó en su empeño y nos juraba y perjuraba que aquel goteo de ting... tring... tingtring... trongtrong... era una versión del bolero "Contigo en la distancia".

Pero no eran solo las lamentables ejecuciones lo que le hacían digno del estrangulamiento, sino su acompañamiento de gestos y mohines que a todos nos llenaban de estupor. Esforzado como un niño que se ejercita en la caligrafía, el abuelo asomaba la punta de la lengua cada vez que pulsaba una cuerda o acomodaba un dedo en un traste. Ladeaba la mandíbula y hacía tan extraños visajes con los ojos que provocaba el bizqueo dándole apariencia de cretino de baba. Esta colección de deformaciones hacía que la abuela se sintiera avergonzada de su marido, creando en ella el horror de que alguna visita sorprendiera al cónyuge en plena interpretación de una pieza. Era por eso que cada vez que sonaba el timbre de la puerta instara a grito pelado al abuelo para que guardara la guitarra. "¡Pero tú crees que la guitarra la puedo esconder como un bolígrafo. Vamos, hombre!" Y comenzaba la trifulca acostumbrada con los resultados de siempre, esto es, una disonante ejecución del tango "Bandoneón arrabalero" con toda suerte de tring... tring, trong... trong y trang... trang.

Ante el escaso entusiasmo conque el abuelo vio acogida su afición y consciente de que en los ocho o nueve meses transcurridos se sentía incapaz siquiera de afinar su guitarra de feria, abandonó para siempre el proyecto de convertirse en concertista y optó por comprarse unas acuarelas porque si la gloria no le recibía como músico, sí lo haría como paisajista. De esta forma y como dijimos, la guitarra cambió su utilidad melódica para, desencordada y llena de mataduras, convertirse en mueble molesto en su permanente exilio de pelusas.

©Sap.
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domingo, octubre 25, 2009

Movilgrafías: Precisión


Sumado a los clásicos avisos de escaparate, desde el gozoso “Cerrado por vacaciones”, al lúgubre “Cerrado por defunción” y pasando por lo precipitado del “Vuelvo en 5 minutos”, me topo con este ejemplo tan novedoso como preciso de “Cerrado por intervención quirúrgica” que hasta incluye el deseo algo angustiado del “espero que sean pocos días”, que parece más dirigido al propio redactor del aviso que a su distinguida clientela. Roguemos en todo caso por su pronta recuperación. El mundo necesita de estas gentes bien habladas y mejor escritas.

jueves, octubre 22, 2009

"Un armario lleno de sombra" Antonio Gamoneda

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"Un armario lleno de sombra" viene a ser como la primera entrega de las memorias de Antonio Gamoneda, el poeta nacido en Oviedo pero enraizado en León, que fue premio Cervantes en 2006.

Como tal primera entrega (el que sea entrega o no entrega es cosa mía de mi imaginación), el libro recoge el tiempo de su infancia, desde su protohistoria, esto es, su biografía conocida por terceros cuando no la alcanzaba desde la inopia infantil, hasta los catorce años, momento en que entra a trabajar como chico para todo en el Banco Mercantil de su ciudad.

Antes de esta lectura nada sabía de este hombre que no fuera, como digo, lo del premio Cervantes y la especie de oda a la pobreza en que consistió su discurso de entrega. Tal vez, y en la misma información, pude leer alguno de sus versos, pero no lo recuerdo. El caso es que el personaje parecía interesante y junto al carácter memorialístico del libro y el saber al autor una suerte de selfmade man de los versos, el empujón para leerlo fue suficiente.

El resultado de la lectura ha sido más que bueno, agradeciéndose mucho los párrafos cortos y el mediano calibre del volumen. Como no podía ser menos, la carga poética en la prosa de Gamoneda es notable, sobre todo en el primer tramo, porque a medida que avanza la narración y esto es nada más que una observación, no una pega el carácter lírico se va aligerando hasta convertirse la redacción en más textual, más prosaica en el buen sentido, y por tanto, en una sucesión de anécdotas familiares, domésticas y escolares convertida en crónica cuasi periodística pero entretenida.

Por supuesto, todo el relato está marcado por la muerte del padre en primer lugar y sobre todo por la larga travesía del desierto postbélico que llenará su vida y la de su madre de pobreza (aunque las he conocido mucho peores), desesperación y humillación. En todo caso, la historia que nos cuenta Gamoneda no es una historia de perdedores frente a ganadores como se dice en la solapa del libro; en absoluto, dada la poca significación política de su familia y su entorno. La conciencia de clase vendrá mucho después porque de momento, el niño acepta las penurias como algo natural, ya que no conoció el breve periodo en que sus padres creyeron haber sobrepasado el escalón que los acercaba a una burguesía más o menos ilustrada.

El título del libro hace referencia justamente al armario que ya de adulto revisará Gamoneda el mismo día que fallece su madre. Su contenido (entre otros objetos encontrará la jeringuilla que utilizaba su padre morfinómano) actuará como magdalena proustiana y, adelante con los faroles, el mecanismo evocador se pone en marcha. Cambios de domicilio continuos, la muerte de su padre y el posterior descubrimiento de un libro de poemas que publicó en su juventud y que será germen de su vocación poética, luego la guerra, el hambre, la pobreza, la mezquina familia, el sórdido despertar a la sexualidad, los amigos, el colegio, etc., todo en un León en que parece que el invierno helado se ha instalado a perpetuidad. Algunos episodios relatados fuerzan a una amarga sonrisa, otros son tremendos en su violencia para la que no ahorra crudeza en las descripciones: la tortura a una perrita infligida por el propio Gamoneda es un episodio especialmente terrible, la paliza recibida por un grupo de falangistas por cruzar la calle mientras discurre un desfile, el hurgar en la tumba de su padre para rescatar los dientes de oro que necesita colocarse su madre, los problemas de convivencia en las pequeñas viviendas que llegarán a atestarse de realquilados y refugiados forzosos. Uf.

En fin, para terminar y sobre todo porque ya me he hartado de escribir; sea dicho de paso, no dudo en recomendar la lectura de "Un armario lleno de sombra" a todo aquel que encaje bien los cúmulos de desgracias aunque vayan envueltos en el papel a veces brillante del lirismo, y que por el contrario, se abstengan de acercarse a Gamoneda los aficionados a entonar la vieja copla: "No me cuentes penas, cuéntame alegrías." porque aquí, desde luego, encontrarán muy poco de lo último.
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lunes, octubre 19, 2009

"El mueble-bar"



Allí, en la casa, era todo variado pero caótico, como el jaulón de unos periquitos. Cuatro adultos, cuatro niños, tres adolescentes y una tortuga.


Había dos mundos separados apenas por un tabique.


De un lado la salita de estar, el espacio diario de las trifulcas que consagraba su mejor rincón al televisor. Mesa camilla y aparador que se adornaba en navidades con el anisette Marie Brizard de la abuela y el coñac Terry del abuelo, el de la red amarilla tan fantástica para jugar a los atracadores.

El otro mundo era el gran salón-museo, un recinto para admirar en silencio, con arrobo, pero con la absoluta prohibición de ser usado aunque fuera para aliviar la presión demográfica que nos atenazaba. Dos eran los tiranos que ejercían su imperio: el tresillo flamante —eskay rojo, tapicería morada— y el airoso mueble bar, ligero y sofisticado como una comedia de Cary Grant.

Mueble-bar. Palabra compuesta que condensa al menos veinte años.

El hacinamiento en la salita de estar se rompía en contadas ocasiones. Muy especial tenía que ser el motivo para que mamá o la abuela, volviéndose locas, nos dejaran hollar el gran salón y hacernos usuarios de los sillones. Tanta era la falta de costumbre que, relegar por un rato nuestro papel de espectadores para convertirnos en usufructuarios de muebles, nos hacía sentir cohibidos ante las visitas, y sin quererlo, pasábamos por personas formales y educadas.

Eran muchos los objetos que allí atesoraban mamá y la abuela. Verdaderas joyas del arte kitsch que algún día enumeraremos para diversión de unos pocos. Pero para no hacerlo largo ahora nos centraremos en el mueble bar, en sus impolutas formicas, en la audacia de sus tiradores, en la disposición de sus cristales, pero sobre todo en su sancta sanctorum, el contenedor de botellas.

Ojo.

Botellas de estricta función decorativa. Botellas para enseñar y no para beber. Botellas intactas que llegaban a cumplir lustros de antigüedad. Botellas, en suma, de ensueño cinematográfico.

Sí. El pequeño espacio para las botellas y los vasos serigrafiados con marcas exóticas, era el bar que daba razón de ser al mueble-bar y que más que bar parecía, por su interior fulgurante, el sagrario de una iglesia. Había un efecto multiplicador en los espejos que forraban el cubículo, repitiendo brillos y colores en una fragmentación caleidoscópica, hipnótica como el fuego.

Allí estaban todos.

El ámbar líquido del Licor 43 y la austera cuadratura del Cointreau.
La reiteración especular del ponche Caballero y el cañí poliédrico del Anís del Mono.
El cuello elegante del Calisay y el misterio del Cynar y su alcachofa, tantos años sin que nadie se atreviese a abrir la botella.
Los ecos de gestas balleneras en Groenlandia que traía la Arpon Gin (a la naranja o al limón) y el sofisticado violeta del Parfait Amour, el licor que siempre rehusaron las visitas a pesar de nuestro empeño en ofrecerlo.
La intensidad verde y jovial del Pippermint con que alguna prima ye-yé, hacía para ella y sus amigas el cóctel Vaca Suiza, que era mezclar la menta con leche (había otro más moderno todavía, el Alaska, que resultaba de ligar la leche condensada con Coca Cola).

Todos. O casi. Los suficientes como para hacernos caer ahora en la trampa de la nostalgia.
Sí. Perdonad que miremos de nuevo hacia atrás, pero todo aquello tal vez nos hizo felices. Al menos nos acercaba a los decorados de Hollywood y por un momento, cuando se abría la puertecilla vertical del bar, el salón se convertía en escenario de películas de Rock Hudson y Doris Day. Era un efecto que duraba poco tiempo pero de gran intensidad. Lo malo es que fuera de allí, de vuelta a la salita de diario, nuestras vidas volvían a desarrollarse en grises desvaídos, como si fuéramos permanentes cajas de ajuste de la tele.


Gris, gris, gris. Cantaba un grillo gangoso.

© Sap.
es.humanidades.literatura

sábado, octubre 17, 2009

"Viaje en autobús" Josep Pla


Mi interés por leer este "Viaje en autobús" de Josep Pla arranca de hace muchos años, de cuando leí un libro de vagabundajes de Cela (no recuerdo cuál) que se abría con una cita de la obra del ampurdanés: "Viajando en autobús el vuelo es gallináceo". Qué exactitud, eh. A mi entender, Josep Pla fue uno de los mejores prosistas del siglo XX español. Leerlo, tanto traducido de su catalán materno como en castellano original, es una delicia para los sentidos, en especial cuando su trabajo, como en este caso, consiste en gran parte, en describir paisajes teniendo a la comarca (al país, como él dice, y no es perogrullada recordar que paisaje viene de país) como medida de todas las cosas. Confieso por otra parte que a mi gusto por las causas perdidas, los esfuerzos baldíos y el actuar por amor al arte, se une la afición por las novelas en las que nunca pasa nada, algo que con todo merecimiento puede decirse de este "Viaje en autobús" donde hasta los escasos traslados en el vehículo son lentos, apacibles, justamente gallináceos.

Pero veamos. En "Viaje en autobús", escrito entre 1941 y 1942, o sea, en plena hambruna postbélica, el viaje es lo de menos. De hecho, no se trata de un único viaje lineal sino de varios cortos trayectos realizados a lo largo de un año y que lo llevan desde su Ampurdán natal a la comarca llamada de la Maresma (el Maresme). En el camino, tanto en el autobús, pero sobre todo en los pueblos que visita, se irá cruzando y describiendo los más interesantes tipos, desde los organizados estraperlistas a muchachas que se dirigen a un baile, de hambrientos que admiran un patatal a personajes de cierto relieve cultural. Para el dibujo de todo ello utiliza su prosa exacta, limpia, irónica, de frase corta y de adjetivos —especialidad de la casa— perfectamente colocados y ajustados. Un breve ejemplo, la evocación del maestro Vives, el famoso compositor:

"Íbamos al café. El maestro Vives veraneaba en el pueblo, donde tanto se le quería. Sentado en una silla, curvadas las enormes espaldas, abiertas las piernas, los brazos largos y fuertes apoyados en el pomo del bastón, parecía con su cara ancha, llena, de pómulos enormes, la boca sensual, las orejas peludas, de color terroso, un chimpancé agarrado al tallo de un arbolillo."

Pero sobre estas descripciones de tipos o costumbres o sucesos, se encuentra como digo la pintura del paisaje, tanto el natural como el del campo cultivado. Aquí es donde creo que Pla alcanza los mayores niveles estilísticos, donde hace que su pequeño país mediterráneo estuviera acabado de visitar y cantar por Virgilio y Horacio. El conjunto de sus párrafos, recuperadores de colores y olores infantiles (prueben a leer el libro en estado de suave duermevela), me recuerda con mucha viveza el cuadro famoso que Joan Miró vendió a Hemingway titulado "La masía" y donde todo es también ordenado, bello y sereno. De todas formas, su canto se dirigía a un mundo que ya en aquellos años empezaba o había dejado de existir... y el hombre sin tener ni idea de lo que le vendría luego encima con el desarrollismo, la emigración, el turismo y hasta el landismo. Tal vez por ello, el final del libro se convierte en una queja (Pla era un payés leído y conservador, preocupado por el dinero) que pregona la vuelta al campo, en un beatus ille que abomina de los ferrocarriles, los aeroplanos, las radios y los cinematógrafos. Mientras tanto, mientras llega a estas conclusiones, Pla divaga y habla de las setas y sus preparaciones, de la becada y las butifarras o de las sardanas de Pep Ventura, sin dejar de mostrarse lleno de ironía (fina ironía pero mordaz) y utilizando de continuo las calidades pictóricas de su prosa. Mirad, mirad qué bonito:

"La tarde se ha ido deslizando lentamente, como una gota de claro aceite dorado descendiendo por un plano de inclinación muy suave."

Así. Es todo así en "Viaje en autobús" como dije, lento, suave, sin que falte un humorismo descreído, del que se sonríe por un solo lado de la boca, como en este greguerizante ejemplo que muestra su desdén por las fotos: "Si hay dos cosas distintas son dos fotografías de un mismo ser humano realizadas con minutos de diferencia".

Para terminar y no cansar, diré que "Viaje en autobús" está escrito en un castellano donde, como es natural, abundan los catalanismos, algo que, como es natural también, lo enriquece hasta alcanzar niveles de extrema belleza. Por mi parte tuve la suerte antes de ponerme a leer (y es práctica que recomiendo) de revisar en el Tubo la larga entrevista televisiva del año 1976 que es tan interesante como prescindible es el nefasto entrevistador. El efecto que produjo es que fue la propia, la física voz de Pla la que me narró su obra. Tanto si van a leerla como no, recomiendo que escuchen sus intervenciones. Esta es la primera de sus nueve partes:
http://tinyurl.com/muk8ye
¡Ah!, y el cuadro: http://tinyurl.com/ks4n5f

jueves, octubre 15, 2009

"Mis Melenudos, 7"


"I'M ONLY SLEEPING"

Digámoslo de una vez por todas: a John Lennon le gustaba más una cama que a un tonto una tiza. Prueba de ello son las numerosas referencias que a tan adorable mueble le dedicó, tanto en su época de pertenencia a los Fab Four como durante su carrera en solitario. Por poner un ejemplo de títulos, ahí están “There is a place”, “Good morning, good morning”, “I’m so tired”, “Dream n. 9”, etc.

Pero sin duda, de todos sus temas cameros, puede ser este “I’m only sleeping” el más representativo. Cierto es que su inspiración partió muchas veces de los efectos causados por la ingesta de narcóticos y psicotrópicos; pero otras no. Otras emanó de su afición confesa por sobar en una buena piltra e incluso de ambas cosas, como es el caso de la canción que nos ocupa que, inserta en el l.p. Revolver (1966), o lo que es lo mismo, cuando a nuestros amigos, el famoso doctor Robert (a quien se dedica un tema en el mismo disco) les había dado a probar por vez primera el ácido lisérgico disuelto en zumo de naranja, experiencia que sobre ser positiva, fue origen de la inicial psicodelia que impregna todo el Revolver, y que finalmente se desarrollará en plenitud en el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band un año más tarde.

“I’m only sleeping” fue un producto típico de Revolver y en el que por tanto se incluyeron todos los nuevos sonidos que Lennon, con la inapreciable ayuda de George Martin, había experimentado. Y así podemos encontrar voces dobladas y una doble grabación de guitarra reproducida al revés. Estos efectos junto al hipnótico rasgueo de la acústica de John, hacen que la invocación al sueño y a la cama esté perfectamente conseguida. Así que cuidado, no vaya a ser que al escucharla os quedéis frititos. Ahí va en versión remasterizada:

http://www.youtube.com/watch?v=X2m8e3kY2Bc


SÓLO ESTOY DURMIENDO

Cuando me despierto por la mañana temprano
levanto la cabeza y sigo bostezando.
Cuando estoy en mitad de un sueño
tumbado en la cama, floto corriente abajo.
Por favor, no me despiertes, no me remuevas
déjame donde estoy porque sólo estoy durmiendo

Parece que todo el mundo cree que soy un gandul.
No me importa, creo que están locos
corriendo de un lado para otro a toda prisa
hasta que se dan cuenta que no había necesidad.
Por favor, no me estropees el día, estoy a kilómetros de aquí
y después de todo, sólo estoy durmiendo

Echándole un vistazo al mundo que pasa por mi ventana
tomándome mi tiempo, tumbado y mirando al techo
espero que llegue el sueño.
Por favor, no me estropees el día, estoy a kilómetros de aquí
y después de todo, sólo estoy durmiendo

martes, octubre 13, 2009

Todos querían a Luis A.

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Al poco de conocer la luctuosa noticia, un opinador dijo en la radio que “Luis Aguilé ya podía cantar durante dos horas seguidas que todos los que cumplimos cincuenta años tararearíamos cuanto cantara”. Es cierto. Luis Aguilé, más que famoso (famoso en la execrable acepción moderna), fue popular y familiar, hasta alcanzar para muchos el grado de entrañable. Un fijo de la tele, y por lo tanto, de nuestras vidas. Aguilé era como uno de esos primos segundos o terceros con los que no tenemos relación a causa de lejanías australianas pero con los que mantenemos un vínculo de pertenencia. En su caso, esta pertenencia ha sido a la memoria común de al menos dos generaciones. Tenía una inmediata capacidad de alegrar y en muchos momentos, hasta de divertir, pues pertenecía a esa clase de cantantes que ya han desaparecido de la escena por extinción de la especie, los que ejercían su oficio para simple y llanamente, como digo, divertir. Era un caso similar, por familiaridad y actitud, al de Peret.

Personalmente había dos cosas que me hacían mucha gracia de Luis Aguilé. La primera, el acento que adoptó para interpretar sus canciones, que no era el suyo argentino natal, sino un español inflexionado hasta hacerlo parecer el de un turista entre inglés y francés. Imagino que esta acusada característica podría deberse a la exitosa estela que habían dejado algunos crooners yanquis que cantaron en castellano, a la cabeza de ellos aquel cantante negro con nombre de restaurante chino, Nat King Cole. La otra cosa graciosa es que en sus actuaciones y programas televisivos (todos familiares y de un humor tan blanco como el abdomen de Iniesta) le gustaba aparecer como un seductor en la onda de Sinatra, algo decididamente chocante en cuanto se observaban sus ojos de lechón que a medida que fue cumpliendo años se fueron haciendo más porcinos, y a su pelambrera, que en cuanto escaseó debió emplear una complicada ingeniería capilar para disponerlo de tal forma que no se notara su falta, dándole finalmente el aspecto, con su tupecillo abovedado y el tintazo en tono whisky, de una vieja gloria del rockabilly. Por otro lado, Aguilé tenía un cuerpo de hechuras eunucoides que trataba de disimular con anchísimas corbatas de colores y que en casa, a mi tía Anita, la hacía exclamar cada vez que aparecía en la pantalla grisácea, “Huy, mira éste, estrecho de espalda y ancho de culo, maricón seguro”, burla que llegaba a mortificarme pues yo aceptaba al muchacho tal como era.

Como entrevistado, Aguilé hablaba mucho, era un puntito engreído y sabía absolutamente de todo. En dos palabras: era argentino. Hasta se dice que llegó a ser finalista del Planeta, pues en sus últimos años le dio por escribir novelas (¿alguien conoce alguna, por favor?). Siempre presentó cierta amargura de no haber sido reconocido suficientemente por la crítica “seria” que no dejó nunca de verlo como un chisgarabís que no iba más allá del Tío Calambre y Juanita Banana, algo desde luego profundamente injusto por parte de la crítica, pero exagerado también por parte de Aguilé. Creo que se hubiera emocionado muchísimo cuando en los telediarios todos los entrevistados en la calle se mostraban consternados ante la noticia de su fallecimiento, teniendo para él las palabras más cariñosas y admirativas. Es lo que importa. A ese coro, y desde luego agradecido, me uno con todo pesar, pues su muerte, con todas sus referencias, toda su tele, sus gafas redondas de pasta, sus sombreritos pata de gallo, su bastoncito y su chispeante geticulación a cuestas me acerca, inexorable, implacable, a la mía propia.
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